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Ciudad de México, 7 de enero de 2025 (Neotraba)

Faltaban no más de quince minutos para que abrieran las puertas. La mayoría de los padres, madres, abuelas y abuelos que esperaban poder entrar y recoger a sus hijos, lo hacían amontonados frente a ellas, garantizando que serían los primeros en pasar, que ganarían unos cuantos segundos, y le arruinarían el día antes a sus hijos antes que el resto de las madres, padres, abuelos y abuelas. Yo esperaba a lo lejos, recargado en una camioneta blanca que había ocupado el cajón de estacionamiento que estaba frente a la puerta y que, sin estar encima de ella, permitía ver cuando la abrieran. Alcancé a ver cuándo la dueña de la camioneta, mientras esperaba entre las huestes que se amontonaban frente a la puerta, se dio cuenta de que había alguien recargado en su implacable camioneta. Verla viéndome y escuchar la alarma de su coche sonar, fueron una y la misma cosa. Me mantuve impávido, inquebrantable. Todos voltearon a ver su camioneta. Ella apagó la alarma. La puerta de la escuela no se abría. No me moví de dónde estaba. Volvió a activar la alarma. Volví a mantenerme inalterable. Volvieron a voltear. La puerta siguió sin abrirse. Volvió a apagar la alarma de su camioneta. La dinámica se repitió un par de veces más. La puerta terminó por abrirse. Los padres, madres, abuelas y abuelos entraron tan rápido como pudieron. Me quede recargado un rato más en la camioneta blanca, dejando que todos entraran. Luego camine hacia la puerta.


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