Un canto por Chava
Clotilde López intervino fotografías tomadas por Carlos Sánchez mientras visitaba los penales. A través de su creación incluso lo más hostil encuentra belleza.
Clotilde López intervino fotografías tomadas por Carlos Sánchez mientras visitaba los penales. A través de su creación incluso lo más hostil encuentra belleza.
Por Carlos Sánchez
Fotografías de Clotilde López
Hermosillo, Sonora, 27 de enero de 2021 [GMT-5] (Neotraba)
Mentiría si digo que al disparar la cámara, pretendo eternizar el momento. A veces creo que es un acto irracional. Parte de mi vida la he pasado en la cárcel, con libros debajo de mi brazo, libros a los que les crecen alas y se internan en el interior de las celdas.
Estos libros son la consecuencia de mi presencia en los reclusorios. También las cámaras fotográficas, de las cuales surgieron exposiciones colectivas propuestas por los mismos internos.
Así los días. El ir y venir. Con el privilegio de atravesar los muros hacia el interior y después atravesarlos para regresar a la ciudad. En el curso de esos días —que son años, que son décadas—, me topé con un montón de historias. Historias que olvido.
Pero la imagen se perpetúa. Y, al contemplarla, se me agolpa en la memoria y renacen las historias. Al observar y analizar la propuesta plástica que construye Clotilde López, a partir de esta serie de fotografías que un día no sé de qué año, ni de qué mes, hice en el interior de la prisión a la que nombran CERESO Dos. El eco de las voces de estos retratados, mis carnalitos, me estrujan la panza, me regresan a los pasillos de la prisión y me hacen reiterar la dureza que implican los muros y las rejas.
Recobro la memoria como un niño es feliz al jugar en su charco de agua: ocurre que de pronto ese niño se mira en el reflejo del agua y recuerda que debe regresar a casa, ese rincón adonde la hostilidad le aguarda. El romance interrumpido de sus pies en el charco.
Pero la vida cuenta, eso es lo esencial, el dolor y las posibilidades para evadirse.
A través de esta serie de pinturas que son intervención (que son creación, que tienen como punto de partida la desaparición forzada de Salvador López, hermano de la artista plástica y bailarina, coreógrafa, Clotilde López), la vida me vuelca hacia los días de resolver los más incomprensibles acontecimientos al lado de mis carnales los presos.
Debo citar por ejemplo la muerte de la jefita del Carroña y urdir con la burocracia el acceso del cuerpo dentro de un cajón. O la hermosa noticia de cuando uno de los presos se convirtió en padre de una niña y ponerle ante la mirada una foto de la criatura, atestiguar sus gritos de felicidad.
Ahora las imágenes, que estaban en mi olvido, recuperan su existencia. Lo hacen de una manera por demás entrañable, y en su transformación ocurre que concluyo la lectura de Clotilde, la que me hace ver más allá de lo desconocido, esos mundos que no me son ajenos pero que me estaban en receso. Veo entonces el volumen, los colores, los matices, la realidad tan surrealista como solo en el interior de una cárcel puede existir.
¿Qué hacen unos peces dentro de una celda, como compañía de un preso, desde el imaginario de Clotilde? Magnificar la belleza del caído en desgracia, tal vez.
¿Por qué a un espacio para el desconcierto de lo que desecha el cuerpo, le nacen flores? Porque la creatividad es horrendamente hermosa. Porque de lo más cruel emana también la belleza.
Con esta propuesta plástica, Clotilde convoca al desfile de los presos, para que juntos entonen el canto desde la evocación de otro ser caído en desgracia, ese nombre que nos punza en las sienes: Salvador López.
Alabanza de colores y texturas, libertad en vuelo, imaginar que es crear. Porque el dolor también trastoca los sentidos. Hasta desencadenarlos en la posibilidad del arte, la creación.