Biblioclastia. O en defensa de la palabra
Para Isaac Gasca las ideas expresadas en la literatura conforman parte importante para el avance de la democracia.
Para Isaac Gasca las ideas expresadas en la literatura conforman parte importante para el avance de la democracia.
Por Isaac Gasca Mata
Puebla, México, 27 de marzo de 2022 [14:23 GMT-5] (Neotraba)
Donde se empieza por quemar libros termina por quemarse a las personas
Heinrich Heine
En las repúblicas democráticas la libertad de expresión es uno de los valores fundamentales que sostiene la convivencia de las personas, regula los estatutos del poder y da cabida a distintas perspectivas para que la voz representativa de sectores sociales diversos se haga valer. La libertad de expresión, colectiva e individual, es una garantía del estado de derecho.
En oposición, los estados totalitarios regulan y reprimen esta libertad de pensamiento mediante medidas restrictivas que sirven para afianzar a determinado grupo de poder en la cima de la jerarquía social, sin oposición que los enfrente desde las ideas. Este panorama deriva en excesos, matanzas, censura. Ejemplos hay bastantes. Las Historia está plagada de ellos: las dictaduras militares como las de Sudamérica en los años 70’s[1], la Alemania nazi y su sistemática quema de literatura considerada subversiva, la inquisición española, la propaganda norteamericana y soviética, etc. El poder conoce la transformación social que ciertas ideas pueden promover y por ello las ataca, las controla, las destruye. Así evita el equilibro en el ejercicio de su autoridad.
Para evitar la censura orquestada desde la cúpula del poder gubernamental y económico los estados que se dicen democráticos idearon leyes y acuerdos para que la libertad de opinión fuera un derecho inalienable. La Carta Universal de los Derechos Humanos afirma en el artículo 19 que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” (https://www.cndh.org.mx › doc › Declaracion_U_DH). En la misma línea legal, el artículo 7° de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos dicta que:
“Es inviolable la libertad de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio. No se puede restringir este derecho por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares, de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios y tecnologías de la información y comunicación encaminados a impedir la transmisión y circulación de ideas y opiniones”.
https://mexico.justia.com/federales/constitucion-politica-de-los-estados-unidos-mexicanos/titulo-primero/capitulo-i/#articulo-7o
Con este panorama legal a favor de la libertad de expresión es difícil entender por qué en los últimos tiempos se padece un clima de intolerancia y desprestigio en el sector editorial. En la actualidad los libros son atacados desde múltiples frentes por personas que se consideran a sí mismas “progresistas”, aunque su supuesto progresismo apunta precisamente a una regresión auspiciada en la censura. Tales grupos buscan lo que Robert Darnton define como un “error ideológico”, es decir, una postura divergente a la de ellos, que les sirve de excusa, por demás injusta, para atacar la obra y al autor que no concuerda con su forma de pensar. Una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad. Un prejuicio gritado mil veces no se convierte en ley. No obstante, sí generan confusión.
Los constantes ataques de los grupos radicales hacia la libertad de imprenta confunden a la opinión pública orillándola a pensar que la censura es una cuestión de iguales, horizontal, justificada, cuando en realidad la censura es otro aspecto de la lucha de clases donde el sector dominante delimita qué se puede pensar y qué no y los dominados son obligados a acatar la regla[2]. Al respecto, en su libro Censores trabajando. De cómo los estados dieron forma a la literatura, Robert Darnton expresa: “La censura como yo la entiendo es esencialmente política y es ejercida por el Estado” (Darnton, 235). Griten lo que griten los paladines de lo políticamente correcto, actuales censores, quizá involuntarios peones del poder, es necesario que en estos tiempos que corren las plumas de autores y autoras se levanten y recuerden a la comunidad democrática que “A la verdad solo se puede llegar a través de un diálogo de opiniones libres disfrutando de igualdad de derechos. Cualquier interferencia con la libertad de pensamiento y palabra, no importa cuán discretas la mecánica y la terminología de la censura, es un escándalo en este siglo.” (Darnton, 237)
En este contexto, la “verdad” no pertenece a quien grita más fuerte ni a quién junta más likes en redes sociales. Si la sociedad acepta esta tiranía estará desperdiciando el sacrificio de decenas de generaciones de hombres y mujeres que pelearon, y en muchos casos dieron su vida, para que la libertad de pensamiento no fuera coptada por el Estado y su monopolio de poder.
