Por Andrea González.
“Se debe pensar el sur como si no hubiese norte, pensar la mujer
como si no hubiese hombre, pensar el esclavo como si no hubiese señor.”
Boaventura de Sousa Santos.
Los puntos de discusión más comunes referentes a América Latina resultan del cuestionamiento sobre la dominación que ha existido en el continente desde la época colonia hasta la actualidad. Ésta suele pensarse a partir de los problemas políticos y culturales, es decir en términos de la estructura. Sin embargo un punto de discusión no menos importante es el referente al humano. En consecuencia, es necesario pensar en el actor social como un hacedor mismo de la realidad latinoamericana
La construcción de un régimen político, así como la cultura son temas en los cuales el sujeto se encuentra enraizado en un determinismo, el cual desde el punto de vista de teóricos latinoamericanos, como Bolívar y Martí, puede ser modificado. Por tanto, es necesario plantear como punto de discusión el hecho de que el humano como actor ha creado la realidad latinoamericana en todos sus órdenes (económico, político y cultural), y por ello, al asumirse como agente social tiene la capacidad de modificarla.
Un punto de partida para analizar la dominación que continua en el continente, es el siglo XIX, precisamente porque este siglo implicó la reconstrucción o construcción de los estados-nación posteriores a la época colonial. En este sentido, Gómez Leytón entiende la América Latina del siglo XIX como una América excluyente. Por ello, sostiene la tesis de la existencia de un “consenso autoritario oligárquico”, el cual no incluye a los sectores populares subalternos. Por ende, nos encontramos ante un conflicto de élites, las cuales representaban posturas antitéticas, ya que “la elite política no era representativa del poder económico”. Es importante hacer énfasis en el hecho de que “esa élite política y social era híbrida”, lo cual en términos culturales para Leopoldo Zea significa pensar América como “surgida de la unión”. En consecuencia, el sujeto latinoamericano no era capaz de tener una acción representativa en la configuración del escenario político latinoamericano. Éste estaba definido por un estado central y por el sistema hacendario que imponía una cultura determinada a la población latinoamericana.
Podríamos inferir que el sujeto latinoamericano era un sujeto determinado por el régimen político que América Latina estaba viviendo. Así, nos encontramos ante un sujeto latinoamericano activo de élite y un sujeto latinoamericano inactivo del “bajo pueblo”. Ese sujeto pasivo, que aparentemente no realizaba acciones para cambiar la realidad latinoamericana, se encontraba en un estado de inacción, acción misma que consagraría la dominación.
Como consecuencia, el latinoamericano forja su misma condición política e incluso económica, ya que como afirma Bolívar nuestra existencia política ha sido siempre nula, a tal grado que el predominio económico de la élite en el poder resultaba de su capacidad para apropiarse del excedente generado por las masas. Esta situación debe relacionarse necesariamente con la propuesta de Leopoldo Zea, ya que la inacción latinoamericana, que conlleva a un sometimiento económico y político, es lo que el refiere en términos culturales como “dependencia libremente aceptada”.
Entonces, el sujeto que aparecía como pasivo devino creador de su propio dominio, cuando por cuenta propia decide adoptar “como realidades las que son puras ilusiones”. Los sujetos latinoamericanos son hombres formados “para la servidumbre”. Así el mestizaje representado por lo económico, político y cultural debe asumirse como “combinación de lo superior con lo inferior”, legitimada por el sujeto mismo.
Después de pensar América Latina en términos de un híbrido económico, político y cultural, creados por un sujeto pasivo-activo, es necesario pensar que este sujeto es capaz de transformar la realidad que el mismo ha creado, porque la cultura latinoamericana es una “experiencia de hombres en extraordinarias y complicadas situaciones”. La perspectiva histórica, pero sobre todo humanista de Bolívar y Martí son fundamentales para pensar y repensar a Latinoamérica.
Bolívar con su planteamiento dicotómico de la libertad y la tiranía nos otorga una lección para asumirse como sujeto. Cuestionarse ¿Qué implica la libertad? Lo llevó a escribir: “Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre”, puesto que la independencia “política”, no representaba una libertad humana. Por ello, manifiesta la necesidad de su relativización. Para Bolívar las leyes, pero sobre todo el buen gobernante y el hombre virtuoso, conducirían a “un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz”. La ruptura de lo biológico para asumir lo social de la igualdad otorga una capacidad al actor de transformación.
Por otra parte, en “Nuestra América”, Martí se pregunta ¿quién es el hombre?, y aunque parezca tener un carácter ontológico, es con este tipo de preguntas con las cuales se pude generar una nueva Latinoamérica. Reflexionar el ser nos prevendrá de lo que Zea observó como el querer “dejar de ser lo que es para ser otro distinto”, en el sentido de una imitación. Se debe pensar en ser otro, pero más bien en el sentido martiano de la creación, la cual culminará en una materialización de lo político. Finalmente “el problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”.
Martí lleva a cabo una ruptura con el pensamiento europeo, en tanto se aparta de la percepción darwinista, “pensar humanamente y no biológicamente”. De su premisa de la unidad, afirma que “se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él”. En este sentido su concepción de latinoamericana proporciona uno de los elementos más importantes para su emancipación. La declaración “No hay razas” nos lleva a una concepción romántica de la humanidad, la cual debe culminar en “la unión tácita y urgente del alma continental.”
En conclusión América Latina debe pensarse en términos históricos, como dominación económica, política, social y cultural; creada y aceptada por los mismos sujetos latinoamericanos. Si bien es cierto que la estructura ha acentuado nuestra condición de dominados, es necesario el constante cuestionamiento sobre la construcción que el sujeto latinoamericano ha creado sobre sí mismo. Por tanto, el constante cuestionamiento sobre el ser latinoamericano podría liberarnos de aquellos atavismos que aún nos aquejan, ya que éste al implicar una construcción puede deconstruirse para concretar una liberación. El sujeto latinoamericano debe pensarse como un ser determinado, y al mismo tiempo como un ser determinante.