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“Hay una visión esquizofrénica; en México todo mundo tiene sentido del humor pero a la hora de hacer los libros, hay que ser serios. Es una visión decimonónica.”
Andrés Acosta en la librería “Rosario Castellanos” del Fondo de Cultura Económica, ciudad de México. Foto: Óscar Alarcón García para abartraba
Por Óscar Alarcón García
1 de julio de 2010

¿De dónde crees que viene tu vocación como narrador?
Al principio no era mi intención hacer libros sino escribir y hablar de las cosas que me pasaban durante el día, pero no como un diario formal, sino pequeños apuntes, viñetas.
Y escribiendo, de manera completamente inconsciente porque ni siquiera tenía la menor intención de ser escritor, y ni siquiera tenían forma publicable. Eran una forma de autocomunicación; siempre se habla de la literatura y más de la narrativa como una forma de expresión, y yo pienso que más bien es una especie de autoconocimiento, como para sacar lo que estás viendo y leer tus pensamientos.
Ya después viene el asunto de la comunicación con los demás, pero para mí nació como un centro de autoexplicación, para saber lo que era y qué estaba pasando en aquellos días.

¿Cuántos años tenías cuando comenzaste a hacer estos ejercicios de escritura?
Estaba en la secundaria. Tenía 14 o 15 años. Ahí entré a un concurso de cuentos y entonces fue la primera vez que hice un cuento, con la idea de competir. Pero aún así no lo veía como un mismo fenómeno, para mí escribir era algo muy personal, y lo otro era como hacer una tarea, algo sobre pedido.

¿Tienes algún ritual antes de sentarte a escribir? Recuerdo a un escritor del siglo XIX que se comía un pollo entero antes de escribir, o gente que toma mucho café…
No exactamente un ritual pero tal vez una forma de transición para ponerse en la frecuencia de escribir. Que puede ser distinto dependiendo de la época del año, de la situación o del lugar donde esté.
Puede ser una caminata previa, el laguito de los patos aquí en el parque México [en la colonia Condesa del Distrito Federal], caminar hacia donde voy a escribir, tomar café, fumar. Hace muchísimos años fumaba puro, pero era para ponerme a tono, para entrar en la frecuencia.

Creo que el valor del ritual —o más que el ritual— es que puede cambiar o puede ser cualquiera para una misma persona, inclusive; es esa facultad que te dice “ya estoy en el estado de ánimo para empezar trabajar” —de diferenciar lo que haces antes, por ejemplo: cumplir con tus labores del día.
Patricia Highsmit recomienda que cuando tienes muchas preocupaciones cotidianas, lo primero que hagas es resolver dos o tres, nada más; dedicarles una parte pequeña del día: pagar la renta, la luz, los impuestos, los recibos y luego ya empezar a trabajar. Porque con eso ya cumpliste y descansas del estrés de las preocupaciones y te metes al trabajo.

Andrés Acosta. Foto Óscar Alarcón
¿Y también te conviertes en una especie de pararrayos? Recuerdo que Guillermo Samperio decía que cuando te sientas a escribir, te conviertes en uno y comienzas a absorber ideas y a escribirlas.
Eso es cuando tienes suerte, porque hay días en los que amaneces y te cae del cielo, como la manzana de Newton, y nada más la recoges.
Pero hay ocasiones en las que no, y entonces tienes que trabajar de todos modos, ya sea porque no has terminado el capítulo que tienes que entregar o no tienes el avance que deseas; o por lo menos ya decidiste que cierto día de la semana te sentarás a escribir y a lo mejor no te caen las ideas, pero ya tienes el tiempo y no lo puedes perder porque ya libraste todos los obstáculos para tenerlo.
Entonces es cuando entra la disciplina: a pesar de que no tenga ganas de escribir, de que esté deprimido, de que esté cansado o no se me ocurra nada, comienzo a escribir y entonces la escritura arranca mecánicamente: dos personajes se enfrentan y algo tiene que pasar, le dice una cosa que tú no esperabas, y entonces el otro personaje le responde, y el texto comienza a agarrar vuelo por sí mismo, sin que se te ocurran a ti las cosas, simplemente aparecen.

