Primavera negra, Borges y algunos cuantos naufragios
Gabriel Duarte escribe sobre el calor, los libros abandonados, Alessandro Baricco y los cursos para analizar a Borges

Gabriel Duarte escribe sobre el calor, los libros abandonados, Alessandro Baricco y los cursos para analizar a Borges
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 18 de mayo de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: llevo tres días intentando escribir esta columna y por más que me esfuerzo el calor me tiene hecho un verdadero pendejo. Para empezar, sólo tengo 4 neuronas en funcionamiento y con este clima dos de las cuatro se están achicharrando y las otras dos no jalan, parecen guayabas deshidratadas. Desafortunadamente ya es jueves y si no le chingo me van a agarrar las prisas (y mi editor a madrazos). Así pues, damita, caballero póngase cómodo que allá va el sermón dominical:
En estos días ocurrieron chingos de cosas. Siempre tengo la impresión de que este país y, creo que el mundo en general está llegando al borde del precipicio y que sólo se sostiene con las uñas, pero da la casualidad de que este planeta sigue girando y nosotros seguimos con vida. No entiendo cómo ni por qué, pero es así.
Entre tanto acontecimiento me parece que hay algunos dignos de mencionarse. En primera instancia, hay que checar ese asunto de los familiares del Chapo. Resulta que volaron a EUA y se entregaron a las autoridades del FBI para que Ovidio Guzmán se declare culpable y aporte información sobre el narco en México. Imagino que, acabado el juicio, terminarán bajo un sistema de protección a testigos: ¿me pregunto cómo acabará la vida de cada uno de esos sujetos? ¿Terminarán vendiendo ceviches en Perú?
¿O con un puesto de quesadillas de sesos en La Lagunilla? ¿Habrá valido la pena tanta muerte, tanta droga, tanto dinero y tanta sangre?
Por otro lado, resulta que asesinaron a una chica en Guadalajara mientras grababa un video. ¡Qué locura! Al parecer su novio era ligeramente celoso.
Y lo peor de todo: el gran José Mujica alcanzó el fin de sus días. Debo decir que hubo un tiempo en que me gustaba mucho ver algunas entrevistas del expresidente uruguayo. En muchas de ellas hablaba sobre austeridad, el sentido de la vida, el tiempo y la felicidad. “El acto de vivir tendría que convertirse en una aventura (casualmente mi psicoanalista decía lo mismo)”.
Por más que lo analizo no le encuentro el modo a este asunto. Para mí ya es una aventura llegar al centro para ver a los clientes con los que trabajo. Con tanta manifestación, tanto maestro protestando, tanto pesero y tanta pinchi moto, atravesar la ciudad cada día es un verdadero logro. Conseguir dinero para la renta cada mes y poder dormir con este puto calor es toda una Odisea. ¿Qué más habrá que rascarle a la vida para convertirla en una aventura?
En otros temas: como algunos de ustedes sabrán tuve la brillante idea de inscribirme a un curso de novela corta. Y la verdad es que yo no entiendo. El gran Iñakikín me ha dicho mil veces que no tiene ningún sentido hacer esa clase de cosas. Llegué a la conclusión que sería mejor ver un tutorial de YouTube para aprender a cocinar pozole estilo Michoacán, que andar tomando esas pinchis clases que no me aportan nada. Tampoco es que me prometieran conseguir el Nobel. Aunque muy probablemente es sólo que estoy bien requetependejo y no sé aplicar los conceptos enseñados como es debido, simplemente no lo sé.
Decidí inscribirme porque un maestro que me dio clases estaba en el programa y el simple hecho de verlo me orilló a pensar que aquello valdría la pena. La neta es que no fue así. Bueno, no ha sido así, pero sólo faltan tres sesiones para terminar el muy mentado curso y no veo claro.
Hemos visto harta cosa súper básica. Ingenuamente pensé que nos hablarían sobre estructuras, que haríamos ejercicios prácticos, que los leeríamos en clase y al final cada alumno tendría una idea muy concreta de lo que tendría que hacer para terminar de escribir un libro, pero eso no ha sucedido y me queda muy claro que no va a suceder.
