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Ciudad de México, 10 de noviembre de 2024 (Neotraba)

Insensatos lectores: les confieso que el día de hoy no sé bien ni por dónde empezar la cantidad de asuntos que quisiera expulsar de mi interior. En ocasiones escribir me resulta un tanto catártico. Más bien es como realizar un exorcismo, sólo que en vez de ouija cuento con mi computadora portátil.

Primero que nada, debo decirles que últimamente me ha dado por comprar todos los días el periódico, así, tal cual lo lee, amable damita, gentil caballero: pe-ri-ó-di-co. En estos tiempos de inmediatez, y telefonía celular, ya no es usual comprarlo y mucho menos leerlo, por lo tanto, a veces es muy complicado conseguirlo. Pero no puedo hacer mucho al respecto, soy un sujeto romántico y entrado en años.

Me parece que lo anterior tiene una justificación, pues creo tener ciertos motivos por los que supongo debo mantener esta añeja costumbre: en primera instancia, al comprar el diario, puedo apreciar el olor del papel (la televisión no huele como el periódico, es más, no sé ni a qué chingados huele la tele).

En segundo lugar, podría decir que me resulta muy atractivo el tacto rasposo del Reforma (no me da pena, leo el Reforma) me parece inexpresable la sensación de coger el semanario entre mis manos y tocarlo cada vez que cambio la página.

Por último, no encuentro una tercera razón para comprar las noticias impresas, pero sí sé que leer lo que acontece todos los días en el teléfono o conformarme con ver un video de 45 segundos en YouTube, para sentir que estoy bien informado (de cómo se desmorona el mundo en el que por pura y mera casualidad habito) no me convence del todo.

Díganme don anacronías, piensen que mi tercer apellido es obsoleto, pero así me pasa. No hay mucho que pueda hacer en ese sentido.

El asunto es que días atrás me encontré dos noticias en primera plana que provocaron que se me volteara el calzón. Las leí, las releí, y me di cuatro bofetadas (dos por noticia) para confirmar que eran ciertas.

Me explico: como todos sabemos hay una actividad económica muy en boga en estos momentos en nuestro territorio nacional denominada huachicol. Para aquellos que nos leen en Europa o nos visitan del exterior, les explico: huachicolear es el arte de perforar un ducto de combustible, puede ser gasolina o diesel, dicho ducto debe estar lo suficientemente alejado de cualquier punto de fácil localización para poder ser explotado en santa paz. El combustible se extrae, se almacena y después se vende mucho más barato de lo que cuesta en cualquier gasolinera (y ¡pum!, Javi Noble se quedó pendejo) (si no viste “Nosotros los nobles”, dale gracias a Dios, el único tema es que no entendiste el chiste anterior).

Como es de esperarse en nuestro folclórico país, dicha actividad se lleva a cabo con todas las normas de seguridad y conservando un riguroso control de daños. No vayan a pensar que se provocan incendios o explosiones que no estén calculadas, no, señor. En México, que es la cuna del guarache con costilla, todo se hace de un modo sistemático y ordenado.

Incluso, se rumora que por la zona del aeropuerto de nuestra aguerrida CDMX hay un grupo huachicolista que tiene a bien tomar de vez en cuando algo de turbosina. Me imagino yo que serán sólo unos cuantos galones, ya ven que luego a uno se le queda el avión sin combustible, ¿a quién no le ha pasado? Aquello debe ser como la viejecilla que llama a tu puerta y te pide una tacita de azúcar.

También se dice que podría estar en riesgo de explotar o de valer harta madre, el mismo aeropuerto y algunas cuantas colonias aledañas, debido a esta banda huachicolera. Pero no creo que sea del todo cierto, el espíritu de Benito Juárez no lo permitiría y, como diría la benemérita canción del venado: “no hagas caso son rumores.”