Tenía un maestro en la universidad que decía que en el trabajo, 90% es disciplina y 10% talento, ¿crees que en la escritura sea así?
Sí, la verdad sí. Ese asunto de la inspiración, del talento, de las capacidades es un engaño y puede hacer mucho daño a los que comienzan a escribir, pensando en “¿yo tendré talento?, ¿seré capaz de escribir una obra como la de este gran escritor?”.
Por otra parte, cuando acabas de escribir un buen cuento y la gente dice que eres un buen escritor, entonces piensas: “bueno, entonces ya tengo talento, ya la hice.” También es un engaño muy fuerte porque el trabajo es más importante a corto y a largo plazo. El trabajo es más importante que el talento porque prácticamente cualquier persona tiene talento.
Si tú eres un buen coordinador de taller y pones a la gente a hacer ejercicios, escriben cosas impresionantes, cosas muy buenas, que ni se la esperaban, es realmente conducirlos. Pero de ahí a que alguien haga realmente una carrera, publique un libro o escriba una novela, la diferencia es el trabajo.

¿Has escuchado sobre la generación inexistente, o también llamada la generación atari?, es la generación de los escritores que nacieron en lo
s 70’s y que dicen que no tienen padres literarios, ¿qué opinas de ella?

Siempre existe la intención de los escritores de romper con las generaciones anteriores, y es sano. Porque si fuera una simple continuación de los anteriores, entonces sería aburrida. Si le encuentran los defectos a los anteriores y no los quieren continuar es una buena actitud.
Pero siendo realistas eso no existe. Porque todos los escritores somos resultado de los anteriores, de lo que se ha leído, de la tradición la conozcas o no, directa o indirectamente y de la cultura que te permea y en la que vives inmerso.

Como actitud puede ser algo fructífero para un escritor decir “yo voy a romper con todo y voy a tratar de escribir algo nuevo”, que no puede ser nuevo completamente. Pero en la realidad, el escritor está hecho de lecturas y de la asimilación de otros lectores. La capacidad de escribir depende realmente de las lecturas. Las experiencias, es obvio; porque no existe alguien que no tiene experiencias en su vida, aunque no salga de su casa, tiene experiencias porque está vivo. Pero las lecturas no son tan gratuitas como las experiencias.

Creo que cada generación tiene la intención de marcar su territorio, de ponerse nombre para distinguirse. A algunos les gustan los grupos, a mí no me gustan, pero hay algunos que sí les funcionan. Al que le funcionen que se meta en uno, al que no, entonces que haga su trabajo en solitario.

Es importante sentirse cómodo.
Sí, porque no es una obligación ni estar solo ni estar en grupos. Lo que le funciona es lo importante para quien escribe, porque a cada uno le acomodan cosas distintas. Entonces más que generación, yo hablaría de grupos. Porque no todos los de los 70’s están en un grupo, hay unos que ni se conocen. Hay otros que sí se juntan mucho, que publican en alguna editorial, que comienzan a hacer antologías. Lo que sí es que ganan espacios, eso sí es un trabajo de relaciones; pero la verdad es que pasan 20 o 30 años y las cosas se van acomodando, y a lo largo de los años quedan pocos escritores de una generación.

Portada del libro Olfato (Premio de novela Gran Angular, 2009, ediciones SM, 2009)
¿Por qué decidiste escribir Olfato, una novela sobre vampiros? No existe una tradición literaria en México que hable sobre vampiros, ¿por qué arriesgarse a escribir una novela así?
Se me hizo algo muy interesante porque precisamente no había tradición de literatura sobre vampiros en México. Aunque hay una visión popular del vampiro que proviene de otras latitudes. El contexto era bastante adverso porque estamos en la época en la que domina el best seller juvenil, cuando los vampiros juveniles de Stephenie Meyer son la referencia, e inmediatamente cuando se publica una historia de vampiros se le tacha de best seller o cliché.

Pero me di cuenta de que el vampiro aparece prácticamente en todas las culturas, con distintos nombres y distintas características y en distintas épocas; y pensé “¿por qué no inaugurar una versión mexicana del vampiro?”. Que aunque a estas alturas lo mexicano lo entendemos como algo múltiple y ya no tanto localista.
Inclusive entre los griegos, que no es tan conocido, aparece un personaje femenino que les chupaba la sangre a los niños y después se convertía en serpiente. Eso nos demuestra que el cliché que tenemos de que el vampiro proviene de Drácula no es propio del vampiro, hay infinidad de imágenes. Entonces, abordarlo era un reto.

A los lectores jóvenes les llama mucho la atención este tipo de literatura.
Supongo que es atractivo para los jóvenes porque explora el lado oscuro, la sombra que aparece en todas las personas y que se manifiesta en la figura del vampiro. Todo el contexto de lo vampírico seduce a los jóvenes, ya que resulta una figura muy poderosa y por lo mismo muy difícil de manejar. Sobre todo porque se ha banalizado tanto, hay una visión de principio prejuiciada.
Pero eso es lo atractivo: contar la historia de un vampiro, el cual no existía con esas características.

