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Ciudad de México, 2 de mayo de 2025 (Neotraba)

Llegaban los viernes por la tarde a mi local de Balderas, siempre tomados de la mano, ambos eran chachareros, me llevaban lotecitos de libros que conseguían en alguno de los tianguis de la Ciudad de México, lo que les pagaba por libros de literatura y filosofía se lo gastaban en el hotel, en condones, en un toque y en caguamas, sus prioridades eran claras. Ella cursaba Estudios Latinoamericanos y él estudiaba Física en la UNAM, pero casi no asistían, aprovechaban las mañanas para vagar por la urbe.

Venían del barrio, ella de Culhuacán y él de Tepalcates, se veían muy temprano en el metro y daban el tour por Santa Cruz Meyehualco, por la San Felipe de Jesús, por Las Torres, por la Lagunilla, por La Raza y por cualquier tianguis donde se enteraran que había chácharas, se especializaban en libros aunque eventualmente también adquirían ropa, siempre se les veía bien vestidos, su frase era “a veces de marca, siempre del merca”. Me conseguían títulos muy interesantes en editoriales reconocidas, por ejemplo: libros de Hegel en Trotta y Tecnos; de Theodor Adorno en Amorrortu y Ábada; de Dino Buzzati en Gadir y Acantilado o de Bohumil Hrabal en Galaxia Gutenberg y Destino.

¿Cómo lograban conseguirlos, cuál era su secreto? Ellos se desplazaban como vendedor de cervezas en concierto en estos paraísos de las calles, donde la mercancía la ofrecen a ras de piso sobre una manta plástica a precios de regalo, donde algunos encuentran tesoros en los despojos de otros, donde los intermediarios jamás se van con las manos vacías, pueden vender desde una muñeca sin cabeza o un frasco lleno de clips hasta las butacas completas y el proyector de un cine que quebró.

Ya tenían sus marchantes que les apartaban los libros, ¡ahí viene los qué leen!, se escuchaba mientras la pareja se acercaba. Ella buscaba los libros de historia y literatura latinoamericana, su favorito era José María Arguedas, compraba todo lo que hallaba de él, pero también de Pedro Henríquez Ureña, de Roberto Atl, de Eduardo Galeano y de Baldomero Lillo. Él rastreaba los de ciencia, literatura universal y filosofía, amaba a Julieta Fierro, los libros de divulgación de la editorial MIR y las novelas de Elías Canetti, Primo Levi y Stefan Zweig.

Por dos años nunca faltaron, pero un día él llegó solo, me ofreció unos ejemplares en editorial Gredos y Herder, me confesó que eran sus reservas, que llevaba varios días deprimido, ella lo dejó para irse con otro, ¡con un pinche contador!, ¿puedes creerlo? Dejó las caminatas matutinas, olvidó la búsqueda de libros y engordó, meses después terminó la licenciatura en Física y se fue a estudiar una maestría en Astronomía en la Universidad de Tucson, después de ello le perdí la pista.

Fotografía de Sergio Núñez
Fotografía de Sergio Núñez

A ella la vi meses después en una feria del libro de la Alameda, ataviada con un traje regional oaxaqueño, trabajaba para la Secretaría de Cultura del estado, me preguntó por él, le respondí lo que sabía, lloró sin poder evitarlo, me explicó que su ruptura fue un malentendido. Ella no ha dejado de chacharear, lo extraña y dice que le gustaría encontrarlo en uno de esos tianguis y volver a disfrutar de las caminatas agotadoras bajo el sol, de las guajolotas en el desayuno y las pláticas interminables sobre si Rulfo estaba sobrevalorado, si Marilyn Monroe era más inteligente qué Einstein o sobre la panzota y la demencia de Kant en sus últimos días.

Después de más de una década me los volví a encontrar juntos, ahora en mi librería de la Roma, ya no iban tomados de la mano, tampoco me llevaban un lote de libros, ella se casó, tiene dos hijos; él lleva dos divorcios, está en el trámite del último, me cuentan que sólo se ven para chacharear y recordar aquellos años en que fueron felices.


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