El asunto es que tomo el periódico y veo que en cierta población que denominaremos Huachicolandia, muy cerca de Querétero, las huachitienditas han evolucionado con madre. Muy acorde con nuestro capitalismo salvaje. ¿Me creerán si les digo que te arman un paquete que incluye 20 litros de gasolina y dos caguamas? Se trata del ya muy afamado huachicombo. El litro de magna cuesta 26 pechereques, en el huachicol va de los 11 a los 18 varitos.

De verdad que hay veces que pienso que vivo en un sueño de André Bretón. Y uno se pregunta: ¿la Guardia Nacional tendrá algo que ver con esto?, es decir, ¿será parte de su trabajo combatir este delito? Más bien supongo yo que han de estar muy ocupados viendo temas mucho más relevantes como, por ejemplo: hacer un tráfico de su puta madre en las casetas de las carreteras, parando automóviles buscando armas nucleares (un día vi que pararon un Atos, era de una señora de edad avanzada que se veía más peligrosa y gordita que Osama Bin Laden. Caminaba de milagro la viejita) y no sé ustedes, pero yo dudo mucho que estén coludidos con los huachicolistas.

Pasaron treinta minutos para que me fuera posible deglutir y asimilar esta nota, pero la masacre aún no había terminado, no, señor, la noticia que estaba al ladito de Huachicolandia era la siguiente (me tomaré el atrevimiento de citarla textualmente, de lo contrario van a pensar que escribo esto borracho o que se me ocurren puras pendejadas):

“Conecta Tesla a diablito y estalla. Tijuana. Un hombre armó un diablito, conectó un auto eléctrico a un medidor de luz de la CFE y provocó un incendio en el Tesla y una humilde vivienda en el ejido de Lázaro Cárdenas, en la zona de playas de Rosarito. El Tesla S tenía placas de California 9MBG7742, con vencimiento en mayo del 2025. Los bomberos apagaron el fuego y no se reportaron heridos” (6 de agosto de 2024, Reforma) y el auto despedorrose y la casa también (estas últimas ocho palabras por supuesto que las escribo yo, pero así pasó).

¿Es en serio? Lo único que puedo concluir es que Elon Musk es un genio de la publicidad y seguramente contrató a alguna agencia para realizar esta escena. De otro modo este asunto me supera y por mucho.

En otras latitudes, pero hablando de lo mismo, al siguiente sábado me encontré en el periódico un suplemento del reconocido New York Times. Fui capaz de descubrir que uno siempre pude hallar el moco en el atole ajeno en cualquier parte del mundo. Me explico: resulta que un museo exhibía una obra de arte compuesta por dos latas de cerveza vacías y por accidente fue tirada a la basura.

La obra en cuestión se titulaba “Todos los buenos momentos que pasamos juntos”, fue creada en 1988 por Alexandre Lavet, quien describió su estilo como “combinando legados del arte minimalista, conceptual y contextual” (¿neta?). El caso es que la pieza, fue exhibida en Lam, un museo dedicado a la comida y la alimentación en Lisse, Países Bajos. La obra no consistía simplemente de dos latas usadas, como el museo se esforzó en señalar en su página web. Al observarla detenidamente se podía descubrir que las latas vacías fueron pintadas a mano. Cada detalle fue calcado con exactitud utilizando pintura acrílica.

Todos los buenos momentos que pasamos juntos de Alexandre Lavet. Fotografía de Museo LAM
Todos los buenos momentos que pasamos juntos de Alexandre Lavet. Fotografía de Museo LAM

Se dice que la confusión sobre la obra se debió a su ubicación. Se supone que el museo busca exhibir sus piezas en lugares inesperados para los visitantes. Las latas estaban colocadas en la parte superior de un elevador de vidrio, diseñado para que pareciera como si las hubieran dejado durante la construcción. El elevador necesitó mantenimiento, por lo que llamaron a un mecánico, quien al concluir su trabajo limpió todo y tiró a la basura aquellas cosas que ya no eran útiles. Desde luego que esto incluía la muy mentada obra de arte.

Al menos esta historia parece que tuvo un final feliz. Después de una exhaustiva búsqueda, un curador encontró los botes en una bolsa de basura. Las latas necesitaron un poco de limpieza, pero por lo demás no estaban dañadas.