Portada del libro El Complejo de Faetón (Mención Honorífica del Premio de Novela Juvenil Gran Angular, 2006, ediciones SM, 2006. Seleccionada para el programa Bibliotecas de Aula de la SEP 2008-2009)
¿Crees que los mexicanos, y en específico los escritores, tienen un complejo de Faetón?
Sí, porque es un complejo muy mexicano, todos los días los vemos. Recientemente con la selección de futbol, todos sabíamos que iban a perder. Ingenuamente algunos pensaban que podían ganar, pero no, eso ya estaba escrito desde antes. El ejemplo más preciso se dio en el partido contra Argentina y en la forma de pensar del mexicano. No sé si te diste cuenta que los mexicanos comenzaron jugando muy bien, dominando el balón, atacando; y los argentinos estaban desconcertados. Cuando viene el primer gol -que es la equivocación del árbitro y que les marca el gol en contra cuando no era así– ¿qué es lo que sucede? En lugar de seguir atacando más, se desmoralizan, pierden la concentración: mentalmente están acabados, en ese momento pierden el partido. Yo creo que sí estaban preparados, hacen ejercicio, juegan futbol, pero mentalmente no estaban preparados.

Eso es lo que pasa con los mexicanos, mentalmente se sienten derrotados. En distintos campos, tú lees el periódico y te das cuenta de que estamos viviendo un fracaso alarmante.

Y en el caso de la literatura me parece que sucede lo mismo. Se tienen no sólo a las glorias locales sino también a nivel nacional y son pocos los que logran trascender, no sólo de su lugar de origen sino de México.
En buena medida es porque estamos en condiciones muy difíciles. Tenemos falta de lectura, pocos apoyos reales, porque los que hay son ficticios. Una beca no es un apoyo, te hace sentir que estás viviendo como escritor unos meses o un año o tres años si bien te va, pero es algo ficticio porque la realidad no se vive así. Ese fenómeno del escritor fracasado se da mucho por todo el país y tiene que ver mucho con el contexto económico, pero también tiene que ver mucho con lo mental, desde el principio hay una derrota, por ejemplo los que escriben poesía se dicen “nunca voy a vivir de la poesía, no voy a ganar un quinto y no voy a vender un libro y únicamente me van a leer mis amigos”, porque en México no existe la visión de escribir en los géneros comerciales que posteriormente te den a ganar para escribir poesía.
O escribir una novela de éxito que me saque de la problemática que tengo y que yo pueda seguir escribiendo.
Aunque también hay muchos que escriben géneros históricos, fantasía, juvenil y que le encuentran el chiste y les puede dejar para seguir difundiendo su literatura o para formar una editorial. Pero creo que es una cuestión de mentalidad.

Portada del libro Cómo me hice poeta (Premio Bienal de Novela Juan García Ponce, 2008-2009, Ficticia, 2010)
¿Cómo fue el proceso de creación de Cómo me hice poeta?, ¿es una novela autobiográfica?
No, no es una novela autobiográfica. Pensé que sonaría autobiográfica porque está escrita en primera persona, y coincidimos en que los dos somos escritores, y pocas cosas de las que describo ahí me pasaron a mí, porque nunca estudié en una escuela de escritores como la SOGEM; coincide en el trabajo de la burocracia cultural.

Pero el personaje no tiene mucho que ver conmigo, más bien fue como meterse en la mente de alguien que quiere el extremo contrario al fracaso, que también es una forma de fracaso. Es decir, yo quiero ser un escritor de éxito pero no leo nada. La contradicción fue lo que me llamó la atención. Ni leo ni escribo nada pero yo quiero vivir de mis libros aunque no diga nada.
Es una visión crítica implícita del nivel de lectura de los escritores, de los que quieren escribir y que no se toman el trabajo de leer primero, de primero escribir correctamente y después tener influencia de grandes escritores.
En mis años de formación fui a uno o dos talleres literarios y se repetía mucho entre los asistentes la consigna de “no voy a leer a los otros escritores para no contaminarme y ser más original”, pero cuando leía sus trabajos me decía “¡mejor los hubieras leído para no cometer estos errores!” tal vez no serían tan marginales con sus errores.

Y esto está relacionado con lo que me preguntabas antes y que también es una forma de fracasar: “no voy a leer nada de mis contemporáneos porque creo en mi talento y en mis facultades mágicas de escribir textos perfectos sin conocer lo demás”, que eso tiene mucho que ver con la visión de algunos escritores que se hacen leyenda. Por ejemplo muchos decían de Rulfo que era un cuate muy campechano, medio campesino e ignorante que escribió dos súper obras magníficas. Y revisas y resulta que es todo lo contrario, que leía, que era un conocedor de literaturas de otras latitudes y de escritores. Y que tal vez no era tan farol para decirlo todo el tiempo.
Si revisas su fenómeno es un engaño hacerle creer a mucha gente que los buenos escritores no tuvieron una buena formación de lectores.

