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Foto cortesía de Antonio Arroyo Silva. Manipulación digital por Cyanuro.
Foto cortesía de Antonio Arroyo Silva. Manipulación digital por Cyanuro.

Por Antonio Arroyo Silva. Gáldar, abril de 2011.

Antes de entrar en el bosque hay otro bosque esperando, como el corazón de Antonio Machado, otro milagro de la primavera. Todos los seres humanos estamos aguardando ese milagro. Si de la muerte de un olmo resurge la vida, por qué no de la muerte de la persona querida. Y si este renacer no es posible desde el punto de vista físico por qué no renacer del desasosiego, de los hachazos que nos da la vida en el tronco de nuestro ser. La leyenda del ave Fénix: renacer del ocaso de las cenizas. Pero no desapego, no abandono o resignación. Ser ésta la energía que mueve el motor de la vida, la misma que hace soplar al viento que a su vez mueve los pájaros. Brújula del sentido en el fluir de la sangre.

Sin embargo, ésta no es la pregunta que Beatriz Giovanna Ramírez hace a los lectores de poesía. No por qué sino para qué. De ahí la presencia fundamental del epígrafe de Rabindranath Tagore, al principio de este poemario. Esa deidad presente o ausente, llámese Dios o Naturaleza, no va a responder. La respuesta está en el hombre, lo mismo que  en el aire, las rocas o el olmo hendido por el rayo. No se trata de encontrar certezas, sino integrarse al equilibrio de la vida, ir más allá del simple pensamiento antropocéntrico que, por avatares de la historia humana, parte del pensamiento  estigmatizado por un sistema patriarcal que hace que la poeta se encuentre con un lenguaje fronterizo entre éste y su propia visión diferenciada y marginal de mujer que se expresa con todo su estar adentro de sí, pero no como una opción radical y reemplazante, sino con una actitud dialogante. Así el yo lírico dialoga con el dolor que expresa el poeta Antonio Machado por la pérdida de su amada Leonor,  incluso entran en liza el inmenso desgarramiento del desarraigo y exilio. El de ambos. Lo hace desde el lenguaje del amor,  la unión de la carne de ambas poéticas. La unión en el acto amoroso de dos formas opuestas de aprehender la realidad que les circunda, todo desde ese latido de humanidad pura.

Es un hecho que la literatura hispanoamericana por su condición periférica (primero respecto al centro que fue España hasta la independencia, y después respecto a otros centros irradiadores como París o incluso Nueva York), se ha transformado en una visión renovadora dentro del ámbito de la lengua española, y, en este caso, de la poesía contemporánea. En este sentido, y en algunos más que apuntaré a continuación, me parece de suma importancia que una poeta colombiana comience su andadura con un diálogo con los poetas que más la acercan a su patria de adopción, pero siempre desde la cosmovisión y la tradición de ese ultramar, de ese mestizaje vital y poético que, junto a su conciencia femenina, definen su propuesta estética. Me llama la atención el que Beatriz Giovanna haya elegido sólo hombrepoetas como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández. En principio parece un homenaje que  les hace, buscando los territorios de sus versos para que los escuchemos a viva voz. Pero no se queda en la simple evocación o admiración por ellos, sino que interioriza o absorbe esa palabra dicha y escrita, esa atmósfera sensitiva y la funde o refunde a su propia palabra, no ya evocadora sino fundadora. Como si nuestros poetas se asomaran al verso de Beatriz a respirar desde su aliento enamorado. Y con ese amor, “ya no importa si sucio, mal vestido o destrozado”, como dice Roberto Bolaño, tener esa mirada circular que abra la ventana de este poemario, una mirada que va desde el universo literario, desde el bosque de las palabras, a este bosque de los sentidos. Así sentimos el pulso de la tristeza del poeta sevillano y la mirada total y asombrada de Juan Ramón que unas veces penetran en la carne del dolor del sujeto lírico femenino, y otras se licuan en su aliento pausado, envolvente y acariciante, como si salieran de la boca de una Proserpina.

