La minicanibalita de la colonia Guerrero y la historia según Pao Cheng
Gabriel Duarte escribe sobre el remate de libros del Monumento a la Revolución y recomienda un cuento de Salvador Elizondo

Gabriel Duarte escribe sobre el remate de libros del Monumento a la Revolución y recomienda un cuento de Salvador Elizondo
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 13 de abril de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: recuerdo que la semana pasada terminé de escribir mi respectivo sermón dominical justo un día antes de la entrega y como a eso de las 8pm. Estuve escribiendo todo el día. De tal suerte que hoy es miércoles y esta semana no pretendo andar hecho un pendejo por no saber de qué debería tratar la columna. Así que, me propuse adelantar el trabajo porque este sábado estoy decidido a rifarme unos poderosos tacos de cochinita pibil con su respectiva cerveza helada y les juro que no estoy dispuesto a negarme ese pequeño momento de gloria.
Sin embargo, debo confesarles que sólo escribí “Insensatos lectores” y me largué a comprar unos tamales y medio litro de champurrado. Me los devoré y, valiéndome harta madre, cual vil doncella, me retiré a mi alcoba a ver la televisión.
Lo anterior me orilla a decirles que hoy ya es jueves, así que, basta de andarla pendejeando y mejor me pongo a escribir: tengo algunas cuantas cosas que decirles y creo que entre más pronto empiece más pronto acabaré.
Lo primero es que no sé bien qué pensar: ¿será que Donald Trump es un sujeto brillante y maquiavélico? ¿O será que es un perfecto imbécil? Me explico: ahora resulta que dice su mamá que siempre no. Que, a excepción de China, no hay aranceles para nadie hasta finales de junio.
Me dio por suponer si este asunto de las cuotas arancelarias no será una forma de presionar a la Unión Europea y a algunos otros países para obtener ciertos caprichitos. Lo que yo vi es que Estados Unidos le exigía a nuestra empoderada República Mexicana disminuir el ingreso de fentanilo y tener una política más restrictiva en términos de migración. Desconozco qué podría pedirles Trump a las demás naciones del mundo, pero estoy seguro de que algo querrá.
Tengo otra idea un poco más retorcida: con su desmadre provocó que se cayeran las bolsas del mundo y en general el precio de las acciones se desplomó. ¿Será que alguien habrá aprovechado para comprar dichas acciones mientras su precio estaba de regalo y de remate? Porque casualmente justo ayer miércoles las bolsas tuvieron un repunte, debido a que Trump eliminó los muy mentados aranceles.
Como diría el Notario 232 de la potente CDMX (quien es papá de un gran amigo): “aquí hay cochupo”. Me parece que no hay que ser un puto Shakespeare para exclamar que algo apesta en Dinamarca o para deducir que hay cosas un tanto turbias y enredadas en este asunto, pero quizás sólo sea mi cochambrosa imaginación.
Por otra parte, habrá que ver en qué termina el desmadrito este de Trump con China. Me quedé en que les había impuesto un arancel del 104%. Nomás me apendejé tantito y el arancel subió 41 puntos más, llegando al 145%. Yo creo que esto ya es personal, la neta, aparte ya es una xalada y hasta donde sé los chinos ya están cerrando alianzas con Brasil, Canadá y algunos otros países del lejano Oriente. Aun así, espero que lleguen a una resolución en breve porque estos hijitos de la chingada parece que no se dan cuenta que sus decisiones afectan a media humanidad.
En otros temas: no sé si se piensen quedarse en la ciudad durante las vacaciones de Semana Santa, pero si así lo decidieran ¿quieren saber qué podrían hacer a partir del miércoles? Pues he aquí mi sugerencia: se podrían lanzar al remate de libros. Escuchó usted bien, encantadora damita, sensacional caballero. Del miércoles 16 al domingo 20 de abril se llevará a cabo el remate anual de libros en el Monumento a la Revolución. Pueden encontrar novelas desde los diez pechereques (más baratas ni las acciones que se remataron en la bolsa la semana pasada) (cortesía del monstruo naranja).
