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Hasta la mesa de redacción de Neotraba han llegado estos textos, los cuales reproducimos íntegros desde los enlaces que se señalan. Hemos decidido publicarlos porque consideramos que son noticias que afectan a la literatura y a la cultura mexicana. El autor de los textos es el poeta Antonio Cienfuegos.

EL PRINCIPIO DEL FIN 

(http://poesiaycorrupcion.wordpress.com/2012/03/02/el-principio-del-fin/)

2 de Marzo

Ahora es la hora de mi turno

el turno del ofendido por años silencioso

a pesar de los gritos

Callad

callad

Oíd

Roque Dalton

intro

Escribo esta historia, no por ustedes, sino por mí. La escribo porque la necesito escribir, porque no puedo salir a la calle y ver tanta miseria en el país, para después llegar a mi casa, y ver por internet las incontables infamias que cometen (y en las que en su momento participé) los poetas de la República de las Letras Mexicanas. Escribo esta apología no para lavar mi nombre ni mi alma, soy más humilde, sólo aspiro a cambiar el mundo. Estoy harto de vivir en la miseria histriónica del engaño y del egoísmo. Estoy solo en esta batalla y son grandes las cabezas de Escila y son monstruosas las fauces de Caribdis, sin embargo tengo la espada más filosa, el arco más certero, el machete más oxidado: la verdad.

Me gustaría que esta historia fuera ficción, me gustaría que todo lo que estoy por contar, no fuera más que parte de alguna novela de Federico Vite sobre las fisuras del continente literario, pero no, trágicamente, todo lo que tengo que decir es verdad, sucedió en un tiempo y espacio concretos, con escritores casi ficticios, dignos de una película de Woody Allen, pero más bizarros. Poetas con unas ansias indescifrables de poder, de prestigio, de reconocimiento, de fama, por ser reconocidos como “poetas”. Cuando ese es un reconocimiento que no se puede ganar o perder, sólo se puede escaldar en la mente, porque sólo se necesita uno mismo para ser poeta, los demás son lo de menos.

Porque a final de cuentas, no hay mayor dignidad que la denuncia, sólo por medio de la denuncia se puede terminar con las corruptelas de un país cada vez más decadente, donde la corrupción y el clientelismo se pueden derramar a toda Iberoamérica, extendiendo las prácticas de la política nacional al campo literario, en concreto: la poesía. Vehículo por el cual dichas prácticas expanden sus tentáculos, a otras culturas, a otras naciones menos pervertidas, más inocentes, porque no hay mayor perversión que la corrupción maquinada.

Érase una vez un niño que soñó ser poeta

Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos

Antoine de Saint-Exupéry

Supongo que todos tienen sueños desde niños, supongo que Alí Calderón soñó desde niño con ser poeta, y cómo no, si desde pequeño vio entrar y salir de su casa muchos otros poetas como Héctor Carreto, Fernando Quirarte, Ignacio Trejo Villafuerte, etc., su mismo padre siempre lo llevó por el bueno y generoso camino de la poesía. Seguramente nos debimos conocer a los trece años, porque yo ingresé a una secundaria de la que él acababa de salir, pero no. Fue hasta la preparatoria que nos conocimos, los dos íbamos a la pseudocárcel llamada Gral. Lázaro Cárdenas del Río, preparatoria de la BUAP (generación del 97), él iba en el grupo A y yo en el B. Yo sólo fui a la preparatoria a meter caguamas a los salones de manera apócrifa, y a romperme los dientes con el primero que se me cruzara, jamás pasamos más allá del saludo en los pasillos el primer año. Siempre le decía a todo mundo su famosa cita preparatoriana: “Cuando hayas leído más libros que yo, hablamos”. Desde entonces siempre fue un tipo que minimizaba a la gente que no tenía aprecio por las letras (como si, a final de cuentas, fuera lo único que existiera en el mundo). No fue hasta segundo de preparatoria que nos tocó compartir aula, yo ya estaba a punto de ser expulsado por mis irregularidades académicas, así como por mis constantes peleas callejeras con mis compañeros, y por haber amenazado a un profesor por una mala nota que me puso, así fue como llegué a segundo A, el mismo salón de Alí Calderón. Él, por supuesto, siempre fue menos belicoso, era consejero académico, mientras yo me dedicaba a beber y seducir a la compañera que se dejaba, mientras tanto él tuvo que pagar su buen promedio con la abstinencia (precio demasiado caro para mí). Alí pasó toda la preparatoria sin ponerse una borrachera, una buena peda, cosa que yo hacía casi siempre todos los viernes en la legendaria “Hacienda de Don Porfirio”. Él terminó con un promedio de 9.8 y yo con unos dos puntos más abajo.

