Por José Luis Dávila.
Hay diversas formulas para crear música, y todos, sin duda, tienen una. Un par de acordes que se dejan notar en cada pieza dan siempre ese toque característico para una banda; cada quien tiene un estilo que se queda impreso en el sonido. Eso no es malo, incluso, cuando se sabe hacer, es loable.
Hace poco me topé con los nuevos discos de KISS (Monster, 2012) y Aerosmith (Music From Another Dimension!, 2012). Descubrí que no han cambiado en nada. Es el mismo ritmo, el mismo tipo de afinación, notas casi idénticas, acordes similares, la misma temática de las letras; y todo ello, ambas bandas lo trabajan desde hace décadas. Es lo suyo, lo que los define. Construyen sus placas con un molde al cual sólo le añaden ligeras variaciones.
Yo siempre he estado en contra de lo anterior. Es decir, creo que un artista que no se arriesga a probar algo diferente debe ser puesto en cuestión junto con toda su obra. Sin embargo, esta vez puedo asegurar que si KISS o Aerosmith hicieran algo que no fuera a lo que estamos acostumbrados, seguramente nos horrorizaríamos. Y junto con ellos, muchas otras bandas o solistas tienen esa particularidad: Nos mantienen ceñidos a sus estructuras, a sabiendas de que son disfrutables, de que cada una de sus canciones está completa en sí misma y tan sólida que no se les puede reprochar nada.
Por el contrario –aunque estoy casi seguro de que me arriesgo al linchamiento– hay quienes no logran esto. Sí, tienen una buena técnica, buen ritmo, buenas canciones, tienen incluso mayor campo de mercado, pero cansan. Aburren después de un tiempo. Piensen en Muse, en Radiohead, en Coldplay; son buenos mas no logran retener al público bajo un mismo estilo. De tal modo, dicen cambiar constantemente, anuncian que el próximo disco será distinto, que habrá sorpresas, que su sonido evoluciona, pero no pasa nada. Cuando compramos el disco (o lo descargamos) y lo ponemos en el reproductor, es más de lo mismo.
La diferencia estriba en dos cosas: Los primeros no hacen faramalla, no engañan ni forman ideas distintas sobre su material; ellos saben que darán lo mismo para su público, y su público quiere precisamente eso. Son honestos con su trabajo. Los segundos arman un velo de fastuosidad sobre su producción y cuando exponen lo que hay detrás, suele recibirse, tarde o temprano, con un “Es bueno, pero no es lo que esperaba”.
No me malinterpreten, creo que hay cosas muy buenas en todos y que a veces éstas cuestiones se reducen al gusto. Aunque, si tuviera que elegir, inevitablemente me quedaría con los siempre sólidos pero nunca herrumbrosos clásicos.