La otra sed, El secreto de sus ojos y El Aleph
Gabriel Duarte escribe sobre un par de libros y un taller: todo mientras una ciudad caótica se inunda y todos tratan de sobrevivir

Gabriel Duarte escribe sobre un par de libros y un taller: todo mientras una ciudad caótica se inunda y todos tratan de sobrevivir
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 1 de junio de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: hoy es domingo. Son las ocho de la noche. Debo confesar que estuve todo el fin de semana en casa, como si estuviera enfermo. En realidad, no tenía nada, sólo una pereza envidiable. Me la pasé viendo películas y comiendo papitas corrientes, de esas papas que no son Sabritas y que saben un poco raras. Al parecer, las que me zampé, estaban fritas con aceite de transmisión y aderezadas con sal del Bordo de Xochiaca, la neta estaban bien culeras.
El asunto es que ya me dolía la espalda de tanto estar acostado, así que, me dio por pensar que bien valdría la pena salir a dar una vuelta para orearme. Se me ocurrió que tendría que cenar algo ligero, por lo tanto, decidí lanzarme por un pozole a La casa de Toño. Comenzó a llover y hacía frío. La única solución ante este tipo de problemas siempre es algo caldoso y como la birria no estaba tan a la mano, opté por el pozole.
Cuando dejé el carro en el estacionamiento, recordé que traía mi computadora portátil. La bajé del auto. Si la inspiración se acercaba quería que me encontrara preparado, porque siempre me agarra en las pendejas y por lo general termino escribiendo esta madre el sábado justo antes de que se cumpla el plazo de entrega. Cabe señalar, que mi editor es el sujeto más paciente y comprensivo que conozco, si yo tuviera que editarme a mí mismo ya me hubiera despedido. No saben la cantidad de correcciones que le pido que haga después de haberle enviado el texto y todo por las malditas prisas, pero esta vez no me va a pasar.
Como recordarán, en el capítulo anterior, nuestro intrépido héroe se encontraba pidiéndole a usted, damita, caballero, alguna confesión. No lo voy a negar, recibí unas cuantas: dos sobornos, el típico acordeón para el examen, la invención de un chisme que resultó ser una verdad a medias y alguna que otra infidelidad.
Me gustaría decirles de qué va cada cosa, pero recuerden que les prometí discreción absoluta y que sus confesiones se morirían con su humilde napkin, así que, lo siento mucho, curiosa damita, indiscreto caballero, pero se quedarán con las ganas de saber los pecadillos de alguno que otro lector intrépido.
Lo que sí, es que tenía pensado comprar el libro que les comenté de Baudelaire, Pequeños poemas en prosa, me pareció que valdría la pena seguir profundizando en el tema. Después de rifarme el pozole, me largué a buscarlo en El Péndulo. Tras un buen rato lo encontré, lo estuve hojeando y me parecieron muy aburridos los textos. Más bien estaban redactados con una prosa bastante acartonada y medio barroca, por lo que decidí que no valdría la pena mandarles ningún relato de ese tipo.
Estaba por irme de la librería y justo en ese momento se me atravesó una novela de Eduardo Sacheri, la abrí, comencé a hojearla y cuando me di cuenta ya iba en la página catorce. Dos Sabritones después estaba en la caja pagando el libro. No tuve otro remedio más que incumplir la promesa que me había hecho a mí mismo, pues no quería comprar nada que engorde más mi biblioteca. Como de costumbre, volví a fallar.
Sé que no tengo remedio, un vicio es un vicio, pero la verdad es que la novela ha valido la pena. Me ha gustado. Se llama El secreto de sus ojos; de hecho, hace poco vi una entrevista con el escritor y es un tipo bastante peculiar. También recordaba haber visto la película y que en su momento me pareció muy buena. Me parece que el libro es mejor. Hacía tiempo que no me emocionaba con una lectura.
La historia va de un sujeto que trabaja en un juzgado y está a punto de jubilarse. Y como algunas personas lo tienen planeado, nuestro sujeto, piensa dedicar sus últimos años de vida a escribir. Todo gira en torno a un asesinato. La trama tiene un tinte policiaco y justo estoy armando una novela del mismo género y creo que el libro de Sacheri me va a ayudar mucho (las justificaciones que se tiene que dar uno así mismo para no sentir culpa). En fin, que ya les diré si la novela se pone de ambiente.
Hablando de confesiones, yo tengo una que hacerles. En realidad, no sé si es queja o confesión: debo decir que no entiendo muy bien de qué va la vida (creo que no soy el único pendejo). Este año cumplo 53 y sigo sin saberlo. Creo que leer en realidad me obliga a evadirme del mundo y quizás por eso lo hago con tanta frecuencia, también creo que a través de la literatura estoy buscando la salida de este laberinto. No sé ustedes, pero a mí nadie me ha explicado nunca las reglas el juego. Les prometo firmemente que si llegara a encontrar la respuesta les diré en qué libro está y en qué página para que no le batallen tanto como yo.
