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Vista desde mi cubículo foto por Iván Gómez
Vista desde mi cubículo foto por Iván Gómez

 

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Recuerdo la mañana en la que salí a tomar café con un amigo, no nos habíamos tratado tanto, de hecho era la primera vez que salíamos fuera de la escuela, por eso hablamos de varias cosas que nos definían. Él me dijo: siempre se ríen de lo que yo creo como profesor, pero uno de mis impulsos es que mis estudiantes sean felices con el conocimiento. Le di la razón, pero me sacó de onda, ¿por qué se reirían de un ideal como ese?

 

La risa delata mucho de lo que pensamos del conocimiento: es aburrido, chocante, sólo sirve para exámenes…

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No extraño la escuela, en absoluto. Claro, sí a mis amigos y su buena compañía; pero a la escuela, las aulas, las tareas, los horarios, no, no extraño nada de eso.

 

 

Seré sincero, la escuela y yo nunca nos hemos podido entender, al menos no en mi papel de estudiante, por eso aprecio mucho a mis maestros que se salen de su papel de catedráticos apegados al sistema por competencias y nos ayudan a buscar nuestras motivaciones y a apreciar la escuela.

 

 

Debo ser justo, mi prepa (con sus varios defectos, sobre todo políticos) no es mala, he visto crecer a mucha gente que la utiliza como una herramienta para su formación, además, cada vez que recuerdo la secundaria o mi estancia de 3 días en un bachiller de aulas precarias y reglas estúpidas, pienso, vaya, las cosas van bien en comparación.

 

No soportaba la secundaria, y nunca me pude adaptar a ésta, aun con mis 13 años sabía lo ilógico que era que me regresaran a casa –y así perder todo un día de clases- por no llevar casquete corto. Supongo que se dieron cuenta y pusieron a trabajar la sesera para remediar el problema. La mediocre solución llegó rápido: contratar a una peluquera que nos cobraba 14 pesos por semi-raparnos, eso sí, nunca nos emparejaba las patillas ni nos rasuraba los vellitos que crecen en la nuca. Y encima de eso el corte se llevaba a cabo a un costado del patio cívico, donde cualquiera nos podía ver.

¿Saben ustedes cuántas veces fui al baño de maestros a expulsar un par de lágrimas por el coraje que me daba que le quitaran identidad a mi cabello, porque la chica que me gustaba me viera mal rasurado y por la incomodidad de tener pelitos en la camisa el resto del día?

 

 

Seguramente nos rasuraban así de mal con la intención de que aprendiéramos y lo hiciéramos fuera de la escuela, pero yo soy muy necio y entre más me castigaban yo menos lo hacía, en protesta y por sonso.

 

 

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Hace dos años que salí de la secundaria. Mi hermano ahora acude a la misma, lo veo, es igual de rebelde que yo, incluso hasta más, no sé por qué no lo apoyo del todo, trato de decirle que no apague sus ideales pero que sea inteligente y no se meta en tantos aprietos. No sé si después de todo, las escuelas me han modificado o estoy aprendiendo a ser más precavido.

 

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Necesitamos un mejor sistema educativo. El problema del actual es la absurda formalidad con la que intenta educarnos. En la primaria a la que fue mi hermano, y años atrás yo, les prohibieron a los niños correr en el recreo.

 

En la secundaria, en una ocasión un balón de cuero se estrelló en la cabeza de una niña boba (hay que decirlo) y su frente se abrió, ¿saben qué se determinó? Prohibir el uso de cualquier balón de cuero. Ese día fue el balón, pero hubo muchos días en los que niños que no estaban jugando atravesaban las canchas (a veces hasta con comida) y por supuesto eran derrumbados. Eso es lógico y hasta merecido por no razonar que meterse en un espacio “deportivo”, sin la intención de jugar, es riesgoso. Si las autoridades se hubieran enterado de eso seguro que hubieran prohibido correr…

 

 

Insisto, la solución no es prohibir, es establecer soluciones. En ese caso, la solución era determinar áreas exclusivas para los que juegan y áreas exclusivas para los que comen o caminan, en realidad sí las había, la cosa era que nos hicieran respetarlas.

 

 

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Cuando iba en 3ro. de secundaria, la escuela entró a un concurso para cantar el Himno Nacional, ¿de qué sirvió que nos obligaran a estar parados media hora todos los días hasta que nos lo aprendiéramos completo si no nos inculcaron identidad con nuestra nación?

 

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Las escuelas necesitan congruencia. No me explico cómo me enseñaban sobre la naturaleza en biología pero no nos dejaban sentarnos en las áreas verdes, en las que no había plantas que se pudieran maltratar, pero sí nos llegaron a pedir que cortásemos una flor (es decir, matarla) para examinar sus óvalos, sus pistilos y todo eso.

 

No me explico por qué cuando les di mis cuentos a mis maestros de español todo lo que me decían era: está bien; apenas es un ensayo, puedes mejorar; está muy bien; pero nunca me dieron una lectura que me ayudara a crecer o me señalaron en qué podía mejorar. No sé por qué en vez de encaminar mis ideales trataban de eliminarlos.

 

No sé por qué la escuela es tan rígida al grado de atentar contra nuestra libertad.

 

Yo no aprendí biología, física, español, química, historia, literatura (excluyo arte, inglés e informática porque ahí tuve buenos maestros que en la mayoría de las ocasiones nos entendían). Prácticamente no aprendí nada, para mi examen de admisión a preparatoria estudié lo de 3 años en 3 meses. Me decían: es tu culpa, ¿para qué no ponías atención?

 

 

Porque nunca me incentivaron a ser curioso. Decían que es mi culpa, caray, ¿qué no esto de la enseñanza es un proceso compartido? Y no, no creo que baste con hacer acto de presencia y dar los temas para que el maestro pueda decir que ya puso de su parte.

 

 

Regresando al comienzo, no extraño mi prepa porque es imposible no contagiarte de cierta monotonía. Pero en agosto volveré muy feliz, porque ya he estado en escuelas que atentan contra mi libertad, y en esta, aun con sus múltiples defectos, no lo ha hecho y es posible encontrar maestros que de verdad te incentivan.

 

Por lo pronto me dedico a disfrutar de la vista de mi ventana en el cubículo donde hago una estancia.

 

No tengo conclusión, por eso son pequeñas reflexiones, pero sí me gustaría que mi texto tenga un sustento más valido que mi voz, por eso uso los datos de un artículo publicado en La jornada, en él detalla que según Asdrúbal Almazán Meléndez, director general del centro de atención al talento, el 95% de los niños dotados no son detectados (disculpen la cacofonía) y de hecho, en ocasiones hasta son tachados como niños problema, hiperactivos o con problemas de aprendizaje.

 

¿Verdad que lo que les digo no está tan lejos de la realidad?

Pueden leer el artículo aquí: http://jornada.unam.mx/2017/05/28/sociedad/033n2soc

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