Mientras yo siempre tuve una mi vida facinerosa y mundana, Alí se encargaba de comenzar a escribir poemitas, poemitas desde el principio cursis. Recuerdo claramente cuando, en tercero de prepa, le aceptaron sus primeros poemitas en un blog auspiciado por la revista literaria “Letras Libres”, blog para puro escritor amateur, dichos poemas se los publicarían después en el suplemento cultural del periódico “Síntesis” llamado Catedral (ahora seguro están perdidos esos primeros malos poemas). Según recuerdo su poema más celebrado era uno muy cursi, trataba de una adolescente tirada de bruces sobre su cama pensando en su novio, creo que aún siguen siendo esa la tónica de sus versos, por eso a mí me parecen malos, porque no tiene tema, Alí Calderón es un poeta burgués que no tiene nada que le interese a nadie leer ¿Por qué? Porque no ha hecho de su vida más que posicionarse y formar sus cotos literarios, jamás se ha comprometido con lo que ha escrito. Su mejor experiencia ha sido los constantes desprecio recibido por las féminas.

Después, entramos a estudiar Literatura en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánicas. Ahí todos los profesores se encargaron de aseverarnos (como lo siguen haciendo ahora) que nunca seríamos poetas, claro Alí sí, porque su padre ya lo era, ya tenía la mitad del camino andado, y que aquí no se malinterprete esto que escribo como envidia, porque no es por ahí el camino, sino que simplemente hago una radiografía de cómo se gestó un poeta que a la postre se convertiría o intentaría convertirse en un cacique de las letras mexicanas. Yo en la universidad no había cambiado mis hábitos dionisiacos, y pronto comencé a jalar con los escritores Ricardo Cartas, Rodrigo Durana y Víctor García, todos ellos más grandes que yo, los cuales tenían un grupo llamado “Los Ultracostumbristas”, para el segundo año de universidad, Ricardo Cartas publicó su primer libro, así como Víctor García su primer poemario, cosa que a mí, a mis veinte años, me apantallaba. A Alí Calderón siempre lo segregaron, siempre lo apartaron de todo ese minimundilloliterario de la ciudad de Puebla a principios del milenio.

