Los Otros Desaparecidos.
La crónica de Alan Robles sobre "Huellas de desaparecidos" de Mónica Muñoz Cid, artista plástica, quien buscó árboles talados en la ciudad de Puebla.
La crónica de Alan Robles sobre "Huellas de desaparecidos" de Mónica Muñoz Cid, artista plástica, quien buscó árboles talados en la ciudad de Puebla.
Por Alan Robles
Huellas de desaparecidos es un proyecto de Mónica Muñoz Cid, artista gráfica de la ciudad de Puebla. El nombre es sumamente sugestivo y trae a la mente la enorme oleada de violencia que azota a nuestro país. En cierta forma hay algo de eso: Mónica hizo un mapeo de árboles que fueron talados en la ciudad, cubrió con tinta la parte superior del tronco que había quedado en tierra y la imprimió en una playera. Cuatrocientas telas son testigos de la tala que se ha propagado silenciosamente por Puebla. Cada playera está numerada y contiene la dirección en donde permanece el vestigio de un árbol.
Hoy es viernes 9 de octubre y se expondrá la obra. ¿Dónde se pueden acomodar cuatrocientas playeras para que la gente las vea?
Llevo caminando una cuadra desde que salí de casa y recuerdo que no llevo gorra ni una botella de agua. “Puntualidad mexicana”, la voz de mi madre resuena en mi cabeza. Espero a que llegue un metrobús vacío y alcanzo un lugar del lado que no pega el sol. Después de unas tres estaciones, el vehículo está a reventar de gente y el calor aumenta. Seguimos adelante.
El sopor metrobusero se apodera de mí y me quedo dormido. Cuando abro los ojos aún faltan dos estaciones para bajarme: una vez más lo he logrado. Lo que casi no logro es deslizarme entre toda la gente para alcanzar la puerta antes de que se cierre y el metrobús avance. El suelo de la estación Alpha fricciona con la suela de mi tenis.
Bajo por la rampa y llego a la esquina, cruzo la calle y me mezclo entre la masa de personas con playeras monocromáticas. Reconozco algunos rostros mientras busco la mesa de registro. Hay música y una mujer danza cercada por una hilera de árboles-bebé contenidos en bolsas negras.
Me acerco a la mesa de registro. No, aún no tengo INE. Sí, aquí traigo mi credencial de estudiante. Unas chicas me entregan una playera y una cantimplora-playera. Es la única talla que queda.
Me pongo el tronco 101 sobre la playera de Capitán América y doy un trago de agua. Estamos al final de la barda del Panteón Francés y, al principio, somos un denso puñado de playeritas hasta que alguien dice que debemos recorrernos; camino sobre la 11 sur. Encuentro un hueco en la hilera de personas, me acomodo en él y, después de checar WhatsApp y responder mensajes, saco mi Kafka en traje de baño del morral.
La temperatura en Hermosillo llega a alcanzar 50 grados. Cincuenta grados Celsius que, según Franco Félix, cuecen los sesos y huevos estrellados en los cofres de los autos. Mientras mis ojos siguen las líneas de letras, el sol abrasa a todos los humanos-árboles que estamos ahí. Algunos se refugian en la sombra, otros caminan a lo largo del grupo; yo levanto la vista para ver los rostros curiosos de los conductores que transitan sobre ruedas.
Suenan unas trompetas azules y todos debemos permanecer quietos: somos ahora más árboles que humanos. Después de 5 minutos, nos recorremos más para trazar una línea bien definida. Seguimos caminando hasta llegar al final de la barda del Panteón Francés, enfrente del cruce de la 11 sur con Valsequillo. La gente en sus autos sigue mirándonos, el señor de la gasolinera de enfrente nos toma fotos con su celular.
Se aproxima el siguiente toque de trompetas. Nos tomamos de las manos y hacemos olas que siguen la dirección de los automovilistas, olas que llevan en el pecho el rastro de un árbol herido. Las cámaras pasan frente a nosotros, otras están presenciado todo desde el camellón verde.
Where are you now that I need ya? Sigo de pie frente a la gasolinera mientras me limpio las gotas de sudor que resbalan por mis sienes. Volteo a la derecha y alcanzo a ver pequeños grupos refugiándose del calor. ¿Por qué deshacen la línea? Regresen, amiguitos. Las selfies tienen mejor luz bajo el sol.
¿Qué haría si Leslie y Obed estuvieran aquí? ¿También preferiría conglomerarme alrededor de un árbol que sigue dando sombra, que no ha sido playerificado? Ayer vi en Facebook que un chico de mi facultad había marcado que asistiría hoy al evento. ¿Dónde estás, compañero? ¿El activismo fuera del ordenador no resulta tan cómodo?
Doy más tragos a mi playera-cantimplora antes de que todos regresemos al final de la barda. Todos se despiden de Mónica, llevan árboles-bebé en sus brazos. Regreso mi playera en la mesa de registro y me invitan a tomar uno. Escuché que había árboles frutales, pero cuando llego no queda ninguno. Escojo un árbol como los que están frente a la barda del panteón.
Reviso la hora: qué bien, me da tiempo de ir a dejarlo a casa. Subo al metrobús y todos voltean a ver las ramitas verdes que rebasan mi cabeza. Cuando al fin llego, lo dejo en la cochera y lo riego con el último trago de agua de la playera-cantimplora.
La casa está vacía. Me siento en la sala y pienso dónde plantarlo. ¿Qué pasaría si en lugar de tener cinco hijos sembráramos un árbol?