La censura ya alcanzó al mundo del arte y la literatura como en aquellos tiempos cuando se quemaban libros como etapa previa a quemar personas. La cultura de la cancelación ha encontrado multitud de voces anónimas que apoyan, muchas veces desde la ignorancia y el desconocimiento de los textos, la supresión de los mismos y también queman, de manera metafórica, el nombre de las y los autores que no coinciden con el juicio anónimo de las masas virtuales adoctrinadas por las redes sociales y cuyo poder radica en un botón de compartir y su actitud, la mayoría de veces, es comparable a la de un animal gregario que sigue el comportamiento de la manada sin reflexionar, tal como confirman los hashtag y los trending topic en Twitter. Tal postura radicalizada preocupa a distintos sectores intelectuales a nivel global pues:
“La banalización de la censura como un concepto contrasta con la experiencia de la censura entre aquellos que la sufrieron. Autores, impresores, libreros e intermediarios perdieron narices, orejas y manos como castigo; fueron puestos en el cepo y marcados con hierro candente; se les condenaba a remar en las galeras durante muchos años, y se les ha fusilado, ahorcado, decapitado y quemado en la hoguera. La mayor parte de estas atrocidades fueron infligidas a los sujetos involucrados en la producción de libros a principios del periodo moderno”
Darnton, 229
En el año 2022 aún no hemos llegado a ese punto de involución. Pero mejor poner las cartas sobre la mesa antes de que los linchamientos en redes sociales y las cancelaciones de libros por censura normalicen esa postura. Tal actitud de los sectores progresistas radicalizados recuerda a los sectores más conservadores del siglo XIX. Según Patricio Pron[3], existió un moralista nortemericano llamado Anthony Cosmtock quien creó la
“New York Society for the Supression of Vice” (sociedad neoyorkina para la eliminación del vicio) en 1872 y se jactaba de haber enviado a cuatro mil personas a la cárcel, llevando a la ruina a decenas de autores y editores, provocado dieciséis suicidios y quemado unas ciento sesenta toneladas de libros. Al igual que muchos censores antes y después de él, no solía leer las obras que censuraba, ya que afirmaba que Adán tampoco había necesitado leer en el paraíso”
Pron, 56
La dictadura opresiva de lo políticamente correcto se muestra en ejemplos actuales como la Declaración de la Conferencia de Directores de Ferias Internacionales del Libro[4] del 2022 donde, afortunadamente, se condena la invasión rusa a Ucrania pero también se censura a cualquier editor oriundo de Rusia y se le prohíbe participar en los eventos para difundir por el mundo la literatura de aquel país. ¿Por qué los directores no se pronunciaron con la misma contundencia contra las editoriales norteamericanas durante la invasión a Afganistán o Irak o el conflicto que sufren desde hace décadas Palestina e Israel? La loable condena a la invasión rusa a Ucrania también parece propaganda de guerra basada en la censura no solo contra el gobierno y los militares de un país, sino contra las ideas de todo un pueblo que no es culpable de las decisiones bélicas. Por los errores de uno pagan todos. Así de superficial es la noción moral del “progresismo” actual.