Para finalizar, debo decirles que se me ocurrió regalarle un libro a un amigo que no es del todo lector. Él quería algo así bien pinches intenso, tipo narco, putazos, sangre, aduanas y lavados de dineros. Hace mucho leí Gomorra del legendario Roberto Saviano y pensé: esto es justo lo que necesito. Resulta que recordaba de qué iba la novela, sólo que la leí hará unos 15 años. Decidí buscar el libro en mi pequeña biblioteca y no lo encontré. Por lo tanto, también compré un ejemplar para mí y… ¡Oh, mí Dios!, la de cosas que trae el texto.

Antes que nada, me parece que es necesario mencionar que Saviano vive bajo protección de la policía. A raíz de la publicación de su libro recibió innumerables amenazas. Vivió en un pequeño departamento en el centro de Roma. Se cree que ahora vive en Nueva York, pero hay quienes dicen que cambia de domicilio constantemente.

En términos generales, Gomorra habla de cómo se generan en la actualidad las grandes fortunas. Es una clara denuncia debido a que desglosa detalladamente la operación de la camorra y el modo en el que están organizadas las mafias en Italia. El texto básicamente analiza la búsqueda del poder.

No faltan las extorsiones, los sobornos, las fechorías y las venganzas. Hay bombazos, chanclazos, matanzas, madrazos, putazos y sólo una conciencia llamada “Roberto” de apellido “Saviano” con los arrestos suficientes y el poder de la palabra para escribir una pequeña parte de la historia contemporánea de Italia y, lamentablemente, del mundo entero. Esto también incluye a nuestro país. Acá sucede algo muy similar, pero en versión mechica. Por eso creo que es muy importante para nosotros leerlo.

Me tomaré el atrevimiento de transcribirles uno de los momentos más álgidos del libro, en que el escritor toma conciencia y entiende que guardar silencio es tan cobarde como lo que hacen los camorristas:

“Yo sé, y tengo las pruebas. Yo sé de dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. La verdad de la palabra todo lo devora, no hace prisioneros, y de todo hace una prueba. Yo sé dónde se deshojan los manuales de economía, transformando sus fractales en materia, cosas, hierro, tiempo y contratos. Yo sé. Trato siempre de calmar esta ansiedad que me invade cada vez que camino, cada vez que subo escaleras, cada vez que cojo un ascensor.”

Saviano sabe que el dinero equivale al poder y que el poder deviene del narcotráfico, de las extorsiones, del nepotismo, de la prostitución, de las corruptelas, de la explotación del hombre por el hombre, del capitalismo bestial y salvaje, de la desfachatez de otros que viven a costillas del pobre y del oprimido.

En el libro el poder de la palabra es utilizado para gritarle a los lectores la agonía de un país, que es la misma agonía que vivimos en Culiacán y en todo aquel sitio en donde la ambición sin mesura llega a presentarse. En fin, que si pueden y quieren (y si les alcanza el estómago) denle un vistazo a Gomorra, gran lectura.

Incluso si lo suyo, lo suyo, lo suyo no es leer porque les gana la picazón en los ojos y se distraen a la menor provocación, rífense Zerozerozero. Es una miniserie basada en otra novela de Saviano. El libro se llama Cero Cero Cero y también es brutal. Les advierto que es demasiada realidad para cualquier día de la semana, pero, es lo que hay.

De lo anterior sólo puedo concluir algo: ¿Seremos capaces de arriesgar la vida por buscar lo que queremos? Hasta donde pude investigar, Saviano vive en una mudanza constante. Afirma que las garras del insomnio jamás lo han soltado y que pasa los días con una extraña sensación que no logra quitarse de encima. Según leí no le tiene miedo a la muerte, lo que le aterra es seguir viviendo como vive. Me pregunto si ese es el precio que hay que pagar por ser valiente y, de ser así, ¿estaré dispuesto a pagarlo?


Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.


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