Para chingarla de acabar, los maestros no me han convencido del todo, pero en lo que respecta a los alumnos los veo mucho peor. Aparte de que son bastante ingenuos, tengo la impresión de que algunos de ellos más bien lo que necesitan es una niñera o un tipo de educación especial. Estoy seguro de que varios tienen ciertos trastornos medio raros que están muy de moda. Me sorprende el tipo de preguntas que hacen y que sean tan histriónicos. Afortunadamente las clases son por Zoom y siempre bloqueo el micrófono para poder expresarme a mis anchas y que nadie escuche la cantidad de vituperios y mentadas de madre que me veo orillado a expresar los sábados desde las 9 de la mañana.
El asunto es que el curso termina en tres semanas y me parece que hubiera sido mejor gastarme dos mil pesos en gomichelas (qué invento tan macabro, si no sabes qué es una gomichela te falta barrio) que tirar el dinero de ese modo.
Por otra parte, creo que ha llegado el momento de hablarles sobre mis primeros dos naufragios literarios del año: el primero de ellos se llama Hamnet de Maggie O’Farrell, compré este pinchi libro porque leí varias reseñas y escuché muy buenos comentarios al respecto.
Hamnet en teoría encierra la historia que hay detrás de Hamlet y creo que conocer el origen de esa obra teatral merece mucho la pena. Debo decirles que voy en la página 117 de 330 y no más no veo que esto se ponga de ambiente.
Se supone que William Shakespeare tuvo un hijo que falleció en raras circunstancias, su hijo se llamaba justamente Hamnet y este libro se llama así. Como bien sabrán, en Hamlet la quese muere ahogada en un río es la hermana del protagonista y al parecer existen ciertas similitudes de lo que ocurrió en la vida real con lo que sucede en la obra de teatro.
El asunto es que saber estas cosas provocaron que acá su mequetrefe de confianza se enganchara con el libro, pero hasta donde voy no ha sucedido nada o casi nada. Se narra la historia de una familia que vive en Inglaterra más menos por esa época del renacimiento. Se puede observar el estilo de vida de las personas, la forma en la que organizaban el comercio, sus relaciones y las costumbres que tenían. Aparte de eso, y algunos conflictos familiares, la narración no me ha dicho gran cosa.
No pienso abandonar el libro, sólo está en pausa. Debo darle una oportunidad. Espero que el naufragio no sea definitivo.
Por otra parte, comencé a leer Abel del gran Alessandro Baricco. Resulta que es su último libro, luego de una ausencia de 7 años sin publicar. Francamente, después de haber escrito Seda, ese sujeto ya se puede morir y se le perdona todo. Estuve preguntando en algunos sitios qué tal con Abel, el tema es que el libro es muy reciente y nadie pudo darme una opinión, pues no mucha gente lo ha leído.
En teoría es un western, va de un sheriff denominado Abel Crow que tiene 27 años. Se supone que ya es una leyenda por sus dotes innatas como tirador. Debo decir que llevo unas cincuenta páginas y tengo la impresión de que el libro debería comenzar allí. No lo sé aún, pero creo que las primeras cuarenta cuartillas están de más.
Tampoco es que sea un crítico literario, yo acá sólo tengo mi escaso juicio y mi peculiar gusto con las lecturas. Por supuesto que seguiré leyendo a Baricco, ya les haré saber si vale o no vale la pena que inviertan dinero en él o si mejor nos lanzamos por unas gomichelas o en su defecto por unos Dorilocos (y si no sabes qué son los Dorilocos te aseguro que el creador jamás te lo habrá de perdonar).
Justo en esas estaba cuando recibí información sobre un seminario de Borges para estudiar El Aleph, no me pude resistir y me inscribí. Y seguramente pensarán: a este brother no más no se le quita lo pendejo, pues sí y no. Resulta que el curso es presencial y no se trata de escribir. Por tan sólo $290 pechereques analizaremos cada cuento del libro y el hilo conductor que existe entre ellos.
El único requisito era leer los 17 relatos. Y aquí creo que perderé a los únicos dos seguidores de esta columna, aunque antes creo que debo escribir un poco sobre Borges: como todos sabrán (menos el expresidente Fox) su nombre completo es Jorge Luis Borges (en realidad se llamaba Jorge Francisco Isidoro Luis Borges). Nació en Buenos Aires, Argentina el 24 de agosto de 1899 y falleció en Ginebra, Suiza el 14 de junio de 1986.
