Madrid, falta el alma a la metrópoli.
Ariadna González Uribe escribe sobre el momento en el que pudo salir unos momentos por Madrid, después de varios días de confinamiento.
Ariadna González Uribe escribe sobre el momento en el que pudo salir unos momentos por Madrid, después de varios días de confinamiento.
Texto y fotos de Ariadna González Uribe, corresponsal en España
Madrid España, 25 de abril de 2020 (Neotraba)
Resistiré, resistiré
Al comienzo de esta situación, allá por inicios de marzo, la idea de salir a la calle bajo cualquier pretexto parecía que fuera el alivio ante la pandemia que se venía, sin embargo, mientras los días pasaban y las noticias sobre cifras de infectados aumentaban, las ganas de salir a la calle disminuían.
Estuve esperando varios días para atreverme a salir a la calle, la idea de ver las calles vacías de mi ciudad, Madrid, me apasionaba, pero de repente la idea de estar “afuera” me preocupó. Dejé pasar los días de lluvia, hasta que el día soleado llegó. Sabía que no habría una cafetería donde sentarme a disfrutar algo de beber mientras veía pasar a la gente por el ventanal, ni un baño abierto, pero no sabía lo que me iba a encontrar.
Por la mañana, mientras preparaba mi cámara, los nervios me invadían, quizás por lo que podría pasar si me paraba la policía, aun teniendo identificación de prensa, quizás por volver a casa “infectada”, quizás por no encontrar la foto extraordinaria. Decidí ir en coche hasta la Puerta de Alcalá, desde donde había planificado mi recorrido a pie, el cual había realizado tantas veces al pasear a mis amigos que venían de visita.
Al llegar, solo un cartero por la calle, aunque sorprendentemente el centro neurálgico de la ciudad estaba con coches circulando, la mayoría era de entregas de paquetería y autobuses, pero con uno o ningún pasajero a bordo, y alguna ambulancia circulando a todo volumen. La entrada al Parque del Retiro, cerrada, donde tanta gente pasea los fines de semana, sin nadie más que las palomas que se juntaban alrededor de los botes de basura, quioscos de periódicos y restaurantes sibaritas cerrados, al igual que un hotel con las puertas a cal y canto, increíble que no haya turistas…
Camino abajo hacia la Fuente de Cibeles, cruce importante hacia los museos más visitados de la ciudad y es extraño ver a una sola persona esperando el autobús debajo de la marquesina. Sigo por la Gran Vía llena de tiendas con persianas bajadas, a lo lejos sólo brilla la cruz verde de una farmacia abierta, ningún desfile de gente con bolsas de compras, ni amigos cruzando la calle para adentrarse a tomar algo a Chueca, un señor sentado en un banco me saluda con una cerveza en la mano, le sonrío… qué gusto ver a un humano cerca… pero, ¿cómo se va a quedar en casa si su casa es la calle?
Me acerco a Callao, en la gran pantalla donde se anuncian los estrenos de cine y teatro ahora se lee “Madrid #Túloharásposible- Sé responsable, quédate en casa”.
Está lleno de policías, en patrullas y a caballo que revisan a los coches que pasan por ahí, los saludo, parece que mi cámara es mi pase para seguir avanzando; camino abajo por la calle Preciados, famosa por sus tiendas y por el río de gente que la recorre día a día, hasta desembocar a la Plaza del Sol, ahí donde todo el mundo queda, ahí donde se cruzan varias líneas de metro, ahí donde encuentras de todo, ahí donde se llena de ambiente para celebrar el año nuevo, ahí donde hoy solo hay un quiosco de revistas abierto, ahí donde hoy no hay nadie más, ahí donde hoy hasta mis pasos se escuchan al pisar los adoquines, ahí donde miro alrededor y me digo: no me lo puedo creer.
Avanzo hacia la Plaza Mayor, todas las sombrillas de los restaurantes cerradas: ni paella, ni callos, ni vermut, ni tortilla de patatas, ni nada de nada… La sombrerería centenaria cerrada, junto a ella, en sus soportales solo hay gente sin techo dormida ahí. Parece un domingo a las siete de la mañana, con la diferencia que no habrá el mercado de filatelia donde se intercambian timbres y monedas cada fin de semana. Salgo por una de sus puertas, la de Cuchilleros y de nuevo calles vacías, busco plazas donde solo encuentro algún perrito juguetón con su dueño, ellos si pueden salir, mis hijos no. También están de los riders en bicicleta, que reparten comida a domicilio, y algunas personas que hacen fila afuera de un supermercado separados a más de un metro unos de otros, pero nadie sonríe. Decido terminar mi jornada y volver a casa… en la calle un letrero “Don´t be afraid”… y no, ya no tengo miedo, pero la gente hace la ciudad, sin gente no es lo mismo, la ciudad vacía “no mola”, no hay ambiente, le falta el alma a esta metrópoli.
Y desde entonces, cada noche a las ocho: el aplauso desde mi balcón y la canción que termina con esta frase: “Y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré, resistiré”… Parecía que serían unos cuantos días, nos encerramos aun siendo invierno, esperando disfrutar una sangría en alguna terraza veraniega en compañía de los amigos, ¿cuándo llegará ese día?
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Felicidades por las fotos, es cierto la ciudad sin alma, vacía.
Sin razón, por negligencia.
Muchas batallas a la vez.
Que las ganemos sin de dejar de ser nosotros.
Hola, le haremos llegar los comentarios a la autora. Muchas gracias y saludos.