Por Jonathan Allen.
Establecer la trama de Los buenos negocios, última novela del veterano escritor palmero Luis León Barreto, es bien sencillo, si nos atenemos al ejercicio clásico de deslindar trama y argumento. La novela nos narra la historia de cuatro asesinatos, o dos asesinatos dobles. El primero, el de un líder empresarial y su ejecutiva estrella, el alemán Dieter Mayer y Mónica del Castillo; el segundo, el de sus dos verdugos, el delincuente Tano el Garfio y el ruso Fyodor Kotov. Pero lo crucial, en este gran fresco picaresco de un universo y de una sociedad caída, no es la trama, ni la resolución final. Ésta no se produce, pues todo queda inconcluso, los crímenes abiertos, las culpas difusas, los verdaderos culpables, libres, ni siquiera identificados. En esta obra, moral y pesimista, a veces rayana en la misantropía, León Barreto disecciona las fuerzas que subyacen la realidad, alumbra los pasillos (como hizo Balzac por primera vez hace casi dos siglos) que conectan las altas esferas del dinero con los bajos fondos y deconstruye las falsas imágenes de Canarias como paraíso que aún subsisten en aras de la publicidad turística.
El talentoso y aguerrido especulador Mayer y la chica aristocrática que ha servido sus intereses mueren porque representan opciones contradictorias o incómodas para otra “familia” del ramo. Son víctimas de una soterrada guerra de intereses que vilmente transformó los territorios canarios en el ajedrez de la especulación. Los buenos negocios es lo que fue en su momento para la sociedad neoyorquina, La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe, una novela denuncia, cargada de ironía que desmitificaba con implacable humor ese boom de los ochenta, era de “lo todo posible”. Escrita en plena crisis económica mundial (2009) el texto proyecta constantemente la combinación de euforia empresarial y falso crédito que hundieron la economía de este país, con la connivencia y participación (huelga decirlo) de todos los estamentos administrativos y sociales. Al igual que otra obra (póstuma y maestra) que encaraba el crimen a gran escala en México, 2066 del chileno Roberto Bolaño, y al igual que en el citado caso de Wolfe, no hay justicia posible porque el mal y sus vías, la corrupción, afectan a todos. La imagen de la modernidad capitalista que elabora el autor es la de dos mundos paralelos, donde uno, el mundo oficial del progreso reglado, el orden jurídico, las decisiones políticas positivas, encubren el otro que sistemáticamente lo subvierte y prostituye.
La narrativa es calidoscópica, fragmentos en veloz sucesión que aquilatan la visión de un pequeño universo y de sus personajes autóctonos o foráneos. El principal, es sin duda Samuel Ortiz, el comisario de la policía que intenta capear las negras aguas de la crisis profesional y personal. Tras el deterioro del servicio en el País Vasco, piensa que para su nuevo destino “…tal vez una isla sea buena idea. Hay poco espacio y en él todo resulta más concentrado y circular, Un universo a pequeña escala, una página por escribir, una trampa o una tregua para reencontrarse consigo mismo” Ortiz que sale ileso de la Euskal Herría del miedo casi muere en Gran Canaria al sufrir un accidente de carretera provocado. El autor nos indica así, poderosamente, que los tópicos de bondad y tranquilidad generalizada, no son tales. Que nuestro amable bienestar es mera apariencia, propaganda interesada. El comisario es la voz de la desilusión en vivo, de aquél que contempla día a día la descomposición y el mal. Esa voz (que lucha por sobrevivir) la acompaña un coro de registros oscuros, de reflexiones nihilistas y vaticinios ateos: inconfundible madurez literaria.
El texto poliedro de León Barreto nos irá trayendo a escena y haciendo desaparecer con mano segura a una ristra de personajes perfectamente engranados en las ruedas de la sociedad insular y por tanto, en la trama de la ficción. Fran Matos, multimillonario brillante, el self–made man, salido de la nada social, que compra voluntades, el mismo que le ofrece al comisario Ortiz un bungaló a mitad de precio, a ver si se olvida de la enojosa investigación. Isabel Harrison, infiel esposa del infiel Mayer, producto frío de la alta burguesía canaria (cosmopolita y culta), preciada pieza de distinción social que aporta “clase” al brutal desclasamiento del nuevo dinero. El cura Aythami Guanche, con su programa de radio que se repite tres veces al día, independentista indómito, que curiosamente dice la verdad y denuncia la corrupción de Canarias, pero que opera (¡qué acertado paralelismo!) en la franja lunática de las opciones políticas. Tano el Garfio, el delincuente de toda la vida que vive con su madre Maruquita la santiguadora, y que será verdugo y víctima del poder oculto.
A Cuba, a lo cubano-canario, esa dimensión virtual del caribe en casa, el autor consagra páginas críticas y reveladoras, que de nuevo rompen tópicos. Dayamí Cruz, posible futura novia del comisario Ortiz, es el filtro de esa realidad, en que sexo y papeles, amor y posición social van oscuramente de la mano; otros intereses que ensombrecen una compleja realidad llena de trampas. Y por supuesto, el sexo (no el amor) tiene preponderancia gráfica en Los buenos negocios, en cuyos renglones se reflexiona sobre la belleza criolla de nuestras mujeres, y donde vibra también, luminosamente, la intensa multiculturalidad de la tierra, nuestra gran riqueza étnica, el mejor de nuestros capitales.
Los buenos negocios. Ed. Centro de la Cultura Popular canaria, Obra Social la Caja de Canarias, Cabildo de La Palma y Ayuntamiento de Agüimes, 2009. Luis León Barreto.278 ps.