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Puebla, México, 15 de octubre de 2024 (Neotraba)

El poeta André Chenier fue ejecutado durante el período denominado Terror, en la Revolución Francesa. Su obra lo hace uno de los precursores del Romanticismo. Murió junto a otros prisioneros; entre ellos, la condesa de Coigny, con cuya hija tuvo una relación amorosa en la antesala de la guillotina. Su escritura adquirió los atributos de la crítica, y pese a ser moderado en sus ideas políticas, las defendía con fuerza.

Habiendo leído lo anterior en diversos sitios de internet, se vuelve clara la forma en la que Umberto Giordano y Luigi Illica supieron reflejar esa vida y ese pensamiento en Andrea Chenier.

La ópera más conocida del compositor italiano nos sitúa en la Francia de finales de siglo XVIII, y la función que entregó a las pantallas del mundo la Royal Ballet and Opera, como cierre de su temporada 2023-2024, puso en las salas de cine del Complejo Cultural Universitario una producción estrenada en ese mismo escenario, en el 2015. Dirigida por David McVicar, muestra una escenografía y un vestuario clásicos y elegantes, que evocan el París de la época.

En dicha atmósfera, lo primero que encontramos son unas clases sociales separadas, definidas completamente. Por un lado, está una aristocracia que celebra reuniones, se preocupa por bailar bien la gavota y con ello trata de ignorar el tambalearse de su estatus. Bajo su auspicio, un número de ballet escenifica una escena pastoril como parte de la fiesta del primer acto. Una despedida.

Frente a los nobles, el pueblo se muere de hambre. Hay un descontento que, desde antes de iniciarse la ópera, atraviesa los muros de la casa y va a anidar el ánimo de Carlo Gérard, uno de los sirvientes. Para este cierre de temporada, el barítono Amartuvshin Enkhbat interpretó a dicho personaje, encarnación de espíritu crítico del Chenier real.

El cantante, originario de Mongolia, transmitió a través de las pantallas el sufrimiento de quienes poca esperanza tienen. Se conduele por su padre, que lleva sesenta años sirviendo a sus “malvados y arrogantes señores”. “Y como si no bastase tu vida, para hacer eterno el sufrimiento, has dado la existencia de tus hijos, has criado siervos”, añade, y desde la distancia de los días, no puedo sino pensar en lo atemporal de sus lamentos, de su rabia comunicada con tal efectividad que logra el llanto de quien lo escucha.

Atemporal, decía, pues tales palabras no pertenecen sólo a la Francia del siglo XVIII: pienso en un obrero, en una empleada actual, llevando a su hijo, a un sobrino, a una hija, al sitio donde trabaja, para ver si pueden contratarla por un salario ínfimo, sin embargo, necesario en una casa donde los gastos comienzan a sobrepasar los ingresos.

Fuera del tiempo, también, está la primera gran intervención del protagonista, que como en 2015, fue encarnado por Jonas Kaufmann. Al igual que Enkhbat, el tenor alemán sabe transmitir el espíritu crítico del Chenier real, fruto esto de su experiencia y de haber interpretado el rol del poeta francés más de una ocasión, en diversos escenarios y en la propia Royal Ballet and Opera, en 2015. En su aria, Kaufmann suma el clero a la nobleza, tan indiferente como ésta a un hombre que maldice la tierra y a Dios por las lágrimas de sus hijos, la voz y el rostro cubiertos de una indignación convincente. Así responde el poeta a las burlas de la hija de la condesa de Coigny, Maddalena, quien ha apostado con sus amigas que obligará a declamar a ese hombre que tan incómodo se siente en una casa donde se le ha ignorado desde su llegada.

