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Foals, foto cortesía de José Luis Dávila
Foals, foto cortesía de José Luis Dávila

 

Por José Luis Dávila

 

Mucho de lo que nos atrae está formado por contrastes. En pintura, por ejemplo, el contraste —todos los tipos de contraste— se suele usar para llamar la mirada del espectador. Lo mismo en música, el contraste entre los sonidos en una misma pieza hace que se le preste mayor atención.

El pasado 11 de mayo fue una noche de contrastes para los que presenciaron el concierto de Foals, banda proveniente de la ciudad británica de Oxford, en el “José Cuervo Salón” (misma noche en que, contrastando, U2 se presentaba en el Estadio Azteca). Pero no es mi intención hacer un comentario sobre el evento —porque más bien no pude asistir debido a que me enteré cuando los boletos ya se habían acabado. No, lo que quiero es hablar sobre su música, sólo la música, dejando de lado, aunque no lo quisiera, cosas como el trabajo en sus videos o el parecido enorme de la carátula de su segundo álbum con el Nevermind de Nirvana.

 

Portada del disco Antidotes de Foals
Portada del disco Antidotes de Foals

 

En su primer disco, Antidotes (2007), la música de Foals era comparable con el electrocardiograma de un infarto agudo al miocardio, una secuencia de ritmos que ascendían y descendían en un instante acompañados por letras que parecieran vacías en primera instancia, debido a su fuerte carga polisémica, proveedora de tantos significados como escuchas puedan encontrarse. Es un disco para agitarse, para no parar, para gritar letras como We fly balloons on this fuel called love hasta que la garganta quede deshecha. Es como una inyección de norepinefrina.

 

Portada del disco Total Life Forever de Foals
Portada del disco Total Life Forever de Foals

 

Con su segundo material todo cambia. En Total Life Forever (2010) se abre un sonido al que se le pude denominar “maduro”; dejan de lado los riffs que diluyen la energía de la canción para concentrar su fuerza en los solos y en los momentos cumbres, en esas cúspides que alcanzan como, por ejemplo, durante Spanish Sahara o Blue Blood. Van de la sima a la cima. Nos llevan de la mano por un sendero aparentemente llano y recto; para cuando lo notamos, estamos ya viendo el paisaje desde lo alto, próximos a lanzarnos al vacío, al fondo del acantilado en el que nos espera un río — ¿Será un río en verdad? ¿Estamos parados a la orilla de un acantilado cualquiera? ¿No estaremos frente a la monumentalidad de un océano desde la cima del mundo? — profundo, azul, que al sumergirnos en él, ahogándonos nos trae de vuelta a la quietud, al reposo que es la muerte de lo que sobra, de lo que no merece estar entre lo que permanece dentro nuestro.

Ambos discos son caras opuestas, contrastan en sí mismos y el uno en el otro. Los enlaza un vago sentimiento de simetría (once temas contiene cada uno) y de transformación, porque los dos, ora a gritos, ora en susurros, nos ponen frente a la idea de que sin evolución, sin cambios internos y externos, nada pasa, todo se queda enterrado en el desierto de lo estático y pierde su brillo para ganar la vida eterna que nunca será suficiente, justo como la vida  de Dorian Grey.

 

José Luis Dávila también habita en http://entreparentezis.blogspot.com/

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