No fue sino hasta finales del 2002 cuando el poeta Guillermo Carrera nos contó que el poeta José Vicente Anaya, a quien él admiraba y admira mucho, estaba dando un taller de poesía, taller al que ese año asistió Víctor García Vázquez, Verónica Estay, Roberto Corea y  Arturo Vázquez. Memo, Alí  y yo, sólo fuimos a la última sesión de aquella camada. Al año siguiente nosotros nos apropiamos del taller durante más de tres años. Para enero del 2003, al taller de poesía auspiciado por la Secretaría de Cultura de Puebla, asistíamos: Alí Calderón, Guillermo Carrera, Carlos Conde, Rubén Márquez y yo, así nos mantuvimos durante casi dos años (cabe mencionar que todos éramos estudiantes de letras de la misma generación: la 2000), creando desde entonces, un círculo cerrado de estudio con Anaya como figura de vate. Círculo que segregó a todos los que asistieron, e intentaron integrarse al grupo, no fue sino hasta los últimos meses del taller que se incorporó Jorge Mendoza, quien asistió a la misma preparatoria que Alí Calderón y yo, y desde la preparatoria todo mundo lo conoce con el apodo/alias de el Lic., y así me referiré a él en los posteriores capítulos, cabe resaltar que el Lic., siempre fue el patiño de nosotros en la universidad, siempre fue vilipendiado por mí y, sobre todo por Alí, quien durante mis tres años de universidad (terminé la licenciatura en tres años) siempre lo suprimió como intelectual, cosa nada rara en Alí, por mi parte, yo sólo me burlaba por su incompetencia con el sexo opuesto. Recuerdo que un día siguió a una chica hasta la parada del camión, para luego subirse al mismo camión con ella, y ya ahí le declaró su amor, la chica toda asustada obviamente, lo despreció. En otra ocasión le regaló un poema a una buena amiga, poema que lastimosamente mi amiga perdió, pero que decía algo como esto: “Haikú de verano / Mirada de Aleteia / Ojos de almendra…”, con eso basta para comprender por qué jamás volvió a escribir poesía y se dedicó a imitar mediocremente a Alí Calderón, a imitar y a seguir órdenes.

En el taller de Anaya aprendimos muchas cosas, lo que más recuerdo, era que el poeta siempre nos insistía en la “honestidad poética”, palabras que aún ahora resuenan en mi mente. La verdad, el único mediano poema que llevé en aquella ocasión fue uno llamado “Yarumela” que se publicó en Alforja en el 2004, Memo era de los que escribía mejores poemas; Alí, por ese entonces, estaba enamorado de una chica que estudiaba psicología llamada Valentina, sólo una vez se atrevió a hablarle, y lo más inteligente que pudo decir es: “qué caricaturas te gustan”, a esa chica le escribió todo el poemario de Imago Prima, llevó varios de esos poemas al taller antes mencionado, y lo que siempre se le festejó fue su “pureza técnica”, su “limpieza de verso”, su calidad para hacer metáforas, pero metáforas sobre qué?? Metáforas sobre el amor prepubescente, creo que a nadie le interesa eso en un país hastiado de violencia, con miles de problemas más profundos que la frustración amorosa de un adolescente. Sin embargo con esos poemas logró dos cosas que marcarían su rumbo: la beca de la “Fundación para las Letras Mexicanas” y el premio “Ramón López Velarde”. Es sabido por todos que en ambas situaciones José Vicente Anaya fue jurado, él lo metió a la “Fundación” en el 2003, así como él mismo le dio el premio “Ramón López Velarde” 2004. El poeta Anaya siempre tuvo una mejor relación con el poeta Memo Carrera, me pregunto si le hubiera dado la beca de la “Fundación” a Memo (o ¿Por qué no se la dio a Memo?), cómo hubiera cambiado el rumbo de la historia, seguramente hubiera sido diametral. Preocupa el “cómo” de la legitimación temprana que tuvo Alí, ya con un equipo de trabajo formado “en automático” con los poetas del taller de Anaya, todos amigos (Rubén, Carlos, Jorge y yo), el único que se separo por principios fue Memo Carrera, quien siempre tuvo una integridad poética admirable, los demás tuvimos que seguir a Alí, todos sin duda, por ansias de figurar (como aún ahora lo siguen haciendo los que están ahí). Alí ya tenía en mente la fórmula para obtener el poder. El problema del “cómo” se legitimó es lo que importa realmente, porque detrás de ese “cómo” está toda la corrupción de los manejos de la poesía en México. En ambas situaciones, Anaya conocía los poemas de Alí, eso deslegitima, por supuesto, ambos laureles. Detrás de esos dos iniciales premios, subyace la forma con la cual en un futuro operaría “El Círculo de Poesía”: el amiguismo y compadrazgo.

