Por Óscar Alarcón.
Si el mundo es disneylandia, entonces la literatura mexicana quizá sea Reino Aventura… O la casa del tío chueco… O tal vez la literatura mexicana sean los caballitos de feria.
Y es que parece que algunos escritores nacionales se han olvidado de la fuerza de la escritura y se suben a una montaña rusa que sólo parece tener un viaje en picada.
Afortunadamente Pepe Rojo no es de esos escritores. La primera vez que lo leí fue en la antología Me ves y sufres, al lado de Mauricio Bares, Ruben Bonet y JM Servín: una polifonía brutal llena de furia.
En Interrupciones, Pepe Rojo sigue contando historias, no sólo por sus narraciones sino por sus ensayos, que nos hacen pensar que este país ya pasó a mejor vida: a la vida de lo Post Humano. Pues en el libro, lo mismo aparecen apellidos famosos del cine mexicano: Negrete, Pelufo, que alusiones a un ícono que toda persona de más de treinta años reconocerá: la hiper mega sensual Gina Montes (sin la Carabina de Ambrosio). Todo para sorprendernos de que el pueblo mexicano se lamenta por la muerte de su presidente más querido, todo por un furúnculo en el culo.
El libro de Pepe Rojo forma un camino entrecruzado entre la narrativa y la ensayística en donde lo mismo aparece Phillip K. Dick que Paty Chapoy. El primero es invocado gracias al kipple, símbolo de nuestra cultura y que no sirve para nada: los correos basura, los envoltorios de chicles, los cartoncitos que quedan después de usar el papel higiénico; uno deja un kipple debajo de la cama y a la mañana siguiente nos percatamos de que se ha duplicado. Quizá algunas presentaciones de libros sean ya un kipple, aquí algunas características: escritores muy doctos hablando maravillas de la nueva novela del mejor escritor de su generación.
Pepe Rojo ha construido una tradición por la forma en la que aborda temas que por quebrados nos llaman la atención, que por su ultramodernidad nos hacen pensar que el futuro nos ha alcanzado ya: la santidad y la vista, las abluciones y las invasiones extraterrestres: todas tienen un hilo conductor: la luz como elemento revelador que nos ilumina y nos refleja. Un estilo periodístico que mucho nos recuerda a la revista A Sangre Fría, periódico que nos sorprendió en la década de los 90, y a Carretera Perdida, libro de Bernardo Esquinca.
Regresando a ese personaje siniestro, con brillo en los ojos, voz como de encierro metálico y con una sonrisa que no se le quita ni a mentadas de madre: Paty Chapoy, Pepe Rojo se lanza a la misión de hacer lo que muchas personas hemos soñado alguna vez: asesinarla. Y no se trata de una pose intelectualoide de desaparecer a la estrella de la televisión que ha educado por 20 años a los mexicanos. No. Se trata de asesinarla para robarle ese secreto a la Chapoy que parece tener celosamente guardado y que no se nos ha revelado: ¿qué la mantiene tan feliz? ¿por qué ese brillo de los ojos, debajo de las capas y capas de maquillaje y de las miles de cirugías plásticas no ha desaparecido? Debe ser un robot, nos dice Pepe.
En fin, que aparecen un montón de íconos posmodernos, ultramodernos o pluscuamperfectos, como guste llamarle usted, la adjetivación es lo de menos, pues Pepe Rojo, ha escrito un libro con el ánimo de demostrarnos que la literatura debe ser un no lugar. De que la literatura ha comenzado a transformarse para darnos cuenta de que ya no está en nuestras mentes, de que ya no habita en nuestros cuerpos.
Sólo me restaría preguntarle a Pepe, ¿entonces, en dónde diablos habita la literatura nacional?