Por Cucaramácara.
Soy de esas personas a las que les pesa un poco todo este ambiente. No es que no me guste el invierno o todas estas fiestas decembrinas, sino que simplemente llegan a mí demasiados recuerdos y en realidad no sé por qué… Tal vez crecí viendo cómo las personas tomaban estas fechas para reflexionar y arrepentirse de sus actos y… Terminé teniéndole miedo.
Cuando era pequeña me emocionaban mucho estas fechas, desde octubre comenzaba a hacer la lista de los juguetes que pediría a los Reyes Magos, y me la pasaba presionando a mi mamá para que fuéramos a apartar los juguetes, (así los Reyes sabrían cuáles eran los míos y no estarían perdidos en algún extraño lugar del mundo). El cinco de enero mis hermanas y yo teníamos que ir a dormir temprano, pero antes les dejábamos un “pequeño” refrigerio a los Reyes y sus fieles animales… Algo así como cuatro kilos de cacahuates, tres de leche, dos de agua, media caja de Oreo, sincronizadas, salchichas, quesitos, papas y por último un poquito de jícamas con limón y chile.
A la mañana siguiente, alrededor de las cuatro o cinco, despertábamos para ver qué regalos nos habían dejado, ya que siempre nos topábamos con uno que otro juguete de pilón. Los platos de comida aparecían batidos y vacíos, y a parte en cada zona de regalos, (la sala se tenía que dividir en tres, uno por cada hermana), había una carta, en donde decía que debíamos portarnos bien, sacar buenas calificaciones y no contestarle a mi mamá o a mi tía.
Esta rutina la seguí durante 9 años, (sin contar mis tres primeros), y después simplemente dejó de ser así. Dejé de hacer cartitas a los reyes, de hacer mi lista para pedir juguetes, de poner comida en la mesa el 5 de enero en la noche, de levantarme al otro día en la madrugada para poder jugar más tiempo aún… Todo pasó tan rápida y sigilosamente que apenas puedo recordar mi último día jugando con mis hermanas.
Es aquí cuando me doy cuenta del nivel de nostalgia en el que estoy inmersa cada invierno, porque extraño mi niñez en general, a pesar de estar consciente de que no puedo regresar a esa etapa. Extraño jugar con mis hermanas y primos, sentarme en las piernas de mi abuelito para contarle mis historias y escuchar las suyas, acompañar a mi mamá a hacer el mandado y regresar con mis bolsas del pantalón llenas de dulce, divertirme con una pelota en la cochera y poder pasar horas y horas sola o acompañada jugando ahí.
Dejé rápidamente todas esas cosas por las ansias de crecer, de poder ser como alguna de mis hermanas mayores, ir a la universidad, trabajar y poder ser independiente: jugar a los grandes… Y mírenme, reflexionando sobre todas estas cosas… Algo de lo que tanto huía y tenía miedo. Es hora de crecer.