Otro ejemplo contemporáneo de biblioclastia es la quema de libros perpetuada por grupos radicales ocurrida en la FIL Guadalajara 2019, donde decenas de mujeres encapuchadas quemaron el libro de los autores Juan Manuel Rodríguez y Misael Ramírez titulado “Psicoterapia pastoral” donde se promueve una teoría de conversión para personas LGBT[5]. Personalmente quien esto escribe no está a favor de ningún tipo de coerción que atente contra la libre elección de una persona para ejercer voluntariamente su sexualidad. En otras palabras, no apoyo el planteamiento del libro quemado, pero eso no significa que apoye la incineración del material de lectura pues precisamente la libertad de expresión radica en conocer posturas diferentes y debatirlas, tal vez derrumbarlas con argumentos, pero sin censurarlas ni mucho menos reducirlas a cenizas. Existe una frase atribuida a Voltaire que trae luz a este caso: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. “La libertad de expresión tiene que dar cabida a impulsos contrarios, incluyendo la necesidad de hacerse camino propio en un mundo duro y la necesidad de protestar contra las inclemencias” (Darnton, 235)
Otro ejemplo de violencia editorial es el que vive la autora de Harry Potter, J. K. Rowling, quien por un comentario en redes sociales ahora enfrenta la censura y el desprestigio entre los grupos radicalizados. Tan fuerte es el problema que la autora ha tenido que unirse a otros autores de diversas nacionalidades para firmar la Una carta sobre la justicia y el debate abierto[6], donde se expresa que:
“El libre intercambio de información e ideas, que son la sangre de una sociedad liberal, cada día se vuelve más restringida. Aunque hemos esperado esto de la derecha radical, la censura se está extendiendo de manera más amplia en nuestra cultura: una intolerancia a puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora”.
https://lifeandstyle.expansion.mx/entretenimiento/2020/07/12/j-k-rowling-y-decenas-de-intelectuales-firman-una-carta-contra-la-censura
No es la primera vez que J. K. Rowling está envuelta en un escandalo de este tipo pues antes ya fue presa del ojo censor[7]. Lo que llama la atención en la purga de la opinión pública actual es que la censura ya no viene de rancios sectores conservadores, ahora es difundida y generalizada por grupos autodenominados progresistas.
La cultura de la cancelación no es nueva. La diferencia es que sus herramientas de control se han perfeccionado y masificado al servicio del poder. A pesar de que muchos de sus perpetuadores aseguran y creen estar en contra del sistema establecido no hacen más que legitimar la violencia represiva en contra del libre flujo de ideas. Reza un viejo adagio hispánico que “cuando todos piensan igual nadie está pensando”.
Los libros han generado ideas totalmente transformadoras. Recordemos las letras de la Ilustración que provocaron la Revolución Francesa, momento crucial en la historia de occidente ya que ahí se fraguó la institucionalidad que sostiene a los estados modernos. Democracia, igualdad, equidad y libertad de expresión. Sin embargo, una vez más, en pleno siglo XIX, existen grupos que intentan reprimir los libros porque el discurso de algunos autores y autoras no concuerda con el sentir de los progresistas que se sienten con el derecho de pisotear la libertad de expresión en nombre de la libertad de ejercer su enojo e intolerancia.
“Los regímenes totalitarios ejercen control sobre sus ciudadanos mediante la sustracción de la información que circula en la sociedad. A esta forma de concebir y ejercer el poder le corresponden prácticas de una, digamos considerable trayectoria, como el asesinato y la persecución de los escritores y la destrucción de sus obras y sus destinos” .
Pron, 72
Los grupos radicalizados sienten que su derecho de expresar su desacuerdo está por encima del derecho de las y los autores de expresar sus ideas en ensayos, poemas o ficciones narrativas que no coinciden ideológicamente con las y los nuevos censuradores. Vaya ejemplo de totalitarismo perpetuado en su mayoría desde el anonimato de las redes sociales. Esta violenta impostura ideológica se masificó y demuestra con ello que la persecución por las ideas volvió a nuestra sociedad y que el control represivo del Estado a veces se da desde el poder mismo y a veces desde ciudadanos infiltrados en grupos que se consideran revolucionarios pero, paradójicamente, son involucionarios pues atentan contra el derecho de la libertad de expresión, pues sus líderes o sus planteamientos se fundamentan en la inequidad y la intolerancia. Eso los convierte, voluntaria o involuntariamente, en herramientas al servicio del poder.
