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Ecuador, 6 de abril de 2025 (Neotraba)

–¡Ven que te bailo una salsa! –se la escuchaba decir mientras guiñaba un ojo y sonreía, pícara, vivaz, la candela emanaba de su vientre como un caldero puesto al fuego, sus caderas se mecían con soltura y sus piernas se erguían victoriosas, toda ella era sexo, bulla, toda en ella exudaba notas sensuales y alegría. Su llegada a cualquier lugar era una suerte de vorágine desordenada, sus cabellos se enredaban en intrincados nudos y jugueteaban con el viento que se le cruzaba a su motocicleta italiana, llevaba varios bolsos con diferentes faldas, pantalones y zapatos, “todo tiene un propósito” decía disculpándose por el rebulicio de su presencia voraz, cuando en los casilleros no alcanzaban sus cachivaches. –¡Qué baile la reina! –gritaban hombres y mujeres emocionados con su llegada, la noche seguramente traería mucho sabor y salsa, ella había llegado. Difícil imaginar que una vez que salía de la pachanga nocturna, “La Reina” se dejaba caer como un naipe en su lecho solitario. Los tacones, las faldas brillantes, el escote pecaminoso, todo desaparecía, su timidez congénita daba rienda suelta a su ser callado, su batería de interacción humana estaba completamente agotada y esos momentos de silencio y soledad eran realmente bienvenidos, necesitados. Nadie podía concebir tal soledad, cualquiera la imaginaba entre amantes, algazaras y pecado, mientras ella huía despavorida apenas daban las 12, como la cenicienta, buscando paz y volver a ser ella, despojándose de los brillos, bañada en su propio sudor. El tiempo y la costumbre la hacían olvidar que amaba bailar, se había convertido en una rutina apenas tolerable, cuando se desentendía de las miradas lujuriosas y se envolvía en las notas cálidas de una salsa de antaño o una cumbia colombiana, sentía el calor de la luz como el camino al mismo cielo, sus ojos miraban fijamente y una sonrisa brotaba de forma natural, los brazos espontáneos se alzaban con gracia, se podían notar los años de ballet clásico, las piernas obedecían a las caderas y los pies agradecían el movimiento, entonces ella era feliz. Luego, salía de ese momento mágico, para recibir aplausos libidinosos y miradas esquivas de colegas que desaprobaban las nalgas protuberantes y los pechos bamboleantes. Tenía una rutina que privilegiaba el silencio y los pensamientos propios, cerraba la puerta de su pequeña suit, se despojaba de las ropas con prisa, en medio de su caminar pausado dentro de casa, iba analizando su lugar seguro, miraba con orgullo una que otra pieza de decoración comprada con esfuerzo y baile, luego se detenía frente al espejo y repasaba las curvas que había aprendido a amar, pese a que muchos maestros de ballet clásico las desaprobaban de tajo; con inmensa inteligencia y perfecto conocimiento de sus propias limitaciones y proporciones de su cuerpo, prefirió dedicarse a los ritmos tropicales que siempre la llenaron de sensaciones, lo hizo varios años, pero las competencias de baile deportivo fueron minando su propia creatividad, a merced de coreógrafos celosos que no daban cabida a las propuestas de la bailarina impertinente y que finalmente lograron desterrarla de teatros y eventos, para llevarla a buscar consuelo en escenarios menos decorosos. Le decían “La Reina”, por bella, sin duda, pero también por su forma de bailar, nadie podía negar su talento, aunque finalmente, era solo una “salsera” con conocimientos técnicos. Se recostaba entre sábanas que emanaban aromas a lavanda y vainilla, se sumergía en sueños livianos que le permitían descansar, pero también, de a poco, ir pensando en pendientes y compromisos de los días siguientes, pasos nuevos, vestuarios, poses, entrecerraba los ojos, lograba un sueño profundo y luego, sus propios pensamientos la hacían despertar de golpe. La vida fue corriendo entre sus pies cansados y su cuerpo pujante. Fue una de esas noches, entre el murmullo de la tv y la madrugada que maullaba, que, al entreabrir sus ojos, se encontró con la figura del mismo