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Ciudad de México, 16 de noviembre de 2024 (Neotraba)

Insensatos lectores: hoy es martes. Me veo en la obligación de mencionarles lo siguiente: con toda honestidad podría haber comenzado a hacer esta madre desde ayer, pero, aparte de escribir, de bailar quebraditas y de hacer trutrú, hay algo que se me da aún mejor: hacerme bien uei (al final del texto les dejaré el significado de lo que es el trutrú, no quisiera llenarme de proposiciones indecorosas, ¿o sí?). Motivo por el que dejé para hoy lo que bien podría haber empezado ayer.

Sin embargo, no pierdo de vista que tengo una semana para confeccionar esta columna. Aunque, en honor a la verdad, eso de andar corriendo no es para mí. No me gusta vivir con prisas. La vez pasada terminé caminando en pleno sábado sobre la cuerda floja. Así que, decidí dedicarme a escribir antes de que el reloj se ponga pesado, se impaciente conmigo, y le dé por devorarme.

Dicho lo dicho, iniciaré preguntándoles algo: ¿conocen un poco sobre la vida del gran Vincent Van Gogh? Creo que es bien sabido por todos que su pintura formó parte del Impresionismo. Este movimiento se denominó de ese modo por un cuadro del legendario Claude Monet, llamado “Impresión”. Es una obra que deja ver un solecito y su reflejo sobre el mar. La imagen también incluye una pequeña embarcación. La paleta de colores es muy peculiar: los tonos son verdes, azules y naranjas. Este lienzo determinó el rumbo de la pintura, influyendo en figuras como Paul Cézanne, Edgar Degas, Édouard Manet y Renoir, entre otros.

Cuando se analizan los primeros trabajos de Van Gogh pueden observarse cuadros con tonalidades oscuras y una clara intención de buscar un contraste con la luz. Tiempo después, el colorido que utilizaba y sus peculiares pinceladas generaron un vínculo extraordinario, pero que pocos comprendieron en su momento. El impresionismo buscaba, a grandes rasgos, plasmar la luz y capturar el instante. Digamos que es como si los pintores hubieran deseado hacer una fotografía con el obturador abierto.

Ahora bien, debo decirles que yo de lo que menos quiero hablar el día de hoy es de pintura. Tampoco soy un experto. Pero algunas cosas me gustan mucho y no sé porque las sé, pero las sé. En fin, que estábamos con Van Gogh: aparte de su historia, que a mí me resulta fascinante (si quisieran conocer un poco más les dejo acá dos librazos. Uno es Anhelo de vivir, del sorprendente Irving Stone y otro es Cartas a Theo. Muy buenas lecturas), tiene una peculiaridad que llega a suceder con algunos seres humanos. No entiendo bien en qué consistirá, pero Vincent fue de esos extraños casos en los que una persona llega trascender sólo hasta después de morir. Según entiendo, Van Gogh, únicamente logró vender un cuadro en toda su vida. Y da la casualidad que se lo compró su hermano Theo. Como muchos artistas, padeció los estragos de la pobreza. No hace falta decir que sus últimos días los trascurrió en un lamentable estado mental. En 1987 el cuadro de Los Girasoles alcanzó una cifra récord de 22.5 millones de libras. Unos 28 millones de euros actuales (hay una famosa falsificación que forma parte de la serie de los girasoles en Japón y se vendió por una fortuna. Los japoneses insisten en que el cuadro es auténtico), siendo el Retrato del doctor Gachet el de mayor valor. Fue subastado por 82.5 millones de dólares en 1990.

Total, que hablando de toros y deportes: hace poco escuché una frase que me voló la cabeza. Aquello rezaba lo siguiente: “la vida no tiene ningún sentido a menos que tú se lo encuentres”. Por lo que llegué a la siguiente conclusión: lo único que llenaba de significado la vida de Van Gogh fue la pintura. Creo que en el momento en que se le negó el placer de pintar, decidió ponerle fin a la historia. Se suicidó el 29 de julio de 1890. Y después de toda esta pinshi introducción se preguntarán: ¿y eso a mí qué frutilupis me importa? Como de costumbre, creo que en realidad absolutamente nada, sólo que conozco dos casos muy similares.

El primero es el de la poderosa Lucia Berlin. Me estoy rifando un libro suyo de ella denominado: Manual para mujeres de la limpieza. Antes de hablarles sobre el texto, me gustaría que supieran un poco sobre su vida: Lucia Brown Berlin, nació en 1936. Fue una mujer fascinante que siempre vivió asomada al abismo. Tuvo una premonición que le sobrevino en la cama de un hospital, donde se encontraba internada. Como hacía con todo, quiso dejar su presagio por escrito. Les dijo a sus hijos, a través de una carta, que si no salía de allí quería que supieran que en 10 años alguien aparecería interesado por sus relatos. Y así sucedió.

