Mi nombre es Nadie [1]
Cuento | Manuel Sauceverde explora condiciones filosóficas desde un relato intrigante, donde un grupo de compañeros tratan de escapar de lo inevitable.
Cuento | Manuel Sauceverde explora condiciones filosóficas desde un relato intrigante, donde un grupo de compañeros tratan de escapar de lo inevitable.
Por Manuel Sauceverde
Puebla, México, 13 de agosto de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
L’avenir n’est qu’un présent un peu plus éloigné.
Julios Verne
Los últimos aventureros caminan erráticamente bajo un sol inmisericorde. Una y otra vez, sin tregua alguna, sus rostros son golpeados por remolinos de arena. Ninguno de ellos puede esclarecer qué los obliga a deambular a ciegas, semidesnudos, amarrados unos a otros por la cintura con sogas y restos de ropa a través del vacío. Quizás rastrean el esqueleto de una antigua nave de guerra o sólo buscan no quedarse inmóviles y fallecer en aquel océano de tierra seca.
Las horas trascurren y la hostilidad en el ambiente se acentúa.
El silencio del desierto es insufrible, pero lo es aún más dentro del grupo de supervivencia: una dolorosa afonía que nace en la saliva, resbala por el cuello y convierte cada paso en polvo y silicio.
Lindenbrock ha perdido los deseos de vivir, la muerte de sus amigos Vázquez, Strogoff y Fogg durante la primera tormenta todavía perturba su pensamiento; el miedo de compartir la misma suerte lo deprime y aterra, no quisiera que este fuera el final de sus días, aún tiene mucho que explorar: las entrañas de la Tierra atesoran mundos insólitos, civilizaciones asombrosas.
Por su parte, Ardan, con la mirada perdida en espejismos de agua, lamenta el extravío de su brújula; sin ella todos los mapas trazados durante el viaje resultan inútiles (si al menos tuviera en sus manos un compás y en el cielo una estrella, podría ubicar la posición del grupo). Ni siquiera en sus odiseas más peligrosas fuera de los límites terrestres se encontró en una situación comparable.
Pocos metros adelante, con los cuerpos magullados por recurrentes caídas, Paganel, Fergusson y el hombre que los encabeza avanzan lentamente entre la monotonía de las dunas. Sus portes, que alguna vez fueron temerarios y vigorosos, son ahora gemidos andantes, espantajos de carne.
Paganel, al igual que Ardan y Lindenbrock, no logra enmascarar su desaliento. Su mutismo denuncia los estragos del cansancio. De aquel erudito que siempre tenía una respuesta para todo, sobrevive un pantalón de terciopelo castaño, un libro de apuntes y el fantasma de un catalejo.
Pese a las circunstancias, la expresión de Fergusson permanece severa, firme. Camina con seguridad y notable desenvoltura, demuestra así la voluntad de su espíritu. Algo en su efigie lo predestina a continuar la travesía. Sin duda alguna, cada paso en su vida ha constituido un peligro, desde sentarse a comer hasta ponerse el sombrero. Esta jornada es sólo una prueba más que templará su carácter.
No obstante, la incertidumbre hace dudar a cualquiera.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —Fergusson grita lo más fuerte que puede. De inmediato, la arena inunda su boca y asfixia sus pulmones.
Por primera vez, el extraño detiene su marcha y voltea. Su rostro es frío y su mirada lúcida. La claridad de sus ojos resalta el matiz cobrizo de su piel y ahonda el enigma en su semblante.
—A ningún lugar —responde. Su enérgica voz está llena de franqueza, como la de un sabio al que la muerte no le es ciencia ajena.
Una feroz ráfaga de aire sacude los cuerpos. Los largos cabellos de Fergusson se agitan en un solo nudo. Mientras una espantosa sensación de impotencia fluye a través de sus músculos y nervios, una lágrima resbala por su mejilla y cae en la arena satisfaciendo la sed del desierto.
Pero el llanto no germina. Fergusson se arma de valor para soportar el asco que la desesperanza le produce.
El extraño, sin conmoverse, da media vuelta e intenta reanudar su camino. En su cuerpo existe todavía fuerza suficiente para proseguir. Un nómada como él nunca encuentra reposo.
—¡Qué caso tiene! —Fergusson exclama. A lo lejos, cientos de remolinos se reúnen y entablan una danza de guerra. Lindenbrock los mira, estupefacto. No da crédito a lo que ven sus ojos. Los demás permanecen quietos, presienten el claro desenlace.
El extraño gira la cabeza hacia Fergusson. Aunque pretenda disimularlo, su rostro es una mueca de amargura.