Diablo –Hola morena –le dijo, con seguridad, ladeando una sonrisa encantadora. Ella, petrificada y sorprendida, se quedó en silencio, cerró sus ojos, pensando que era una pesadilla o la recordada parálisis de sueño que la había aquejado un par de veces hace varios años, pero al abrir sus ojos, El Diablo seguía ahí, mirándola descarado, ella cubrió su desnudez y se sentó de un salto, aún en silencio y con mil preguntas que atiborraban su garganta, alcanzó a exhalar un grito marchito, apenas perceptible, inquietante más bien, como debe ser el último aliento de un moribundo; pensó que moría, mil pensamientos le llegaron de súbito: ella bailando en la sala de la casa de sus padres, un vals de Strauss sonando repetidamente, la maestra de ballet clásico de cuando tenía cinco años, las amigas que la ayudaban a aplastar sus senos crecientes para que no lo noten en la escuela de ballet, luego volvió a la mirada penetrante del Diablo que la esperaba paciente, se fue acercando a ella con cierta precaución, su rostro era afable y atractivo, sus cuernos brillaban cada que un automóvil cruzaba la esquina y el espejo del cuarto reflejaba sus luces, su traje le otorgaba una presencia imponente y varonil, esbelto, curioso, dio un par de pasos más para darle tiempo a que ella salga de su sobresalto. –Vine a hacerte una propuesta –le dijo con su voz melodiosa.

No tuvo mucho tiempo para pensarlo, finalmente, era una propuesta inusual, siempre le agradó lo raro, no perdía nada más que tiempo, había soñado con dar clases, qué más daba si era en el infierno y por unos pocos meses. Aceptó sin mucho miramiento, revisó el contrato que un demonio le entregó, el Diablo era un empresario serio, gozaría de beneficios legales y hasta un bono por buen desempeño, no tenía que morir, así que podría volver y ponerse la escuelita de danza con la que siempre soñó. –Vamos, jefe –le dijo con renovada confianza. El Diablo estaba complacido, nunca nadie se resistía a sus propuestas, –El truco –decía– está en darles un bono de desempeño, los humanos y sus sueños incumplidos. Efectivamente, “La Reina” tomó varios vestuarios, pantalones de entrenamiento, camisetas cómodas y pares de zapatos, estuvo lista muy rápidamente, luego un Diablillo apareció para indicarle que se encargaría de los asuntos de tipo administrativo como pago de arrendamiento y servicios públicos, para que no tenga problemas con su arrendador, obviamente, toda esa estructura y orden, la llenaban de seguridad, jamás tuvo un empleador tan bueno. “Profesora y coreógrafa” indicaba el encabezado del contrato que firmó, con diligencia El Diablo le habló de sus funciones y del “desafío final” que enfrentarían las almas que se someterían a las clases de baile que ella imparta. –Muchos murmuradores en el infierno te conocen, me hablaron de ti y creo que eres lo que busco para este trabajo –dijo El Diablo mientras ella firmaba el contrato sin hacer más preguntas. Se la llevó a sus confines sin más charlas ni pérdida de tiempo; llegaron a un lugar completamente diferente al que “La Reina” alguna vez había imaginado; quiso conocer a las almas murmuradoras que la “habían recomendado”, seguramente se trataría de algún conocido y efectivamente pudo reconocer a varios vecinos del barrio en el que creció que siempre pedían a gritos que bajase el volumen de la música que ella colocaba para sus repasos nocturnos. Comprendió “La Reina” que debía enseñar varias coreografías a los penitentes que se encontraban en el salón de repasos; apenas cinco de ellos, los que realicen mejor trabajo, serían escogidos para un ascenso a “Demonio Torturador”, posición prestigiosa y buscada. El Diablo, que era un admirador de todo arte, hacía este tipo de concursos de vez en cuando para mantener un buen clima laboral, según lo que él mismo declaró con orgullo. El trajín cotidiano y los ensayos transcurrieron como si se tratase de una película en cámara acelerada, los pasos, las coreografías, el proceso creativo, la música, “La Reina” se envolvía por entero en la dicha del baile y su imaginación desbordaba. Se