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Ciudad de México, 27 de diciembre de 2024 (Neotraba)

La bibliomanía es el trastorno obsesivo-compulsivo de acumular libros, casi siempre con la intención de leerlos o mínimo de coleccionarlos, los japoneses lo denominan tsundoku, aunque no refieren cantidades.

Los coleccionistas de libros no tienen una única directriz, su elección es por la razón que mejor los satisfaga, conozco a los que recopilan únicamente primeras ediciones; alguna vez cometí el error de darle una segunda edición de Palinuro de México a uno de ellos, tomó el ejemplar muy contento y no revisó ese detalle, estaba feliz, se despidió y partió de mi local, a la media hora regresó agitado y sudoroso, me reclamó el descaro con el que lo había timado, que no era un buen hombre, recalcando lo insensible que me porté, mientras él vociferaba yo sacaba de un entrepaño un libro de 1977 de Alfaguara, de color azul con gris y letras blancas y amarillas, idéntico al que traía en sus manos, con la diferencia que era la primera edición, su semblante cambió de inmediato, intercambiamos ejemplares y todo solucionado, tan amigos como siempre. Después de casi quince años de mi imperdonable error todavía lo saludo, pero sinceramente me da miedo equivocarme otra vez.

Otros coleccionan libros en pasta dura o con encuadernaciones en piel; como los que aman los aguilares grecados y dorados, no importa si es incómodo leerlos a dos columnas o si la traducción es buena o ya superada, ellos buscan que los cantos estén decorados.

Fotografía de Luis Manuel Núñez
Fotografía de Luis Manuel Núñez

Alguna vez acudí a una biblioteca con seis mil tomos en los estantes con la intención de adquirirla, todos los títulos de ciencia ficción y todos encuadernados en keratol de color mostaza, no cerramos el trato, al final se arrepintió, no podría soportar que la colección se dispersara. Los coleccionistas más excéntricos con los que he lidiado son los que recopilan libros del año en que nacieron, los que quieren únicamente ejemplares maltratados; argumentando que los nuevos carecen de carácter y los que sólo adquieren volúmenes de formato grande (seguramente Freud tendría una explicación).

Los acumuladores están conscientes de que poseen más libros de los que pueden leer, pero eso no los frena, los siguen almacenando, aunque les ocasione problemas económicos, conyugales y sobre todo de espacio. Alguna vez leí que la esposa de un escritor le reclamaba “¿los libros o yo?” y él simplemente le abrió la puerta.

El bibliómano que recuerdo con más cariño es Don Guillermo, un cliente que desde que comenzamos mi socio y yo con la venta de libros hace doce años no faltó a ninguna de nuestras promociones y remates, incluso nos seguía a ferias del libro en el interior del país, nos compraba por lotes, inició con títulos variados y poco a poco se fue inclinando por pintura y cine mexicano, los libros se los entregábamos en cajas y paquetes emplayados. Hace nueve años abrimos una sucursal en Pachuca, cuando se enteró, compró una casa en esa ciudad para poder almacenar lo que comprara ahí. En la pandemia no realizamos ningún evento que implicara que las personas se reunieran, cuando volvimos Don Guillermo regresó con una mayor necesidad de libros y duplicó la cantidad de adquisición.

Alguna vez le pregunté cómo catalogaba sus libros, respondió que tal cual se los dábamos, en playos y cajas, sólo sacaba el de la lectura en turno. Hace poco nos enteramos que enfermó, lo internaron y falleció a los pocos días, sus bienes, empresa, coche y casas se las heredó a la iglesia, la familia enfurecida quemó una parte de la biblioteca y otra fue enviada a la basura.

Todos los anteriores son lectores, pero el trastorno obsesivo-compulsivo es un problema que también atañe a los libreros de viejo, incluyéndome, no podemos dejar de comprar. Varios colegas adquieren bibliotecas completas en la mañana, por la tarde revisan en los grupos de redes sociales, al siguiente día en tianguis o en locales de reciclaje de papel, acuden a todas las ferias del libro que les es posible, ventas de garage y se asoman a cualquier tendido donde puedan hallar libros.

Los libreros de viejo tenemos el pretexto que de eso vivimos, pero para un gran porcentaje se convierte en un problema, primero en la casa, los libros se apoderan de ella, luego en las bodegas o librerías, parece que nunca es suficiente y lo romantizamos con el hecho de estar rodeados de cultura o nos quejamos que no hay lectores, pero la verdad es que no paramos, rematamos libros con la intención de hacer espacio, pero nos engañamos, en realidad queremos renovar el acervo y comprar más, siempre más, nunca es suficiente.

Varios compañeros de oficio se endeudan con tal de no dejar pasar un buen lote libros, porque “los necesitan”. Este trastorno no está en el DSM-V (Manual de trastornos mentales), pero creo que debe ser tratado de alguna forma, aunque para ello se debe tener la intención, lo que veo complicado. Al menos debería haber un grupo de ayuda como Bibliómanos Anónimos, en el que si me tocara pasar diría: ¡Hola! Soy Sergio, soy librero y un acumulador compulsivo de libros, tengo más de trescientos mil en mi bodega y no puedo parar, adquiero bibliotecas de lunes a sábado y los domingos voy a librerías y a tianguis a buscar más.


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