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Rancho Viejo, Sonora, 26 de noviembre de 2024 (Neotraba)

En la parición de medio año se separaba al lechón más pequeño, era el que no se iba vender fácilmente, al cabo de un mes se quedaba solo con la cocha y recuperaba peso favorablemente, lo destetaban y lo separaban al chiquero pequeño para engordarlo con maíz, sorgo y suero de leche.

Ya va ser nochebuena, decía mi mamá, empezaban los preparativos de la cena, apilaban mucha leña de mezquite y palo fierro a la orilla de la enramada, las hornillas no cesaban de arder, las tinas de lámina galvanizada se rebozaban de agua para hervirla en los fogones, el nixtamal se preparaba a fuego lento en los botes cuadrados de lámina de veinte litros que reciclaban de los embaces de aceite de motor que los maquinistas desechaban después de la trilla del sorgo y el trigo.

Bajo el mezquite se sacrificaba al cochi, era un acto que me parecía brutal, me alejaba lo más posible, hasta atrás de las lomas, para no escuchar sus chillidos, pues lo vi nacer y muchas veces me tocó alimentarlo, era un amor inevitable.

Cuando regresaba, era un fandango en la cocina, la carne ya estaba sobre la mesa y los braceros humeaban con olor a costillitas asadas. La carne seleccionada se cocía para tamales, la grasa se cortaba en pequeños trozos para preparar los chicharrones, eran unos aromas de Dios. Mi padre desataba unos costales que estaban colgados al palo fierro, ahí se conservaban las hojas de los elotes para envolver los tamales, mientras madre preparaba la cubeta con agua tibia para hidratar y lavar las hojas de elotes, todos contribuíamos a las tareas. Un montón de trabajo.

Los hermanos mayores se turnaban para moler el nixtamal en el viejo molino rojo desteñido, montado sobre un brazo de palo fierro en forma de L invertida.

Las horas transcurrían entre bromas y carrillas, mientras molían, madre no dejaba de meter leña al calentón central, un bote viejo de lámina, con múltiples agujeritos que dejaban escapar las chispas a todos lados para mantenernos calientitos, se recordaban las anécdotas más significativas, el repertorio interminable, empezaban con la del medio pan y terminaban con las anécdotas de los Laureles (la primera milpa, lugar donde nacieron los primeros siete, de diez hermanos).

Mamá cremaba la manteca recién sacada de los chicharrones, intencionalmente le dejaba los asientitos, mezclaba con sal y espaura para verter la masa nixtamalizada y el caldo donde se coció la carne, batía y batía hasta que estaba esponjocita, listo, a untar la masa en las hojas de los elotes, rellenar de carne con chile y envolver cientos de tamales. Con paciencia los acomodaba verticalmente en los botes renegridos por el fuego, los cubría con hojas de elotes y los ponía a fuego lento.

Es la hora de bañarnos, pues ya va a ser Noche Buena, estrenar ropa y zapatos era parte de la emoción. El baño se improvisaba sobre una tina en una esquina del cuarto, pues afuera hacía mucho frío, el jabón palmolive, champú azul y enjuague rosa dejaban el cuarto penetrado de aroma.

Estábamos listos para la Navidad.

Las lámparas y linternas de petróleo colocadas en las esquinas que empotraban en una madera en forma de repisa iluminaban cálidamente las paredes de adobe pintadas con cal, la grandiosa casa de El Varal estaba lista para la gran celebración: la Navidad, un festejo importante.

La Yita hermana mayor, nos preparaba bolsitas de dulces de barrilitos y chicles motitas, revueltos con cacahuates, naranjas y galletas betunadas.

El cielo estrellado nos regalaba las más iluminadas lucecitas navideñas, mi madre nos contaba sobre el gran acontecimiento y nos señalaba con su mano la gran estrella de Belén que guio a los Reyes Magos para encontrar el pesebre donde nació el niño Dios. Es hora de arrullar al niño, como lo hacía mi nana Lucina, mamá tomaba al niño Dios y lo pasábamos de brazo en brazo, al tiempo de la alabanza:

A la rorro Niño, a la rorro ro, que viniste al mundo sólo por mi amor,

esos tus ojitos ya los vas cerrando,
pero estás mirando todos mis delitos.

A la rorro Niño, a la rorro ro, que viniste al mundo sólo por mi amor.

Las lágrimas tiernas son prueba que me amas,
pues padeces penas, niñito de mi alma.

Nos dormíamos para que llegara Santa Claus y nos dejara en la cabecera del tendido un juguete sorpresa; recuerdo aquella cunita rosa con una muñequita de pelos despeinados, trastecitos y juegos de pinyexes.

Las costumbres se modifican, los lugares se transforman, las personas se van, los decoros se modernizan, los recuerdos perduran para siempre.

Lo importante de la Navidad es la gran reunión de los amados, el núcleo familiar es la base para preservar el verdadero amor, una noche de amor fraterno siempre será una Noche Buena.


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