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The Rise Of Alí (O La Risa de Alí)

(http://poesiaycorrupcion.wordpress.com/2012/03/07/the-rise-of-ali/)

7 de Marzo

“Cuanto más grande es la mentira, más gente la creerá”
Adolf Hitler

El ascenso al poder de Alí Calderón jamás se hubiera concretado sin el taller de Anaya, como ya lo dije anteriormente. Pero tampoco sin la disciplina académica de sus cuatro lacayos: Rubén, Jorge, Carlos y yo. Cabe resaltar que yo siempre fui el más valemadre y desobediente, a diferencia del Lic. o de Carlos, que sí se lo tomaban todo muy en serio y, aparte, eran unas “máquinas de trabajo” (Alí dixit), de quienes sacó el mayor provecho posible. El hecho de que los cuatro fuéramos poetas sin talento alguno, simplemente facilitó la supeditación al príncipe Michael Corleone, quién, a su vez, y ya en la “Fundación para las Letras Mexicanas” de la primera generación (donde encontramos los siguientes nombres: Alí Calderón, Jair Cortés, J.A. Sánchez, Álvaro Solís y Óscar de Pablo) habría de consolidar un grupo homogéneo de amigos, entre comillas, que le harían el trabajo sucio y limpio.

De esa primera generación, Alí se hizo amigo entrañable de Jair, Jorge Arturo y Álvaro, a los que conocí en el 2004 en Tlaxcala, en una lectura de Verónica Volkow, donde por cierto, en mi alto grado etílico confundí a dos trasvestis con mujeres (lo bueno que Jorge Arturo Sánchez me detuvo). Mientras Alí consolidó su amistad con esos poetas de “La Fundación”, continuó maquinando cómo legitimarse mediante un grupúsculo. Lanzaba textos críticos y beligerantes contra poetas que él pensaba obstruían su camino (como Lumbreras o Milán, y en Puebla a Eutiquio Sarabia y a Gerardo Lino). Siempre, siempre, bajo la bandera de la honestidad poética. Teniendo como venablo un criterio pulcrísimo basado en su alta calidad moral, en ser una persona con una ética poética intachable, discurso que entrelazaba con su catolicismo y principios religiosos moralinos, dignos, claro, de la ciudad de Puebla, de esas dobles morales que abundan por acá. Se ganó el mote nacional del enfant terrible.

En “La Fundación” conoció al poeta Mario Bojórquez, nunca fue su maestro, pero sí encontraron similares filiaciones, filiaciones asociadas a la grandeza, al poder, al cacicazgo, a la execrable necesidad de emerger en el mundo de la poesía, de las letras mexicanas. Y, como su obra no les alcanzaba para lograrlo legítimamente, como muchos otros poetas lo hicieron, tanto en México como en el mundo, y puesto que su honestidad poética la tenían atorada en el trasero, decidieron legitimar su obra (pésima por cierto, plena de retórica barata, de tropos contundentes y falaces), mediante la corrupción y el cacicazgo.

Mario como Alí, repiten las mismas fórmulas poéticas y miden la calidad de los versos por su exactitud silábica, no por su contenido, no por su impacto. ¿Para qué hacer poemas que los lectores no entiendan? Para ocultar su pésima factura, quizá. Poemas que metaforizan la realidad de forma tan intrincada que, a veces, ni el mismo poeta está entendiendo lo que quiso decir, como supongo es el caso del 50% de los poemas que ha escrito Mario Bojórquez, sus versos contienen un alto grado de argucia literaria. En el patético caso de Alí Calderón, utiliza tropos de todas las formas posibles: aliteración, sinécdoque, preterición, etc., para matizar, para disfrazar, para ocultar su terrible falta de “logopeia” (capacidades reflexivas del lenguaje poético que concibe a la poesía como instrumento de conocimiento), privilegiando sobre todo la “fenopeia” (función que privilegia la fuerza de las imágenes visuales) para engañar no al lector común, sino al crítico, al más puntual activista del Green Peace literario, la poesía de ambos apela a un “tremendismo anacrónico” copiado burdamente del poeta Eduardo Lizalde. De ingenioso no tiene nada, de plagiarios incendiarios, tiene todo.