Lucia Berlin fue, durante casi medio siglo, el mejor secreto guardado de la literatura estadounidense. Hasta que, en 2015, justo11 años después de su muerte, se convirtió en un inesperado fenómeno literario. La recopilación de una antología con sus mejores textos, consiguió rescatar del olvido su mirada observadora e inteligente, su prosa audaz (y lo que más me gusta), su incorrección política (yeah!) y sus personajes femeninos. Pero también una biografía compleja y azarosa alimentada por el alcoholismo, las relaciones tóxicas y las malas decisiones, que después volcaba sin filtro, en casi todos sus cuentos. Aunque cambiaba detalles, nombres y alteraba la cronología, casi todas sus historias tenían algo de su propia vida.

Nacida en Alaska, Lucia Berlin, tuvo una infancia traumática: su madre alcohólica la maltrataba; su abuelo materno abusó de ella (¡chale!). El trabajo de su padre obligó a su familia a cambiar de residencia continuamente: de Idaho a Montana y después de Arizona a Texas o a Chile. Antes de cumplir los 30, se había casado tres veces. Había tenido cuatro hijos y su vida siempre estaba rayando en el desastre: su primer marido la abandonó estando embarazada (¡pendejo!). Con el tercero tuvo dos hijos más, pero resulta que este sujeto era un músico de jazz adicto a la heroína. Vivió en Nuevo México, Nueva York, California y Colorado. Tuvo decenas de trabajos: fue telefonista, enfermera, profesora de escritura creativa en una cárcel, mujer de la limpieza y creo que no fue futbolista porque no se le ocurrió.

En la última etapa de su vida, y después de haber superado su alcoholismo, Berlin conquistó la estabilidad al aceptar un puesto en la Universidad de Boulder, Colorado. Pegada a un tanque de oxígeno por la perforación de un pulmón. Tiempo después el cáncer la obligó a vivir en el garage de uno de sus hijos en Los Ángeles. Falleció en 2004, el mismo día que cumplió 68 y 10 años antes de convertirse en un mito de la literatura. ¿Quieren saber si le hubiera gustado ser famosa? ¡Por supuesto que quieren saber! Ahí les va: según cuenta uno de sus hijos, era una mujer bastante tímida y al parecer no hubiera gestionado muy bien la atención mediática. Escribía, pero no lo hacía por el dinero. Sólo quería que sus historias se leyeran y le hacía feliz que se publicaran en las revistas en las que acostumbraba editarlas. Aunque, confiesa su hijo: le hubiera gustado ser rica y famosa, como a cualquiera.

Manual para mujeres de la limpieza es una selección de sus mejores relatos y es brutal, si puede, no lo dude, aguerrida damita, cordial caballero, rífense a la inigualable Lucia Berlin.

Ahora bien, y para finalizar con este desmadre del reconocimiento después de la muerte, abordaremos el último caso: antes que nada, debo comentarles que el gran Sixto Rodríguez logró un poco (más bien chingos) de fama y fortuna antes de partir. Analicemos al inigualable Sugar Man.

Acá les hablo (les escribo, pues) sobre un documental de 2012, que en realidad se llama Searching for Sugar Man. Narra la historia de un músico. Resulta ser que, en la década de los setentas en Detroit, algunos cazatalentos descubren a un sujeto que tocaba en auténticos lupanares (como diría mi guapísima amiga Yanyaneth: “en lugares nostálgicos y de bajo presupuesto”), pero escribía, según cuentan, mejor que Bob Dylan. Decidieron grabarle dos discos. El primero fue: Cold Fact y el segundo Coming from Reality. Se esperaban grandes cosas de estos dos lanzamientos ¿y qué se creen?, no pasó ni madres.

El gran Sixto regresó a su trabajo en la construcción. Y los productores a seguir buscando estrellas que encumbrar. De lo que nunca nadie se enteró es que las canciones, sin saber cómo, llegaron a Sudáfrica, donde se convirtieron en auténticos himnos, pues en ese entonces aquella región africana vivía en medio del apartheid, que era un sistema de segregación racial. Se basaba en la idea de que las personas de diferentes razas no podían convivir en igualdad (qué puto coraje, ¿no?) Según observé en el documental, era muy común que en cientos de hogares en Sudáfrica tuvieran los dos discos nombrados líneas arriba. ¿Se preguntarán la razón? Las letras eran contestatarias, rebeldes y llenas de razón. Su segundo LP se convirtió en un símbolo en la lucha contra la discriminación y la desigualdad.