reencontró con varios familiares y examantes que la miraban a la distancia, no eran permitidos los acercamientos de cualquier tipo y ella tampoco los buscó, se dijo a sí misma: –Ya habrá tiempo cuando regrese una vez que muera. Seguramente el infierno sería su destino, ella era realista y tras una pequeña deliberación con su misma conciencia, llegó a la conclusión de que “una santa no era”, pero que de pronto podría optar por un ascenso a Demonio Torturador si es que hacía un buen trabajo, debía asegurar su eternidad y esta era una buena oportunidad. “La Reina”, acostumbrada siempre a su autoexigencia, propició un ambiente favorable para el aprendizaje. Por su parte, El Diablo la miraba complacido, reconocía en ella el talento desmesurado y la pasión, cautivado la miraba mientras ella, ajena a todo, vaciaba su corazón entero en una salsa, sus tacones brillaban, “La Reina” se estremecía con los timbales: “dos, tres, cuatro” y extendía sus brazos cuidando que los codos no caigan, que el torso permanezca erguido, que el cuello se alargue y los hombros no suban, sus largas piernas seguían el compás del ritmo elegido, entonces sus ojos se transformaban, su boca no dejaba de sonreír, en ella se adivinaba una suerte de leona concentrada, una felina de movimientos oportunos y delicados que comulgaba con la música, un corazón que bailaba. Los pies dibujaban círculos, figuras en movimiento, su cuerpo se acomodaba con paciencia a los alumnos más lentos, se zambullía sin dudarlo a las faenas extensas de la creación y la expresión, el sentimiento arrebatado la dejaba sin aliento, su mente no dejaba de trabajar recordando pasos ya enmohecidos, estudiaba con afán ritmos que alguna vez aprendió, descubría talentos ocultos en sus alumnos y con gran intuición elegía las mejores piezas para cada uno: –Cuando bailes, piensa que estás haciéndolo para los que ya no están contigo, para esos de los que te despediste y que no volverás a ver –les decía a unos pocos que bailaban tango o flamenco, recordaba lo que le solían decir al oído sus propias maestras mientras ella, entregada al dolor desbordado de la canción, sacudía sus lágrimas, imaginando a su madre sentada en el sillón de la sala, mirándola y aplaudiéndola, así como hace tanto.

Había llegado el momento, si El Diablo respetaba el contrato, esa noche sería su última en el Infierno, lugar acogedor, pensó sorprendida “La Reina”, mañana únicamente tendría que entregar su lista de escogidos y su labor habría terminado. Ella sintió de pronto el sinsabor de la despedida, de lo incontrolable y final, la soledad profunda del adiós; se miraba al espejo, contemplaba su cuerpo vestido para la ocasión, tomó el cuaderno de notas y salió de su cuartito con el ceño fruncido de los maestros en día de examen, se había tomado su papel de instructora con seriedad y profesionalismo, como todo lo que ella hacía en general; cruzó los “Laberintos de la Crueldad” y las “Salas de Tortura para Banales” mientras las almas la miraban en silencio respetuoso, habían dejado su martirio habitual para asistir a la presentación final, una noche esperada, diferente, ella había llenado el teatro de burbujas, música exótica y mesas dispersas, los concursantes se habían esmerado en su vestuario, los camerinos estaban repletos, se sentía la camaradería de artistas en pre estreno, ella circulaba a sus anchas en un ambiente de nervios, cuerpos estirándose, zapatos sudorosos, desnudos asexuales, gel y carmines encendidos, jamás se sintió tan viva, tan respetada, tan vista. La noche fue todo un éxito, un repertorio sensacional, bailarines esforzados, casi suplicantes de oportunidades, expresiones a piel de gallina, posturas, sonrisas, concentración, nervios, retoques de último momento, en fin, se sentía como en casa, entre aplausos y felicitaciones, abrazos con palmadas, manos que se apretujaban con las suyas, miradas cómplices y lágrimas de alegría, los frutos del esfuerzo, ella reconocía cada sensación, todo le era muy familiar pero también lo sentía lejano, había dejado esas sensaciones tumbadas en