La libertad de expresión es un tema complejo. Es cierto que hay tópicos que al leerlos causan incomodidad; ficciones que no fomentan la ética ni la moralidad del lector y que provocan en algunos de ellos, con rasgos de carácter inmaduros y superficiales, una necesidad visceral de cancelarlos[8] para evitar, según ellos, que ideas consideradas peligrosas no encuentren canales de difusión. Aquí es donde apelo al pensamiento crítico para reflexionar en los siguientes cuestionamientos: Si la literatura omite un problema social, ¿éste desaparecerá por arte de magia? ¿Acaso los libros moldean la consciencia de las personas y les enseñan actitudes que posteriormente reproducen? Los únicos libros que persiguen ese fin son los religiosos como la Biblia y el Corán, adoctrinadores por excelencia. Entonces, los progresistas censores, válgame el oxímoron, al fomentar sus prejuicios contra los libros, ¿sólo tienen como referencia documentos religiosos? Los libros denuncian las particularidades de una sociedad y los problemas que a veces describen no surgen de ellos, sino que son un reflejo de la sociedad donde se escribieron. Por lo tanto, la literatura es sintomática, no axiomática. La sociología de la literatura podría responder estas preguntas. Autores como Lucien Goldman, Georg Lukács o Michel Zéraffa coinciden en que es la sociedad la autora primigenia de los discursos literarios pues según su teoría de interpretación y análisis literario
“Cierto conjunto de relaciones sociales concretas, por una parte, y, por otra, cierto estado de cosas ideológico que recubre esas relaciones habrán dispuesto el terreno para la tarea del novelista. El talento o el genio de éste consiste, precisamente, en transcribir (pero sin saberlo, y esta inconciencia plantea un problema crucial) lo que ya se encuentra inscripto en la realidad. Una estructura novelística tiene, en sus aspectos más notoriamente estéticos, un autor inicial: el complejo histórico, social, psicológico e ideológico de que es testigo el novelista. El escritor no instaura una forma. La revela.”
Zéraffa, 52
Para los progresistas contemporáneos es más cómodo censurar los libros que analizarlos, discutirlos y debatirlos públicamente para encontrar soluciones sociales a las situaciones que describen. En este sentido libros como Historia de los burdeles (2009), de Mónica García Massagué, Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015), de Héctor de Mauleón, o Juliana los mira (2016), de Evelio Rosero, podrían caer fácilmente en la antipatía de las y los censuradores con el supuesto de que el primer libro es una historia ilustrada del lenocinio en occidente, el segundo habla de las matanzas que perpetra el crimen organizado en México y el tercero es un ejemplo de pedofilia en los círculos políticos colombianos. A todos nos provocan rechazo los temas tratados en estos libros, pero los lectores críticos consideramos que es mejor compartir su contenido para buscar soluciones a esconderlos detrás de la cancelación. Después de todo, leer este tipo de textos –nada ingenuos– provoca la reflexión compleja en los lectores y, quizá, la posterior comprensión de los problemas sociales que se denuncian en los libros. Basta como ejemplo el camino que ha tomado la sociedad después de la discusión por la equidad de género que se ha llevado a cabo intensamente durante los últimos años. La sociedad ha ido cambiando su comportamiento con respecto a la violencia contra las mujeres. Una consecuencia positiva que se ganó con la apertura a ideas y no con la prohibición de éstas.
