BDSM histórico: el tiempo y el arte
Un precepto importante entre el tiempo y la estética: no es posible juzgar al arte de un tiempo con juicios estéticos de otro ya que cada uno atiende a sus necesidades contextuales y sensibles.
Un precepto importante entre el tiempo y la estética: no es posible juzgar al arte de un tiempo con juicios estéticos de otro ya que cada uno atiende a sus necesidades contextuales y sensibles.
Por Mariana Sosa Torres
Puebla, México, 11 de mayo de 2021 [00:03 GMT-6] (Neotraba)
Cualquiera que se haya acercado un poco al arte puede saber que es casi un hecho que nos refiramos a la imagen como el lenguaje humano primigenio, y quien no lo haya hecho, debe simplemente considerarse afortunado.
Los grandes filósofos y artistas se referirán a él como la relación intrínseca y consecuencial entre el trabajo humano y la praxis estética, por mencionar a A. Sánchez Vázquez, uno de los estetas más influyentes en mi quehacer. Si quisiera ponerme ostentosa, abusando de la lógica, afirmaría que el arte es el metaconocimiento autotélico desde la experiencia estética, definición que comprende todas las formas y manifestaciones artísticas históricamente registradas y las sintetiza de manera estúpidamente rimbombante. Pero como me da pereza explicarlo, mejor diré, de manera estúpidamente concisa, que el arte surgió con la frustración hecha necesidad.
Podemos imaginarnos en un escenario postapocalíptico donde somos el último ser humano en el planeta: ¿qué se podría hacer para dejar rastro y memoria de la presencia para futuros habitantes? ¿Un dibujo? ¿Un autorretrato o una figura humana genérica? ¿O un mural de nuestras actividades diarias sobre cómo hemos tenido que adaptarnos y obtener nuestro propio alimento como se ha hecho en las cuevas de Lascaux?
O podemos, con el mismo objetivo –el de especular los orígenes y las funciones del arte–, simplemente recordar la necesidad que tiene un niño de comunicarse: cuando no llora, balbucea, pero antes de aprender a hablar aprende a rayonear por toda la casa y finalmente a contemplar un árbol y a dibujarlo mucho antes que a significarlo nombrándolo como tal. Con estos ejemplos, sin darnos cuenta, estamos incidiendo en el valor semiótico y social del arte.
Por otra parte, si bien el arte surge de manera progresiva de la necesidad de la representación, no reside en ésta como fundamento instintivo sino en la capacidad de la filosofía. En otras palabras, la imagen no es arte en el momento primigenio en que se dibuja al árbol dado que este proceso es no más que la respuesta automática básica a la frustración por la carencia comunicativa, por el contrario, la imagen tiende a ser arte cuando desarrollamos la capacidad reflexiva del discernimiento y cuestionamos la realidad, sus formas y presentaciones y decidimos hacer de ésta representaciones conscientes, y podríamos, inclusive, atrevernos a decir que es en esta evolución epistemológica donde surge también la estética.
Consecuentemente, a lo largo de la historia del arte encontraremos manifestaciones estéticas distintas entre sí. Para ello es importante no dejar atrás el aspecto esencial que transfigura las formas: el tiempo será el que determine las necesidades humanas que reflectivamente exigirán renovación artística. Para entender las diferencias estéticas o la transición de la sublimidad academicista de, por ejemplo, Dante y Virgilio en el Infierno de Bouguereau hacia la magnificencia satírica de la pieza Comediante de Cattelan (o “el plátano con cinta” para los compas) necesitamos entender previamente el carácter determinista de la historia del arte, para entender la historia necesitamos procurar entender el tiempo, y para entender al tiempo tenemos a Heráclito: “nadie se baña dos veces en el mismo río”.
Todo presente cambia y se convierte en pasado. Nadie puede bañarse en el mismo río por segunda vez pues al hacerlo el río y el sujeto han cambiado; el río ha seguido su cauce natural y sus aguas son constantemente nuevas, el sujeto dejó de ser quien se bañó por primera vez independientemente de si lo hizo tres años atrás o hace un instante: todo cambia, y con el paso del tiempo cambiarán los recuerdos también, nos dice Heráclito desde una perspectiva que parece incluso fatalista.
Ya dentro de la inevitable transformación del tiempo, lo que históricamente consideramos arte se supedita a la concepción estética social y ésta a su vez obedece a los intereses sensibles. Es la misma constante la que hace que las propuestas artísticas contemporáneas como las instalaciones oníricas sean diferentes de las pinturas surrealistas de Dalí, y que los memes anecdóticos de hace una década que comenzaban con “como cuando” disten tanto de los actuales bizarros como “bonais de birria”. Me refiero, por supuesto, a la necesidad de innovación y de cambio en tanto la experiencia sensible.
En este sentido, es un error común del pensamiento simplista asumir que lo que funcionó en tiempos anteriores es igualmente funcional dentro de los modelos sociales coetáneos, específicamente hablo de las técnicas artísticas.
Como he mencionado, los medios serán cada vez más provocativos sensorialmente por una gradual necesidad experiencial y comunicativa. Por ejemplo, el arte grotesco es un ámbito poco y muy recientemente explorado al grado de la exaltación sensorial, por ello lo más brutal en el Romanticismo fue Saturno devorando a su hijo de Goya y el grotesco posmoderno va desde las fotografías de cadáveres de J. P. Witkin, pasando por la violencia radical de los accionistas vieneses y hasta las antinaturales y admirables esculturas de Emil Melmoth.
A lo que quiero llegar con la relación entre el tiempo y la estética es esencial para entender la historia y también las entradas próximas, y se resume en lo siguiente: no es posible juzgar al arte de un tiempo con juicios estéticos de otro ya que cada uno atiende a sus necesidades contextuales y sensibles.
Por lo menos para el trabajo del historiador, el gusto y el análisis deben ser como tú y tu crush: nunca se juntan.