Portada de "Antes de Entrar" de Beatriz Giovanna Ramírez.
Portada de "Antes de Entrar" de Beatriz Giovanna Ramírez.

Sí, Beatriz, la poesía es de este mundo, y en tus manos fluyen los ríos que traen la cosecha de los círculos de Dante. “Leer es recordar la piel de los sentidos”. Cuando leo este poemario tropiezo con la tierra que con su mirada circular triste y hermosa aguarda con la paciencia de una mujer el regreso de los hijos. La voz del campo nos trae un aroma de melancolía, el aroma del café caliente y de la prisa, la magua que busca amparo tras cada vuelta que le damos a la cucharilla para desleír el azúcar en la noche redonda de la taza. Pero no la magdalena, el líquido fluyendo por los labios al morder la magdalena. Con una mordida empezó la verdadera historia de la humanidad, huele a leche cálida, a maresía, a canela. A mujer. Así viene el recuerdo a la piel al poema, esa piel lejana en la piel sensitiva que lee el texto de su propia existencia, en el olor que viene de más adentro.

Leer a Juan Ramón Jiménez. El poeta puro que inauguró el espacio de su respiración. El que recordó la piel de los sentidos cuando se sintió uno en el Uno, que poco a poco se fue desnudando hasta encontrar la esencia de su deseo. Desde aquí mismo le habla Beatriz a sus Arias Tristes  con la lengua del humus de su bosque.

Pero llega el amor pleno. Dicen que el amor absoluto y verdadero es una fusión total entre Eros y Thanatos. En su clímax no saber qué atributos le corresponden a uno y cuáles al otro, ni en qué momento temporal se está. Así que bajo aquella higuera desde donde Miguel Hernández invocó la muerte de su amigo o desde donde descansan sus huesos heridos de cárcel e injusticia, pajarea su alma colmenera para habitar en los altos andamios de las flores de una voz de mujer que penetra en su territorio de la palabra para amarlo por encima de la muerte. Pero no se trata de un amor metafísico, no un amor constante más allá de la muerte quevediano, sino el amor carnal de una mujer que desde el cuerpo de su poema le ofrece la manzana de su desnuda inocencia. Un amor entre filigranas y plumas,  un amor realizado por la magia de la poesía cuando ésta es vida latente. De esta manera, nuestra poeta sufre en carne propia el dolor de Miguel Hernández. Como la misma Josefina Manresa.

“En esta prisión

amarilla de escayolas y quebrantos

van llegando tus cartas

que leo con fervor”.

 

Todo ello entre copos de algodón, que caen no del invierno sino ante el mismo frío de la existencia.

Conocí a Beatriz Giovanna Ramírez una noche cálida de finales de la primavera del año 2010, en el Club de Prensa de la ciudad de Alicante. Yo venía con retraso, pues tuve que hacer escala en Madrid en mi viaje desde Las Palmas. Largo viaje y larga la ilusión por el encuentro al que estábamos convocados por Poetas del Mundo y ANUESCA para celebrar el Centenario del nacimiento del poeta oriolano Miguel Hernández. Allí estaba recitando ella en el momento que llegué apresurado al local. Realmente conocía a Beatriz por Internet, por sus poemas, éstos y otros, por sus palabras llenas de sentido y sensaciones. Una alegría ver que la persona que conocí en esos momentos era la misma que aquélla virtual. Yo, que en ese entonces era un neófito de Internet, pude encontrarme con el abrazo fraterno, con el mismo dulzor que en la realidad de los pixeles. Lo mismo puedo afirmar de estos poemas que ahora salen a la estampa, unos poemas que ya tenían vida propia desde hace tiempo, la que le confirió su autora, gran amiga y cómplice en estos avatares de la poesía y la existencia de la humanidad. Es cierto, Beatriz, el renacimiento del ser humano no está en dejar sin hilos  la madeja de Ariadna, sino en caminar a su lado y de su mano. La mano de una Ariadna niña.

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