Una ventana inmensa: Krisma Mancía
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. En esta ocasión, Krisma Mancía es invitada de honor..
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. En esta ocasión, Krisma Mancía es invitada de honor..
Por Krisma Mancía
San Salvador, El Salvador, 04 de marzo de 2021 [03:00 GMT-5] (Neotraba)
Mi madre me envió al bosque a buscar piedras mágicas. Me perdí en la maleza. Le pregunté a las mariposas por el camino de regreso, pero las presumidas nunca contestan. Mi madre me envió a buscar piedras mágicas, le dije a la bestia del lago, pero la bestia me entregó una escama de su vientre y se fue. Caminé sobre una senda de flores que tenían el olor de una bruja enamorada. Volvé, me ordenó el cortejo de los cuervos. Volvé, me grito el adiós de las aves en un ocaso pelirrojo. ¿Adónde voy a regresar? El rastro de mis huellas se ha borrado. Mira, la brújula de mi corazón no tiene rumbo. Los cuervos se sumergieron sin piedad en el abismo de mi cuerpo. Buscaban mis ojos, pero no tenían el reflejo amante que ellos esperaban. Tu pecho es blando como una pupila, fácil de abrir y escarbar en una maraña de latidos, me dijo el lobo bueno que zurcía (con hilo de plata y aguja de oro) el sepulcro que conducía a mi corazón. Yo ya no llamaría corazón a tu corazón. Sonrió. Me toqué el dolor de mi herida. ¿Aun late, lobo? Sí, pero no piensa. Pensar con el corazón es lo más triste que hay en el mundo, le repliqué. Lamió mis dedos de musgo como un amante preferido y me dijo: canta mientras tengas frío, canta. Yo no sé cantar, por eso me morí de frío.
la nena irá a la terraza del hotel como una chica de sociedad correcta y pedirá una taza café con la seriedad del caso con el descuido de una nena que finge esperar nada. no ha dormido bien. la nena necesita un abrazo. y cuando no duerme, finge una sonrisa que no le queda bien. nena atorada en un torbellino. la nena no quiere. la nena tiene un ataque de avispas. nena chiquita en un salero. nena sin espejos. nena llena de cangrejos. nena que le enseñan a dar la mano, decir su nombre con propiedad, decir adiós. nena con la mirada triste frente a ese amante que no debe tocarla en público. nena, sonrisa de lado. nena empeñada en ocultar cosas que se le pudren por dentro: los días lluviosos, el cadáver del hombre que amó, la ingrata deuda consigo misma para ser ella misma. la nena se pudre por dentro. tiene ganas de morir y no la dejan. tiene ganas... “nena, toma tu pastilla azul”. nena plagada de ventanas donde ella se estrella. nena con pies refriados. nena con voz de ascensor. nena piadosa que mira la taza de café manchada de lápiz labial. nena desnuda antes de llegar a la cama. nena menuda en una almohada. nena llorando. nena.
Introduzco piedras en frasquitos de conserva dentro del refrigerador. Tengo la esperanza de que se conviertan en piedras mágicas y con ellas poder secuestrar a mis hijas. Sé que salen a beber el llanto de una luna muerta que ellas mismas estrangularon en un pozo de estrellas. Pero el miedo me produce nauseas, culpas de preñes, pequeñas fobias, actos mínimos que me hacen respirar a bocanadas. Extraño los relojes, los barcos, las brújulas, los cuentos de hadas. No soy Cenicienta, ni Caperucita, ni la maldita manzana embrujada. No soy ni la sombra de los árboles parlanchines que existen en los bosques encantados del sur. No soy una princesa. No soy yo, y jamás supe quién fui. Sólo sobrevivo sin un latido en las venas. El lobo está a mis pies. Lo veo convertirse en hombre cuando mi lámpara se apaga. No es un hombre lobo. Es una bestia de finos modales. Soy un molde para un par de alas cortadas. Mi garganta le pertenece, mi vientre es un laboratorio de pequeños enjambres que dicen ser mis hijas. Son tan hermosas como las mariposas nocturnas, pero pueden quemarse los dedos con la luz del sol. Viven en un palacio subterráneo donde la luz del día jamás las despiertan, donde mi voz jamás las encuentran, donde mis manos jamás las devoran. El piso ya no es el mismo sin sus pasos livianos, sin sus vocecillas tibias tropezándose sobre las limpias palabras, pero el lobo dice: “No podemos criarlas. Te hace falta un corazón para amar. Te hace falta un corazón para recuperar tu memoria. Sin un corazón estás al borde del delito. Y yo no tendré piedad de volverte a salvar”. El lobo me mostró el juego de cuchillos filosos que lleva en su hocico, acomodó sus gafas y siguió observando mis pies enfermos. Yo, vencida, me fui a dormir sin darle un beso de despedida.
