Por José Luis Dávila
Estas tardes me hacen volver sobre mis pasos, el clima es ideal para ello. Estas tardes de clima bipolar me hacen querer escuchar a Ghinzu, y lo hago. Me pasa que recuerdo como era antes todo esto, y camino las calles de siempre que cada día tienen algo nuevo. Lo nuevo, por momentos, parece mejor pero a veces no lo es, no hay progreso en ello. Así me pasa hoy, que me siento a escuchar los nuevos discos de las grandes bandas y resulta que no pasa nada, que en vez de avanzar, retroceden: entonces tenemos un The King Of Limbs vacío, hecho con beats que nada comunican, sin algo de lo que Radiohead solía ser en los tiempos del “Ok Computer” y un video en honor al ego, o unos Red Hot Chili Peppers carentes de fuerza, de vitalidad, y en vez de eso los riffs de una guitarra sin experiencia llenan las bocinas, una guitarra imitadora de Frusciante.
Y que no se me malentienda, no es que no sean buenos los cambios, si no que no son los adecuados, no es la dirección más apropiada que deben tomar. Sobreexplotar la fórmula es un crimen tanto como alterarla hasta quedarse sin nada de ella.
En la otra mano se encuentra la espera, la fe que se tiene en lo siguiente, en que las próximas semanas reivindiquen a las grandes bandas, al menos por este año: que Coldplay, a pesar de sus recurrencias nos entregue una placa disfrutable, que Tom Waits nos sumerja en lo oscuro de su voz, que Megadeth demuestre que el metal no se ha perdido por completo, que sigue respirando, a pesar de estar postrado en esa cama, con oxígeno por sus recurrentes crisis respiratorias de las que hasta para el doctor Ozzy es difícil sacarlo. También espero, como los religiosos esperan a un Cristo pálido y cansado, llena la ropa de sangre, sudoroso, maloliente, tambaleándose, sediento, casi muerto al final del camino, ese disco que desde su anuncio parece aberrante, esa colaboración de un Lou Reed oxidado y Metallica que luego de treinta años parece sufrir, ya no el cáncer sino los efectos de la quimioterapia.
Por eso me vuelvo sobre mis pasos, regreso a un lugar que me reconforta y escucho a otros que son más bien nuevos (como Veronica Falls, como Foster The People, como Young The Giant) pero que al menos, con sus deficiencias, sé que tardarán mucho en seguir el ejemplo del auto-sobrevalorado Axel Rose. Por eso mismo, llego y pongo en el reproductor a Ghinzu, y escucho Blow una y otra vez, mientras me transforma el entorno en algo agradable y consume la noche con el sonido de ese bajo mezclándose con los sintetizadores, con la batería sin fallos, llevando el ritmo, contagiándolo a las cabezas que se mueven siguiendo la música.
Escucho a Ghinzu para relajarme y esperar lo que se viene, esperar con un poco de angustia y recelo, pero siempre con el deseo de la sorpresa, de que lo inesperado haga su acto de magia y se adueñe del escenario.