En conclusión, es preferible debatir que censurar. En ello radica el crecimiento social. No obstante, los sectores radicales de la sociedad contemporánea insisten no sólo en cancelar cierto tipo de libros, también buscan boicotear, castigar, funar, menospreciar y tumbar la carrera de las y los autores que no son afines a su postura. Cuánto adoctrinamiento, cuánta ignorancia. Después de todo, aunque las y los autores escriban sobre asesinas, violadores, proxenetas, etc., no significa que sean asesinas, violadores o proxenetas. Ni siquiera los hace potenciales criminales. Esta sociedad debe aprender a controlar sus excesos censuradores y evitar las listas negras porque recuerden que “ahí donde empiezan a quemarse los libros termina por quemarse a las personas”.
BÁEZ, Fernando (2004) Historia mundial de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak. España. Ed. Destino
DE MAULEÓN, Héctor (2015) Roja oscuridad. Crónica de días aciagos. México. Ed. Planeta
DARNTON, Robert (2014) Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la literatura. México. Ed. Fondo de Cultura Económica}
DOMINGUEZ, Leonardo (7 de diciembre de 2019) Feministas se manifiestan y queman libros en la FIL Guadalajara. El Universal https://www.eluniversal.com.mx/cultura/marcha-feminista-se-apodera-de-la-fil-guadalajara (Rescatado 11.03.2022)
GARCÍA MASSAGUÉ, Mónica (2009) Historia de los burdeles. España. Ed. Océano
ORWELL, George (2018) 1984 / Rebelión en la granja. México. Ed. Tomo
PRON, Patricio (2014) Libro tachado. España. Ed. Turner
Redacción. (12 de julio de 2020) J. K. Rowling y decenas de intelectuales firman una carta contra la censura. Think like a new man. Life and Style. https://lifeandstyle.expansion.mx/entretenimiento/2020/07/12/j-k-rowling-y-decenas-de-intelectuales-firman-una-carta-contra-la-censura (Rescatado 9.03.2022)
ROSERO, Evelio (2016) Juliana los mira. México. Ed. Tusquets
UNIVERSIDAD DE COLIMA (2022) Enfada a Taibo II censura del mundo contra los escritores rusos. El Comentario https://elcomentario.ucol.mx/enfada-a-taibo-ii-censura-del-mundo-contra-los-creadores-rusos/ (Rescatado 10.03.2022)
VV. AA. (7 de julio de 2020) A Letter On Justice and Open Debate. Harper´s Magazine https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/ (Rescatado 10.03.2022)
https://www.cndh.org.mx › doc › Declaracion_U_DH
[1] “En las décadas de 1970 y 1980 las dictaduras argentina y chilena hicieron de la destrucción de libros y el asesinato de sus autores y sus propietarios una práctica habitual.” (Pron, 68)
[2] “Y si todos aceptaban la falacia que impuso y legalizó el Partido, si los testimonios coincidían en repetirlo, entonces la mentira se inscribía como historia y devenía en verdad. “Quien controla el pasado –decía el slogan del Partido–, controla el futuro. Quien tiene potestad sobre el presente, la tiene sobre el pasado” (…) Todo lo que se afirmaba como verdad, se volvía verdad eterna y continuaría siéndolo. Era simple. Solo eran necesarias una serie de victorias de cada uno a costa de su propia memoria. A esto se le llamaba “control de la realidad”.” (Orwell, 36)
[3] En su ensayo “Censurados / Quemados / Destruidos / Perdidos / Desaparecidos / Represaliados”
[4] https://elcomentario.ucol.mx/enfada-a-taibo-ii-censura-del-mundo-contra-los-creadores-rusos/
[5] https://www.eluniversal.com.mx/cultura/marcha-feminista-se-apodera-de-la-fil-guadalajara
[6] A Letter On Justice and Open Debate https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/
[7] “Las hogueras de libros de la autora británica se han repetido en Carolina del Sur, Iowa y Maine, en todos los casos a manos de fundamentalistas cristianos que consideran que sus libros enaltecen la brujería” (Pron, 69)
[8] Eufemismo que define la arcaica práctica de la censura