A veces pienso en las mujeres del río. En la locura depresiva de sus soledades y, sin que ellas lo supieran, esas soledades crecían también en mi pecho como arboles retorcidos. La soledad era un sonido de puertas viejas, un suspiro de bisagras oxidadas, una respiración de musgo y de cosas pequeñas como si en el corazón se cargara de aves, flores, insectos y peces muertos. Pero ellas eran hermosas. Les crecían entre los pechos un bosque. Hubo un momento donde el mundo cabía en sus bocas, un momento de trigo, agua y levadura, y eran tan hermosas como criaturas sin sal. Al llegar al altar de sus miradas encontraba la desembocadura del mar y adentro del mar estaban los barcos donde debía escapar, y adentro de los barcos estaban los marineros lanzando los cadáveres de otros marineros a los brazos del mar para que las sirenas los devoraran y no dejaran de seguirlos, pero las mujeres del río seguían diciendo: “Te dolerá el amor. / Te pesará en los bolsillos. / Te llenarás la boca de maldiciones / Te dolerá tu nombre.
hoy tengo que estar más cuerda que nunca. tenía dos ventanas. no preguntes por qué lo hice. si lo haces, es posible que ya no me encuentres subida en la baranda del balcón. hoy tengo que estar más cuerda que nunca. no preguntes cuál ventana usé. el número nueve es también seis. Metieron a la pajarita en una cárcel de lujo: oficina de cuatro paredes donde nadie llegó a tiempo para verme caer. hoy tengo que estar más cuerda que nunca. más cuerda que nunca. que nunca. nunca.
No leas poesía, amor mío, si tu corazón no está preparado para llorar. No leas ese poema que te dejará sin aliento y te hará flotar. No bebas su veneno dulce. No mueras tratando de buscar una explicación al cuchillo que te hiere. No leas poesía como si buscaras esa línea de tu mano que te aleja de mí. Cuida tu corazón de la poesía, amor mío. Ella te llevará a un recuerdo enterrado en tu infancia y te crucificará allí. No leas poesía, por favor. Es importante tenerte aquí como una ilusión bestial donde se precipita la lluvia y las estrellas. Sálvate, te lo pido. No sigas mi ejemplo. Yo no tuve otro remedio que hacer de mí un poema. Lo siento. Ya es demasiado tarde.
Krisma Mancía (San Salvador, El Salvador, 1980). Estudió letras en la Universidad de El Salvador y teatro en La Escuela Arte del Actor. Perteneció al taller de talentos de La Casa del Escritor de El Salvador, bajo la tutela del escritor Rafael Menjívar Ochoa. Ganó el I Premio de poesía joven La Garúa en la rama internacional. Fue la primera directora asignada a la Casa de la Cultura de la Mujer en la primera sede de Ciudad Mujer. Actualmente trabaja en el Ministerio de Cultura de El Salvador, coordinando los Juegos Florales Nacionales. Libros: La era del llanto, Viaje al Imperio de las Ventanas Cerradas, Nueva Cosecha y Pájaros imaginarios y trenes invisibles entre tu ciudad y la mía.