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Puebla, México, 2 de julio de 2024 (Neotraba)

Marx determinaba, en un pequeño ensayo, que todo acto tiene su papel dentro de la estructura social; para el autor, el robo tiene la función de hacer girar el engranaje económico desde los elementos más pequeños como pudieran serlo hoy en día una cámara de seguridad o un candado, hasta sistemas complejos de resguardo de valores. En las librerías, por fortuna, los asaltos son poco frecuentes, pero no por ello no se cometen robos, robos casi siempre pequeños pero que nos hacen estar alerta de ciertos rostros, de algunas señales delatoras de nuestros tan conocidos farderos.

En el mundo de los libros existen infinidad de mitos que se fundan más en la idea de que el mundo de las letras es un mundo para gente que tiene valores superiores que en la realidad, que quien lee nunca sería capaz de robar ni siquiera al verse tentado por su mayor deseo, olvidando que la cuestión de los libros es al final del día un tema de comercio y como en todo comercio habrá siempre quien iniciando o con maestría buscará robarte.

Hace unos meses nos tocó una situación que con el tiempo se ha vuelto memorable por el personaje del que nos toca hablar, nuestro querido marinero, un hombre de tercera edad vestido con un Kepi y un abrigo marinero, desde el inicio nuestro visitante se comportó de forma inusual, cabe aclarar que tenemos ya conocimiento de algunas características comunes entre farderos, la mayoría evitan a los libreros, unos cuantos se muestran interesados en libros que saben de antemano que ya no se pueden conseguir y con ello se evitan que duden de sus buenas intenciones al dar vueltas y vueltas sobre la librería.

En este caso particular, nuestro visitante tenía una lista de libros que le interesaban, y mientras mi compañero se apoyaba conmigo para poder descifrar la letra en la nota, el marinero aprovechaba para meter en una bolsa enorme, algunos libros de medicina.

Nunca supe para que un marinero veterano querría la anatomía de Moore y otros tres libros que juntos costaban poco más de cuatro mil pesos, cuando nos dimos cuenta de que estaba guardando estos libros tuvimos que interceptarlo, aproveché entonces que había podido leer su letra en la nota para acercarme antes de que pudiera salir de la librería y comentarle que estábamos revisando los libros que le interesaban, que necesitaba su apoyo para ver si la edición era la correcta. Nada más que mentiras, en ese momento lo único que me importaba era que su bolsa no saliera de la librería. Siempre les digo a mis compañeros: si tienes duda si es fardero, atiéndelo como a tu mejor cliente, no lo dejes solo.

El marinero puso su bolsa en una silla y comencé a cuestionarlo por los libros que sabíamos tenía guardados, fue también en ese momento cuando vi que entre los libros estaba un machete, esa combinación no me resultaba real: un señor de la tercera edad, vestido como marinero, con un machete (todavía sin usar, con una funda en negro muy bella), robando libros de medicina que ya le costaba cargar. En ese momento le pedí los libros, le expliqué que esos no eran de su propiedad y que lo habíamos visto guardándolos; él insistió que eran suyos, pero al preguntarle por su ticket ya no tuvo argumentos, sin embargo, amenazó con regresar, a la fecha mis compañeros me preguntan por el marinero, sólo que ahora le han agregado un parche, bromeamos con los garfios y los qué hubieras hecho.

Ojalá el robo de libros fuera una cuestión inexistente y, de no ser el caso, que al menos se diera en esa idea romántica bolañesca de la bibliomanía, pero eso –si acaso– es el 5% del robo que ocurre en una librería.

He visto mis libros en el centro, incluso con las etiquetas de esta librería todavía colocadas, el robo de libros no es lo mismo que robar un pan, no tiene nada que ver con cubrir necesidades inmediatas, es un negocio armado en el que muchas veces me he quedado pensando con mis compañeros que parece un robo bajo pedido, de gente con gustos muy buenos.


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