Fue un escritor, poeta, traductor y ensayista. Es considerado una figura clave tanto para la literatura en español como para la literatura universal. Sus dos libros más conocidos son Ficciones y El Aleph, publicados en la década de 1940. Son recopilaciones de cuentos conectados por temas comunes como los sueños, los laberintos, las bibliotecas, los espejos, autores ficticios y algunas mitologías europeas. Sus argumentos exploran ideas filosóficas relacionadas con la memoria, la eternidad, la postmodernidad y la metaficción.
Y hasta acá todo bien. No niego la grandeza de Borges en ningún momento. También se le conoce como un gran lector y algunas veces he llegado a pensar que tuvo más de mil pesadillas por el hecho de saber que no iba a ser posible que leyera los libros que se publicarían después de su muerte, pero esto sólo es una opinión muy personal. Tan personal como decirles que, haciendo la relectura de El Aleph, para la clase que tomaré, encuentro los cuentos un tanto acartonados y faltos de vitalidad.
Siempre que entrevistan a alguien dedicado a las letras y le preguntan sobre sus grandes influencias o algún ídolo literario, es muy habitual escuchar la siguiente respuesta: “Borges”. ¿Será una forma de salir bien librado? ¿Será sólo una postura intelectualoide? ¿O será que con mis 4 neuronas atrofiadas no se puede ni se debe esperar mucho de mí? Francamente no lo sé, sólo espero que me desapendejen en el curso, pero me parece que tanta sabiduría y tanto adjetivo rebuscado hacen que los relatos pierdan cierta honestidad.
Encima está este asunto de los temas y los lugares lejanos con personajes como de leyenda, no sé, pero me generan un letargo espantoso. Quizás ya son cosas de la edad, o el hecho de estar viviendo en la era del internet de bolsillo. Me refiero a esa imperiosa necesidad que tenemos por recibir estímulos a cada dos segundos.
He de confesarles que me anoté a la clase porque sólo dura un día y aparte de todo ando muy alejado de las personas, de los pocos amigos que tengo y del planeta tierra. Recientemente me acordé de un pequeño verso de Benedetti: “no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo…” Así que, decidí inscribirme porque el curso es presencial y quiero ver si logro hacerme de alguno que otro buen amigo (de preferencia espero que aparezca alguna damita para este intrépido caballero).
La verdad es que de vez en cuando no me viene mal platicar un poco con gente que le apasione ese asunto de los libros, procuro no hacerlo porque a veces me llego a aburrir y prefiero hablar de cualquier otra bobada con unas cervezas de por medio.
Por último, lamento decirles que hemos llegado al final, podría seguir escribiendo, pero no quiero convertir este discurso en un sermón tipo dictador venezolano. Prometo hablar de Henry Miller a profundidad en algún otro momento. Por ahora, les dejo las primeras líneas del libro del que se supone que tendría que haber hablado:
Soy un patriota del Distrito 14, de Brooklyn, donde me crie. El resto de los Estados Unidos no existe para mí más que como idea, historia o literatura.
Pero yo nací en la calle y nacer en la calle significa vagar toda tu vida. Significa accidentes e incidentes fortuitos, drama, movimiento. Significa, sobre todo, ensueño. Una armonía de datos irrelevantes que proporciona a tu vagar una certeza metafísica. En la calle aprendes lo que realmente son los seres humanos; de otro modo, uno más tarde, los inventa.
Lo que no está en la calle es falso, inventado, es decir, literatura. Nada de lo que se llama aventura se aproxima nunca al sabor de la calle. No importa que vueles al Polo, que te sientes en el fondo del mar con una libreta en la mano, que saques una tras otra nueve ciudades, o que, como Kurtz, remontes el río y te vuelvas loco. No importa lo excitante, lo intolerable de la situación; siempre hay salidas, siempre mejoras, comodidades, compensaciones, periódicos, religiones. Pero hubo una vez en la que no existió nada de esto. Una vez en la que fuiste libre, salvaje, capaz de matar…
Primavera Negra
Henry Miller
En fin, que ya me voy porque me urge trapear la casa y necesito ir por las tortillas. Se me portan bien, no quiero quejas. Cualquier duda o sugerencia con esta columna que tiene las neuronas averiadas por el calor y que habla de todo y de nada a la vez, favor de mandarnos sus comentarios, siempre imitada damita, jamás igualado caballero.
Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.
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Avisos
Como siempre, los buenos consejos nos faltan en tu columna, perfecto. SALUDOS