Yo pienso ir con la famosa “Minicanibalita de la Colonia Guerrero” y su guapísima y temeraria madre. Seguramente se preguntarán: ¿a quién se refiere este mequetrefe? Sólo puedo decirles que tengo una amiga, quien a su vez tiene una hija. Resulta que la niña no ha cumplido ni siquiera un año y cuando se emputa le da por morder lo primero que se encuentra. Baste y sobre con mencionar que se emputa con demasiada frecuencia y siempre se encuentra muy a la mano a mi amiga. La pobre anda toda mordisqueada. A pesar de eso se le ve feliz. Ya les diré qué libros me encuentro y si no acabo con unos minicolmillos enterrados en la cabeza.
En otro orden de ideas: desde hace mucho estaba buscando un libro donde viene uno de mis cuentos favoritos y, ¿qué se creen?, por fin lo encontré. Me parece que podría ser un buen momento para compartirlo con vosotros, nosotros y los otros. Chéquense no más que chingón está. ¡Pura calidá, gente! El texto en cuestión lo escribió el inigualable Salvador Elizondo y se llama:
En un día de verano hace más de mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga. El calor y el murmullo del agua pronto hicieron vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas de carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento. “Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo…”
Éste era, más o menos, el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah –exclamó– este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje en torno al que giran todas las humanidades que en él habitan…” Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la Historia.
Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de la tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios. Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban un instante majestuosas y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones.
Una de estas ciudades entre todas las que existían en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían, como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona. Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles, levantando la vista, azorado ante la grandeza de las construcciones y la belleza de los monumentos.
Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que de pronto se detuvo en una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente.
A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que lo atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo. Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspasó el reborde de la ventana que estaba abierta y por la que se colaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas, cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa.
Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia. El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana, aspiraba un pequeño cilindro blanco que ardía en un extremo y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y por las narices, luego volvía a escribir.
Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas, su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa, el fondo de su cuerpo. “Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo. Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas. “El cuento se llama La Historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y se puso a pensar en… ¡Luego yo soy el recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré…!”
El hombre no bien había escrito sobre el papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo por la boca su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió, en ese momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje era olvidado moriría y él, que no era más que un pensamiento de Pao Cheng, también desaparecería.
Nunca les ha dado por pensar que tal vez todas las decisiones que tomamos dependan de otro. Que quizás nuestro destino es guiado por una fuerza ajena a nosotros mismos. Shakespeare afirmaba en Hamlet que la vida sólo era un cuento narrado por un idiota lleno de ruido y furia.
A veces creo que nuestro andar por este mundo podría tratarse de una broma de mal gusto. Aunque la verdad le he encontrado el modo a este asunto y en términos generales la paso a toda madre. Sin embargo, no dejo de creer que es probable que haya alguien escribiendo el guion de nuestra historia personal. ¿Será alguien llamado Dios? ¿Seremos nosotros mismos? ¿O un niño gigante que juega a los humanitos? Vaya usted a saber, pero me parece que bien valdría la pena meditar un poco al respecto.
Para finalizar pensaba hablarles sobre un librazo que me receté esta semana. Como les comenté, los sábados me veo orillado a despertar de madrugada, pues estoy tomando un curso de novela corta y me dejaron leer un texto breve. Se llama El peso de la mariposa y de verdad que vale la pena.
El único problema es que el tiempo se nos agotó el día de hoy, damita, caballero. Así que, la próxima semana les diré de qué va la pequeña novela. Les dejo el autor por si alguien quisiera merendárselo (me refiero al libro, no al autor) en estos días de asueto. Se llama Erri De Lucca.
En fin, que llegó por fin el fin y ya me voy porque dejé los frijoles en la lumbre y tengo harta ropa que planchar. Además, ya saben, me volvió a dar sed, de esa sed perversa que destruye los riñones y que lo deja a uno hecho un verdadero pendejo, pero feliz. Se me portan bien, no quiero quejas.
Cualquier duda o sugerencia con esta columna sin aranceles y que piensa desafiar a la “Minicanibalita de la Colonia Guerrero”, favor de dejarnos sus comentarios, encantadora little lady, powerful gentleman.
Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.
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