—¿Y ahora qué? —pregunta Fergusson, ya sin enojo, sino con aparente resignación.
La prórroga termina: los soldados de polvo se abalanzan sobre el grupo como una sola bestia enloquecida. Desesperado, Lindenbrock intenta correr, pero la cuerda que lo sujeta a sus compañeros lo detiene en seco. El hombre profiere un chillido y cae al suelo.
Por un instante, Fergusson se siente provocado a descargar su ira en el caído, a patearle el rostro y escupir su debilidad.¡Carajo! ¡Todo acabará pronto, pero a nadie más parece importarle! Ardan y Paganel respiran pausadamente. Mientras contemplan la oscuridad que cierra sobre ellos, murmuran una vieja canción de marineros.
El extraño se aproxima a Fergusson.
—Uno llega a pensar tantas cosas cuando se está en el límite de lo inimaginable —el desánimo no se percibe en su voz—. Sin embargo, cuando la duda intenta someterme, recuerdo las palabras que un aventurero, más inteligente que osado, formuló: “Hay que mirar el porvenir como presente. En cuanto a los peligros, ¿quién es capaz de librarse de ellos?”.
El rostro de Fergusson se enciende. Una incómoda sensación de sonrojo asciende desde su cuello hasta su nariz. Aquellas palabras, suyas alguna vez, evocan un éxodo de cinco semanas a la deriva del misterio.
—Surcar lo desconocido es inevitable, usted lo sabe.
—Cierto… —Fergusson suspira— pero, después de tantas hazañas, el olvido resulta un destino brutal.
El extraño afirma con la cabeza.
—Alguien nos recordará… —la aseveración suena decisiva a pesar de articularse en voz baja.
Súbitamente los hombres enmudecen, su sangre se hiela. Frente a ellos, la nada comienza a devorar a sus compañeros.
—Antes de morir —Fergusson extiende su mano—. Quisiera conocer su nombre.
El extraño lo mira con gentileza, en sus ojos se adivina un momentáneo vestigio de alivio. Luego de algunos instantes, algo equivalente a una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Mi nombre es Nadie.
Fergusson intenta comprender en el último minuto. Es obvio –ahora lo sabe y sonríe. Aquel nombre es una mentira. “El último recurso de los héroes”, piensa. Un absurdo intento de dar sentido a la muerte y aferrarse a la memoria. ¿Qué importa? Es una palabra que en el eco del olvido nunca se repetirá.
[1] Tomado del libro Universos Perpendiculares, Editorial Lectio.
Manuel Sauceverde es Doctor en Economía por la (UNAM) y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Ha realizado dos posdoctorados y ha publicado diversos artículos científicos en revistas especializadas nacionales e internacionales. En el 2017 obtuvo el Premio Internacional de Investigación “Emilio Fontela”, otorgado por la Sociedad Hispanoamericana de Análisis Input-Output y la Universidad de Oviedo; y en el 2016, el primer lugar en el Premio Internacional de Documentos de Trabajo, otorgado por el Banco Central de Bolivia y la Asociación de Pensamiento Económico Latinoamericano. Es miembro de la Red Académica de América Latina y el Caribe sobre China.
Por otro lado, ha obtenido una docena de reconocimientos en narrativa, poesía y música, entre los que destacan los premios Quinta Jornada de Literatura Breve “Tweet por viaje 5.0” (Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y Secretaría de Cultura Federal) y Cuento de Ciencia Ficción “Año Internacional de la Física” (UNAM). Su obra poética y narrativa ha sido publicada en La Otra, Blanco Móvil, Bitácora de Vuelos, Ariadna, La Gualdra, Periódico de Poesía, Plesiosaurio, Monociclo, Anestesia, Narrativas, La Sirena Varada, Le Miau Noir, Nuevas Narrativas Mexicanas, Goliardos y la UNAM.
Desde el 2011 es miembro del Ensamble Didar y del proyecto Pérxico que difunden y divulgan la Música Clásica Persa en México. Se ha presentado en diversos festivales y recintos: Festival del Folclor Internacional, Festival Internacional Quimera, Festival Internacional de la Cultura Maya, Palacio de Bellas, Centro Nacional de las Artes, Museo Nacional de las Culturas, Teatro de la Ciudadela y el Antiguo Palacio del Arzobispado.
Además, dirige el proyecto Cómics Poéticos: literatura ilustrada; finalmente, algunos de sus libros publicados son Entre una estrella y dos golondrinas (Poesía, Editorial Lectio) y Universos perpendiculares (Narrativa, Editorial Lectio).