su sofá del cuarto en el que vivía cuando estaba en La Tierra, las había olvidado como si fuesen un recuerdo en pausa y polvoriento, hace mucho ya, años, pensó ella con tristeza, pero esa noche no, esa noche retomó toda esa dicha, la hizo suya, se estremeció con todo lo que la invadía completamente, estómago alborotado, se dejó llevar sin miramientos ni timidez, supo entonces que jamás volvería a experimentar algo así, se sintió afortunada por haber sido escogida, meditó un poco y se sobrecogió, en medio de sus cavilaciones se dio cuenta de que entre todos los bailarines que hay en el mundo, un personaje tan importante e histórico como El Diablo, la había escogido a ella. ¿Qué la hacía tan especial? ¿Por qué razón la escogió a ella? ¿Qué vio en ella que ni ella misma veía? Una vez que el teatro se quedó a solas, ella pudo respirar profundo, su mirada se había llenado de lágrimas que recorrían a paso lento su rostro feliz, algunas fueron a parar en el suelo, pero las más suertudas, se fundieron con su cabellera anochecida, estrujó contra su pecho los ramos de flores encendidas que la apabullaron esa noche, se abrazó en el silencio de las butacas vacías y la calma de los vestuarios desordenados, la brillantina que cubría el suelo, medias rotas, accesorios olvidados, todo estaba inerte, fue entonces que, sentada en el piso del escenario, recapituló sobre sus meses en El Infierno, las largas caminatas junto al Diablo entendiendo el objetivo de su estadía, la audiciones interminables, los encuentros inesperados y los esperados también, las coreografías que surgieron casi de forma natural, como si hubieran estado en su mente desde siempre; los ensayos, los imprevistos, la emoción del trabajo bien bailado. Era hora de escoger a las almas que habían realizado el mejor trabajo para que puedan solicitar su anhelado ascenso. Sabía que en sus manos la responsabilidad de esa elección era inmensa, debía, necesariamente, hacer una elección a conciencia; para ello se valió de sus apuntes a lo largo del proceso, tomaría en cuenta las habilidades descubiertas, la entrega mostrada, la técnica desarrollada, la actitud durante los ensayos, la presencia corporal, el potencial futuro y el corazón, no podían olvidarse del corazón. –De una aventura así, alucinante, efervescente, única, irrepetible, no se sale indemne, serás mía siempre –le dijo El Diablo– pensarás en mí y cuando bailes, lo harás por mí, porque aquí se queda tu corazón, bailarina de alma bella. Ella lo miró como miraba a cada uno de los que la amaron, pudo adivinar en esos ojos brillantes, todas las lágrimas que se agolpaban, las súplicas, las preguntas, la desolación, no, ella no podía amarlos, no como ellos querían ser amados. Él la miró sabiendo que jamás sería suya, esa alma bella era para los cielos, pecadora, impúdica, libre, bailarina, pero bella a fin de cuentas, pura, de esas que se detienen a admirar los atardeceres y descubren lo hermoso en la cotidianidad, pura, de esas que se entregan al deleite de los sentidos sin culpas ni temores, saboreando los aromas, sintiendo el viento y la calidez como si fuese una gota de agua en sequía. No sirvieron las súplicas, ella regresaría a lo suyo, a su sofá maltrecho, a sus danzas elaboradas, a su soledad infinita. El Diablo apaciguó el desaire con temple, ella se sobrecogió con esa dignidad repentina que supuso su inmediato silencio, no le rogaría, la dejaría marchar, volvería a lo suyo, después de todo, las bailarinas siempre hacían lo mismo, lo dejaban sucumbir mientras le bailaban con el corazón lejano y comprometido en otros menesteres, pero él, necio, seguía enamorándose del movimiento. “La Reina” lo besó en la mejilla, le guiñó el ojo con soltura y descaro, se acercó aún más para acariciar uno de los cuernos que brillaban con el reflejo de las llamas lejanas, pudo percibir su aturdimiento, su deseo, su impotencia y aun así, admiró su impavidez, en silencio, un descompuesto Satanás, la miró marcharse, “La Reina” sabía perfectamente el camino de regreso, fue desapareciendo entre torbellinos y sombras.

