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Monterrey, Nuevo León, 25 de marzo de 2025 (Neotraba)

Todas las fotografías son de Clars

Ciudad en llamas, tarifazo y contaminación. La hora pico ya es a todas horas. Carraspeas. El polvo se introduce en cantidades exageradas hasta los pulmones y produce un seco estertor. La recomendación es usar cubrebocas o no salir. Una utopía la de no tener la necesidad de desplazarte por las calles y exponerte a la mala calidad del aire o tener un purificador Dyson. Es jueves y ante la ventaja del trabajo remoto te avientas la tirada al concierto de Miguel Bosé, otra vez, con oficina itinerante desde los diminutos asientos del transporte urbano donde apenas te caben las piernas.

Poco más de media hora le toma a la ruta sacarte de la periferia. Las calles y el transporte urbano colapsan. Habrá que salir con anticipación para llegar puntual a la acreditación del concierto. Los pasajeros te miran en los asientos del fondo tecleando velozmente con todo y mala amortiguación del mionca. Ni los bordos ni los baches conseguirán que el endiablado conductor pueda manejar con precaución. Hace caso omiso a la parada solicitada y te deja varias cuadras más adelante de tu destino.

La temperatura bajó, hace frío, una de las guardias del Auditorio Banamex te mira en shorts cortos con medias negras y una sudadera ligera. Nomás de verla me da frío, muchacha. El área reservada para prensa ha sido usurpada por los asistentes al evento. Sostienes la laptop con una mano y con la otra tecleas lento cada texto. Te apresuras a terminar e ingresar a la orden de inicio a barricada para tirar un par de fotos.

De Bosé la elegante y poderosa presencia. Con aires de misticismo, un ente fugaz entre los mortales, de enigmática naturaleza. Versátil en cada melodía. Desde el pop, balada, rock pop, synth pop o hasta reggae.

Me pongo a pintarte, y no lo consigo, después de estudiarte lentamente termino pensando que faltan sobre mi paleta colores intensos que reflejen tu rara belleza.

“Solo pienso en ti” es una de esas canciones que difícilmente estarían incluidas en el setlist. Ese reggae que te dedicaron y cantaron una mañanita camino a casa, con el viento golpeando tu rostro, colándose entre tu tiesa cabellera impregnada de olor a tabaco, rosa venus y Axe Chocolate bajo el abrazo nocturno de algún atractivo rufián.

Ya en la apretujada barricada, ante más de seis mil asistentes a tus espaldas, bien vestidos, perfumados y cómodamente sentados en sus butacas, aparece sobre el escenario el imponente Miguel Bosé. De blanco, luminoso, con esa mirada profunda que traspasa la lente. Fueron trece minutos, de un intro y dos canciones, aproximadamente, de fotos y melancolía.

El mp3 traído del gabacho a rebosar de los mejores éxitos de Bosé. De morrilla escuchar rolitas como “Don Diablo” o “Amante Bandido” ensalzaban los pesados días de secundaria donde la mayoría te tildaba de santurrona. O irte a la cama para amanecer con las orejas adoloridas por los audífonos a tope con “Si tú no vuelves” en loop hasta caer rendida al sueño profundo.

A la salida de barricada “El hijo del capitán trueno” te aceleró el paso para ocupar tu lugar desde el público y disponerte a disfrutar el repertorio. Las señoras no están acostumbradas a las masas, las finas personas te obligan a poner el trasero en la butaca. Difícilmente pueden ponerse de pie para evitar que los de enfrente les imposibiliten la vista y el disfrute. Alzan sus Iphone con el zoom forzado para preservar el recuerdo, inestable y desenfocado, de Bosé en sus dispositivos.

Conforme avanza la noche, una que otra rolita, como “Sereno”, “Duende” o “Como un lobo”, aparte de hacerte sentir transmutar, te ponen a meditar en que Bosé estaba completamente adelantado a su época. Con esa voz tan particular que le concede su toque distintivo. Cada beat, acorde y arreglo bien armonizado. Te catapultan hasta una realidad de psicodelia, misterio y fogosidad.

Cada una de sus canciones resulta una declaración del más puro y apasionado amor. En todas sus formas. Sobre el escenario riega a su paso un montón de rosas rojas que forman parte de su extravagante y a la vez elegante vestuario. En colores vibrantes y de porte pulcro.

Su voz se quiebra en algunas canciones, había estado lejos de los escenarios por un par de años, y a pesar de la pérdida de su voz, no duda en interactuar con su público, compartir unas palabras y agradecer.

“Si tú no vuelves se secarán todos los mares, y esperaré sin ti, tapiado al fondo de algún recuerdo” y ya estás ahogada en llanto. No tienes idea desde qué profundidades emerge ese sentimiento. Ese impulso automático por derramar lágrimas. De suspiros hondos y prolongados.

La atmósfera de esa canción simplemente es inenarrable. Pareciera que entre su melodía circula sangre. Tiene vida propia, late, se regodea de forma desenfrenada hasta la médula. Piensas en tu madre, en las noches que tuviste miedo, de no verla volver, escapando como el silbido de esa canción que te conduce hasta lo más recóndito de algún abismo y luego se desvanece.

De un momento a otro, Bosé te hace agonizar y luego te revive. No miraste a nadie que mantuviera sus nalgas pegadas a la butaca. Aparece con un traje amarillo chillante y los levanta de golpe. “Amante Bandido” es un canto seductor, un cosquilleo ligeramente orgásmico. Altera la feromona y despierta nuestro lado sensual más primitivo.

Devorar, fundirse con el otro, arder en un canto, miradas e intercambio de impetuosas caricias. Yo seré el viento que va. Navegaré por tú oscuridad. De que ardan las pasiones a que ardan los cerros…

Miguel Bosé en Monterrey. Fotografía por Clars
Miguel Bosé en Monterrey. Fotografía por Clars

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