El final de este acto funciona como una especie de antesala para los próximos: “Su majestad, la miseria”, canta Amartuvshin Enkhbat, mientras le abre la puerta a aquellos que no tienen importancia para la nobleza. Con su fiesta interrumpida, la señora de la casa echa a su sirviente, sorda a los ruegos del anciano que la ha servido durante sesenta años. “Ese Gérard, la lectura lo ha arruinado”, asegura ella –la mezzosoprano Rosalind Plowright–, haciendo patente que la ignorancia y el desconocimiento de los propios derechos es lo que mantiene a un sirviente bueno y dócil, leal a la casa que sirve hasta su muerte. Al menos en su opinión.

En los siguientes actos, la crítica se dirige hacia ese movimiento que pretendía liberar al pueblo y ahora vigila detrás de cada muro y guillotina a cualquiera que considere un contrario. No es sólo Nemico della patria, tan bien interpretada por Amartuvshin, o la decepción del antes sirviente y ahora personaje notorio de la Revolución, quien se queja: “¡Sólo he cambiado de amo!”; Luigi Illica, en el libreto, acentúa lo anterior con un personaje breve, la vieja Madelon. En ese momento la Patria necesita oro y vidas, lo que el pueblo otorga tras oír el discurso de Gérard.

Madelon, personaje que en esta función interpretó la mezzosoprano Elena Zilio, entrega la última gota de sangre de su familia: a su nieto. Mientras los demás ponen dentro de una enorme urna azul sus escasas pertenencias, más allá de la pantalla y en el patio de butacas del teatro, el pensamiento es: bajo un régimen distinto el pueblo también entrega la vida de sus hijos, haciendo así eterno el sufrimiento. Elena Zilio, en su corta aparición, transmite lo anterior con infinita sensibilidad, sobresaliendo como una de las escenas más importantes de la ópera.

Trenzada con la crítica social, se encuentra una historia de amor, con el clásico triángulo tenor–soprano–barítono. Y en este Andrea Chenier, los vértices del triángulo están ocupados por Jonas Kaufmann, Sondra Radvanovsky y Amartuvshin Enkhbat. En este aspecto, Luigi Illica potencia el encuentro entre el poeta y la hija de la condesa en el encierro de los sentenciados a la guillotina, llevándolo al grado de un amor trágico que florece a lo largo del tiempo, entre cartas sin remitente.

En este punto cabe destacar la interpretación de la soprano Sondra Radvanovsky. La estadounidense entregó una Maddalena que mientras avanza la ópera, va de la joven burlona del primer acto a la mujer perseguida, cuya situación de privilegio terminó entre los ataques a la nobleza durante la Revolución.

Sondra interpretó de manera sobresaliente La mamma morta, una de las arias más conocidas, a un tiempo desgarradora y llena de esperanza –Andrew, el personaje de Tom Hanks en la película Philadelphia, de 1993, la escucha en la voz de Maria Callas durante una plática con su abogado, Denzel Washington–. Como es el caso del tenor alemán, la soprano cuenta con una amplia carrera durante la cual ha encarnado a este personaje en más de una ocasión, llegando al punto de un histórico bis de esta aria durante la temporada 2017-2018 en el Gran Teatre del Liceu.

Alrededor de todos estos personajes, tenemos la música de Umberto Giordano y la dirección de Antonio Pappano en su despedida como director musical de la Royal Ballet and Opera. El compositor italiano, a través de la batuta del director, nos envolvió también con notas que suenan juguetonas en algún momento, dramáticas, irónicas, suaves, con la cadencia del aire en los juncos, como en el ballet del primer acto –en cuya despedida se encuentra el adiós de los oyentes a su estilo de vida, sin que ellos lo sospechen–. Son notas siempre conmovedoras, lo que ha permitido que Andrea Chenier continúe representándose en los teatros del mundo con regularidad, y que permanezca en el gusto del público asiduo a la ópera.

Con esta obra inserta en el movimiento verista, aunque de tintes románticos, las Salas de Cine de Arte del Complejo Cultural Universitario terminaron las transmisiones en vivo desde la Royal Ballet and Opera, dejando en el aire la expectativa de próximas transmisiones.


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