Despertó sobresaltada, abrió los ojos con fuerza, se dio cuenta de que estaba entre sus sábanas, fue volviendo en sí, a su terrenalidad, abrió los ojos de golpe, asustada con lo real que le resultó su sueño, el detalle, los sentimientos, hizo a un lado los trajes relegados al apuro y las cobijas mal tendidas, respiró profundo, tocó su cuerpo con el único afán de comprobar sus palpitaciones y sentir su piel tibia. –Era un sueño –se dijo en voz alta mientras volvía a acostarse mirando al techo. Podía recordar cada detalle, sobre todo, sentir aún esa tristeza absoluta del adiós; quiso analizar el significado y entender lo que su propia mente había creado, aunque ese análisis no era necesario, ella sabía perfectamente lo que pasaba, era hora, debía hacer planes, el diagnóstico que había recibido hace varias semanas lo exigía, y ella, terca y empecinada, se negaba a comprender, tampoco se había dado a sí misma tiempo para poder asimilar todo lo que vendría: el temor, los dolores, la necesidad de acudir a otros, la paulatina inmovilidad que a gotas iría absorbiendo su cuerpo. Abrazó el papel que con cuidado había guardado junto a su cama, recordó esa tarde de hace poco, al doctor que con palabras secas voceó la sentencia repleta de tecnicismos, tratando infructuosamente de explicar con simpleza lo que ella ya no escuchaba, lejana, absorta, aturdida por los ojos esquivos del galeno, se dejó llevar por el vaivén y los escalofríos, vino a su mente aquella desconocida que presa de su catre hospitalario, luchaba por morir dignamente entre papeleos y abogados, ella padecía el mismo mal, pensó aterrorizada. Salió a empellones del recuerdo, tomó el papel con decisión y lo leyó: –Esclerosis Lateral Amiotrófica… ELA –murmuró con voz lenta y ahogada, dos, tres veces, entonces le sobrevino el recuerdo de su primera clase de ballet y la figura que dibujaban sus pies calzados de las zapatillas de segunda mano que su hermana le heredó; repitió por una cuarta ocasión, esta vez con plena conciencia pero con el mismo vacío en el estómago: –ELA, fue entonces que recordó los ojos del Diablo de sus sueños y lloró. Sus cavilaciones la llevaron a comprender que en su sueño ella era El Diablo, en su sueño el baile era ella. Se descubrió entonces, vulnerable, entendiendo que se le iba el alma, que de a poco se iría despidiendo del movimiento, lo miraba marcharse, digna, estoica, aturdida, rabiosa, incrédula, impregnada a veces de optimismo desmesurado e imposible para que luego venciera la lógica, de un momento a otro la empapaba una aceptación digna que llegaba a galope; “La Reina” se quedaría allí, en el infierno de todo bailarín: la quietud. Su propia conciencia la convenció de la irrefutable necesidad que tendría de acostumbrar a su mente a danzar a solas hasta que llegue la hora de partir, se aferró a la idea de sentir la música e imaginar los movimientos, sería la única forma de sobrevivir. Amaba tanto su cuerpo y el encanto del movimiento que no se atrevía a quitarle minutos a su corta vida, estaba dispuesta a vivir en el infierno, con tal de vivir.


Tania Micaela Ramón Naranjo
Tania Micaela Ramón Naranjo

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