Por Gisél Leal.
Antes de hablar de arquitectura es importante conocer el contexto donde ésta se desarrolla. Entendiendo a la arquitectura como un “testigo insobornable de la historia” (Arq. Álvaro J. Chapa González) sabemos que antes que nada es (y seguirá siendo) el reflejo de una cultura, el reflejo de una sociedad y de una época determinada.
Al hablar del término “Iberoamérica” surgen en mi mente conceptos como “oligarquía”, “conquista”, “sumisión”. Se proyecta inmediatamente un América Latina dependiente, siempre bajo la sombra de “alguien” más; un América Latina relacionado ya sea con lo Ibero o lo norteamericano pero jamás independiente.
Toda cultura o sociedad tiene un origen; una identidad, si analizamos el territorio latinoamericano podemos apreciar riquezas por doquier y en todos los ámbitos: cultura, tradiciones, materia prima, geografía, entre muchos otros aspectos que hacen que América Latina sea objetivo (desde tiempos remotos) de potencias mundiales o extranjeras.
Analizar la arquitectura latinoamericana es leer su historia en edificios; iniciando desde la arquitectura de las primeras civilizaciones, pasando por la arquitectura vernácula, después por aquella arquitectura producto de un América Latina colonizado, conquistado e invadido por culturas totalmente diferentes; terminando con una arquitectura que refleja la interpretación latinoamericana de la globalización.
El filosofo español Eduardo Subirats menciona: “Latinoamérica no puede igualarse con otros países por razones políticas, aún así ha quedado desprendida ya de lo Ibero”. Por otro lado la historiadora mexicana Louis Noelle dice “Latinoamérica ha tenido una postura ambivalente. Dicotomía o dualidad que aun existe”.
“Original es volver a los orígenes” decía Antoni Gaudí. La importancia de la identidad (cultural, ergo arquitectónica) es entender los orígenes; alejados de la nostalgia, para poder comprender lo que somos y abrirnos a lo que los demás tienen que ofrecer; dispuestos a ser parte de una universalidad que en estos tiempos es casi inevitable; el que no lo está no trasciende.
Louis Noelle nos presenta un claro ejemplo de dos artistas mexicanos; Diego Rivera y arquitectónicamente hablando, Luis Barragán; que han comprendido el sentido e importancia de la identidad como puente hacia la universalidad. Comenta:
“Dentro de la apertura también puede existir la introspectiva; la búsqueda.
No se debe olvidar el origen pero se debe mirar también hacia adelante”.
Cuando la arquitectura queda plasmada por cierta identidad; o viceversa, cuando la identidad queda plasmada en la arquitectura; es imposible que esta sea desechable. La mediatización de la arquitectura no es más que un reflejo social de una cultura en decadencia e impactada fuertemente por los medios de comunicación. Si colocamos a la arquitectura como espejo de la sociedad lo que veremos no será más que un producto de nuestras acciones, valores y prioridades.