El asunto es que, cierto día, un sujeto sudafricano de nombre Craig tuvo la curiosidad por saber qué habría sido de Sixto Rodríguez, pues creía que era una figura conocida a nivel mundial. Se dio a la tarea de hacer un poco de investigación y a través de alguna de las portadas de los discos, se dio cuenta que no tenía absolutamente nada. A su vez, un reportero quería escribir una historia y buscando algunos temas que narrar decidió hacer un reportaje sobre la muerte de Rodríguez. Había escuchado algunas raras teorías sobre el tema: que se había pegado un tiro en pleno escenario o que se había prendido fuego a sí mismo mientras cantaba. Continuó con la búsqueda y se encontró en un callejón sin salida. Hasta que tuvo la brillante idea de colgar en una página de internet un letrero en una caja de leche, tipo Wanted (quiere decir: Se busca, para los que estudiaron en escuela de gobierno). Y así fue como se contactaron los dos individuos, por un lado, Craig y por otra parte el reportero.

Después de un tiempo logran dar con el productor de uno de los discos para preguntarle cómo fue la muerte de Sixto. Sonríe y les dice que aún sigue con vida y que radica en Detroit. Luego de algunos meses logran contactarlo, a través de su hija. Le dicen que su papá es muy famoso en Sudáfrica, no lo puede creer. Los pone en contacto con Rodríguez y lo invitan a hacer un concierto. Dio 6 recitales con boletos agotados. Regresó cuatro veces a Sudáfrica y tuvo más de 30 presentaciones. Les transcribo acá la mejor parte de todo el documental:

“¿No es este nuestro gran destino? Tus sueños sobre ti mismo, lo máximo que puedes desear para ti es que un día seas reconocido por tus talentos, que se volverán de pronto visibles para el mundo. La mayoría de nosotros muere sin acercarse ni de lejos a este tipo de magia… De verdad deseo que encuentres aquel asunto que llene de razón tus días. Ya sea pintar, escribir o cantar. Haz lo que te venga en gana. Como verás no es necesario buscar las grandes anécdotas, buscar los paisajes más sorprendentes o escribir sobre cosas que desconoces. No busques afuera lo que llevas por dentro. Sólo se requiere tener el valor y la voluntad de entregar el espíritu en aquello que realmente amas, hacerlo con pasión y con toda honestidad. Y si aún no sabes qué es eso que te mueve y que te hará dar lo mejor de ti, te sugiero que no descanses hasta encontrarlo. Dedícale tiempo a este asunto. No le niegues al mundo tus talentos. Aunque no lo creas esa es la finalidad de la vida. No te mueras sin haber vivido. En fin, que desafortunadamente aún tengo un poco de espacio para volver a nuestra absurda y dolorosa realidad.”

Dejando atrás estas conmovedoras historias, no sé bien ni de qué chingados quisiera hablarles: si de la captura del sujeto que decapitó al Alcalde de Chilpancigo. Que resulta que es un Teniente del Ejército o del juicio al Mayo Zambada. Pensando en esto último, siempre me he preguntado alguna que otra cosa: A) ¿Por qué Estados Unidos es una especie de policía mundial? B) ¿Cómo fue que se llevaron a un ciudadano mexicano a juzgar de aquel lado de la frontera? Entiendo que es un verdadero rufián, un delincuente y un hijito de la chingada, pero, ¿no debería ser enjuiciado acá? Por otra parte, creo que, de este lado, no es que no se pueda, más bien no se quiere. C) Estas preguntas me carcomen el alma: ¿cómo es que en México hay tanto cártel, tanto líder y tanta mafia? ¿Y de aquel lado? ¿Cómo le hacen? ¿Llegan los cargamentos de droga y se despachan solos? ¿Quién chingados los recibe? ¿Quién los distribuye? ¿Quién los vende y quién los cobra? ¿Dónde están sus narcos y sus cárteles y sus líderes y sus mafiosos? Es fecha que no sé, pero sí sé que tengo una imaginación desastrosa y me da por pensar que en gabacholandia todo es muy raro, muy discretito y muy sospechosito, pero eso sí, nosotros siempre somos los malos del cuento. Para finalizar, con el asunto del Alcalde sin cabeza.

Creo que la Chienbum (así he escuchado que le dicen, con Ché de Cheinbaum) ya tiene chingos de pendientes y va llegando. Ojalá y les dé solución a los pequeños detalles del día a día. Creo que cargar la banda presidencial en este país es como sacarse la rifa del tigre y de dos manicomios.

En fin, que ya me voy porque dejé los frijoles en la lumbre y no encuentro en qué tlacoyo embarrarlos. Trutú: es un tipo de tejido que se hace en una tela agrupando hilos en un espacio deshilachado. La palabra proviene del inglés “tru-tru” que significa “a través” (sé que se presta al albur, pero les aseguro que no es la intención).


Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.


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