Alí necesitaba del trabajo hormiga de la gente en el Taller de Anaya y, a la vez, necesitaba escritores reconocidos como los de “La Fundación”, amalgamar ambas facciones implicó su radical ascenso en la República de las Letras Mexicanas. Me pregunto ahora, a diez años de distancia, con el crisol del tiempo ¿Cómo engañó a ambas facciones? Entiendo cómo nos engañó a nosotros (confundiendo la amistad con el servilismo), siempre le creímos (y aún ahora le siguen creyendo) todas sus intrincadas falacias donde sus juicios de valor siempre deben ser los correctos, pero cómo manipuló a poetas ya reconocidos y con obra publicada, con premios y becas, de la talla de Álvaro Solís o Jair Cortés, cómo los utilizó para fines macabros como la ascensión divina al “Olimpo Poético”, me cuesta trabajo entenderlo. Sin embargo traicionó a todos, a todos, de la peor forma posible: la deshonestidad. Pero no una deshonestidad fáctica, sino fática, siempre ocultó lo que le convenía, siempre dijo y manipuló las cosas a su conveniencia de la manera más egoísta posible.

Para finales del 2004, terminé mi tesis de licenciatura, ahora irónicamente, sobre la obra de José Vicente Anaya. En capítulos ulteriores hablaré de los métodos y procesos con los que la gente del “Círculo” legitimaba posturas, abrazaba autores y cambalacheaba al más puro estilo tepiteño críticas por favores literarios. Para enero del 2005, entramos todos a la maestría en Literatura Mexicana de la Universidad Autónoma de Puebla, ahí se consolidó el grupúsculo de amigos y la segregación intelectual, de esa generación egresamos Alí, Carlos, Rubén y yo. Lo más significativo de la maestría fue el Congreso Internacional de Poesía y Poética de la Facultad de Filosofía y Letras (que de internacional no tenía nada), del que Alí se apropió descaradamente más de 3 años consecutivos. Ese congreso fue su primer mini-coto literario, puesto que ahí empezó a gestionar arreglos con poetas, el primero que trajo, y siempre lo presentó como la octava maravilla fue a Mario Bojórquez. En el 2004 conocí a ese remedo de intelectual, un tipo deleznable que suprimía a todo mundo por medio de sentencias similares a las que alguna vez le escuché a Alí en la prepa. Estábamos en alguna cantina (porque los poetas se dedican a gastar el recurso del erario en prostitutas y alcohol) de los Sapos (callejón famoso de la ciudad de Puebla), cuando se volteó y dijo algo como esto: “y tú qué? Quién eres? Qué has leído? Conoces a Borges?”, acto seguido recitó de memoria el poema de “Two english poems” del autor argentino, alrededor habíamos unas cuatro o cinco personas, estudiantes y poetas. El culto por la persona, el narcisismo exacerbado, la idolatría rimbombante, son atributos que Alí le aprendió muy bien a Mario Bojórquez.

Con el “Congreso de poesía” y con sus amigos bien amalgamados en un solo grupo literario, ya se podía comenzar a trabajar, a gestionar, el ascenso de Alí al panorama nacional y después en toda Latinoamérica. En un principio con la consigna de depurar la poesía en el país de poetas tramposos y corruptos, después los ideales se fueron pervirtiendo, hasta el grado de convertir a “El Círculo de Poesía” en una decadente caricatura de lo que en un principio fue.

El primer acto que implicó la subida al panorama internacional de Alí Calderón y Mario Bojórquez fue el “Primer Encuentro Iberoamericano de Poesía de la Ciudad de México” en el año 2006, con este acto, salido también de la corrupción, de un dinero restante al Gobierno de la Ciudad de México, y qué, se debió destinar a mejorar alumbrados, a restaurar calles, a pensiones para ancianos, a crear escuelas, no sirvió más que para posicionar en el mapa internacional a Mario Bojórquez y Alí Calderón.

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