Y hablando de laberintos, resulta que el sábado es el curso de Borges que les había comentado semanas atrás. La verdad tenía muchas ganas de ver la Champions con el gran Iñaki y sus secuaces, en vez de ir al muy mentado curso, pero resulta que Iñas no va a poder y creo que está bien. Siempre he tenido la impresión de que sus amigos no pueden vivir sin diez bolsas de Paquetaxos. Cada vez que los veo, por alguna extraña razón, hay cervezas y Paquetaxos y a veces creo que después de una reunión con esos delincuentes podría perder la vista debido a la ingesta de churrumais con dorilocos y vaya usted a saber qué más tienen esas madres. He llegado a pensar que son el queso de puerco de las botanas.
El asunto es que tuve que leer los 17 cuentos de El Aleph para el curso y me pareció que sería una buena idea transcribirles uno de ellos porque es muy breve:
Los dos reyes y los dos laberintos
Por Jorge Luis Borges
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres.
Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día.
Luego regresó a Arabia, junto con sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto.
Cabalgaron tres días y le dijo: ¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.
Este cuento me parece bastante bueno. Ligeramente cruel, pero bueno. Lo que no me hace muy feliz es el lenguaje. Lo encuentro un tanto rocoso. El asunto es que se supone que hay una relación entre los cuentos que contiene El Aleph, es decir, de algún modo están concatenados y justo de eso va el curso que no quería tomar el sábado.
Lo poco que sé es que Borges estaba obsesionado con los espejos, con los tigres, los laberintos, los sueños, las dualidades y las bibliotecas y que tenía una repulsión por la cópula, según él eso de repetirnos y repetir la especie era aterrador. En fin, que ya les diré qué tal me va. La verdad que yo lo único que quisiera es conocer a alguna escriñora despistada. Sólo espero que el espíritu de Borges no se entere de mis verdaderas intenciones.
En otros temas: les diré que el lunes me lancé con la poderosa Carla con “C” a la presentación del libro de un gran amigo. Nos vimos en El Péndulo de la Roma y todo fue muy bien. En primera instancia, Carla se rifó unas empanadas bueníchimas y yo también le di chicharrón a unas cuantas. Después llegó el gran Julio Robles (autor del libro) a saludarnos y estábamos platicando tan a gusto que a mi amigo se le había olvidado que su evento estaba por empezar y que justo era la presentación de su libro.
A Julio lo conocimos en un taller que tomábamos los sábados a las 7 de la noche. Siempre he pensado que era el peor horario del mundo: ¿sábado 7 de la noche? Sin embargo, hay que reconocer que hay que tener una vida social nula para hacer eso y, la neta, era mi caso (y siento decirlo, pero lo sigue siendo).
El curso duró un año y algunos cuantos meses más, pero al final el grupo se disolvió. Aprendí bastante en ese sitio y conocí a algunos buenos amigos. A pesar del horario valió la pena.
El asunto es que como a eso de las 7:45 inició el evento. Se supone que alguien más iba a presentar el libro, pero al parecer ese alguien más tuvo un accidente y mandó una carta y a un lector suplente que lo hizo bastante bien. Resultó ser un tipo encantador y la viva imagen de Hemingway.
Después de la lectura la gran Gilma Luque, elogió el libro de mi amigo, llamado La otra sed, que es un compendio de cuentos.La neta es que Julio escribe espectacular. Sus textos dicen todo sin decirlo, no sé bien cómo lo hace y tampoco sé bien cómo explicarlo, pero sus relatos son como una metáfora. Si no tuvieran nada mejor que hacer y les sobran unos 250 pechereques no lo duden y vayan a comprarlo. Es más, si se lanzan al Péndulo y en la caja dan mi nombre les hacen el 15% de descuento (las ventajas de ser adicto).
Al final todo fue aplausos, abrazos, risas, fotos y firmas de libros. Yo salí contento y con el alma gordita. Me sentí muy feliz de ver a mi amigo con su nuevo texto. Desde mi punto de vista escribir un libro no es poca cosa.
Para finalizar, espero que Dios y la CNTE se apiaden de esta ciudad. Primero hacía un calor desértico, semanas después se nos avecinan las lluvias, y a veces parece que nos caerá encima un tsunami, y para chingarla de acabar a los maestros les da por organizar sus días de campo en pleno Reforma o justo en el centro de la ciudad. Ojalá y arreglen pronto sus diferencias, levanten sus campamentos y que el tráfico regrese a la normalidad, que ya es decir mucho.
En fin, que sin más por el momento me despido. Me voy porque dejé la ropa en el tendedero y justo va a empezar a llover. Se me portan bien, no quiero quejas.
Cualquier duda o sugerencia con esta columna que presenta libros y preferiría ir al futbol, favor de mandarnos sus comentarios, fantástica damita, fenomenal caballero.
Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.
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