En México generalmente se tiene mucho respeto a los escritores consagrados, pero en Cómo me hice poeta, satirizas y en cierta medida te burlas y haces crítica de ellos. Por ahí aparece Juan Rulfo, hay algunas alusiones a René Avilés Fabila, ¿por qué escribir una novela tan irreverente?
Porque en México son demasiado solemnes. Parece que la literatura está casada con la solemnidad, con las cosas importantes que tienes que decir. Cuando tocas uno de estos temas como la escritura o la vida cultural en México, tienes que ser muy solemne para que parezca importante lo que estás diciendo.
Pocos se atreven a burlarse de lo que está ocurriendo, primero por el miedo a decir que es una novela fársica, irónica y satírica, pues estás haciendo una caricatura, y eso no lo toman en serio. Y eso es uno de los graves problemas de la literatura en México. Porque para que un libro parezca importante tiene que ser atormentado, trágico. Esa una visión muy antigua del escritor romántico, de cortarse las venas frente al lector para decir “miren estoy haciendo algo importante”.
Es muy raro porque en México hay un sentido del humor muy negro, cuando ocurre una tragedia, al día siguiente ya surgieron todos los chistes habidos y por haber, pero en la literatura pasa todo lo contrario: son solemnes, muy aburridos, muy serios. ¿Por qué son tan aburridos? No lo sé. Piensan que lo divertido está casado con el best seller, con las grandes ventas y con lo que, literariamente, no vale la pena.

Hay una visión esquizofrénica; en México todo mundo tiene sentido del humor pero a la hora de hacer los libros, hay que ser serios. Es una visión decimonónica.

Andrés Acosta. Fotografía: Óscar Alarcón García para abartraba
Somos muy poco festivos.
Sí, y las cosas importantes no sólo pueden decirse seriamente, sino en miles de tonalidades. Hay poca variación de tonos. Por ejemplo, predomina la novela histórica y casi toda es muy solemne, a excepción de Ibargüengoitia. Las excepciones son pequeñísimas.

Como te comentaba, hablando de Avilés Fabila, descubro en Cómo me hice poeta esa ruptura que tenía en Los Juegos. ¿Hay en tu novela una desacralización de la literatura y un rompimiento, al igual que en la de René?
No había pensando en René. No sé cuál de los personajes se pueda parecer a él.

Te lo mencionaba por lo del Museo del Escritor, que aparece en tu novela.
Ah, ya veo. Creo que eso debe ser una coincidencia, porque si te fijas en algunos personajes se funden características de distintos escritores. Por eso la novela se hace más verídica y más identificable, porque al no ser uno, se parece a todos al mismo tiempo y si no es éste, es el otro.

Como cuando mencionas al pequeño Hemingway, o lo del par de máquinas de escribir arrumbadas en el Museo del Escritor.
Ahora que me lo estás diciendo me estoy dando cuenta de eso. No lo había casado. Y fíjate cómo van surgiendo estas cosas, cuando estaba escribiendo la novela, en ningún momento pensé en el museo de René Avilés Fabila. Tal vez es inconsciente o es casualidad, algo que pudo haber sucedido en la realidad y se dio.

Andrés Acosta. Foto: Óscar Alarcón para abartraba
¿Qué opinas de la administración de la cultura en México?
Más bien es la administración de la burocracia de la gente que se dedica a los ámbitos culturales.
Tenemos un país en el que se trabaja, sin que digamos cuál es. Nos damos cuenta de que es del tercer mundo porque cree en jerarquías, en injusticias y en donde los menos importantes son los creadores, los artistas y los autores. En donde lo más importante son los señores de corbata que dicen pues este día vamos a comer acá, nos vamos en avión, regresamos, pagamos los boletos VIP, y luego les arrojamos unas migajas a estos mendigos para que se entretengan y se peleen como perros rabiosos por alg
una beca del sistema
, eso es lo que hace es sistema político, con sus excepciones. Hay algunos que sí trabajan bien pero de manera aislada.

¿Y de los escritores becados?
Pues quizá a los que criticaría son a los que tienen una beca y no trabajan. Y a los que cobran una beca y no la necesitan, y no porque trabajen mucho sino porque realmente no necesitan una beca. Hay escritores que dicen “yo tengo un departamento en Nueva York”, ¿tú crees que esos van a necesitar una beca?

Entonces ¿las becas no son un índice de buena salud en la literatura mexicana?
No hay conexión. Hay momentos en los que la beca impide la producción, interrumpe la carrera literaria de muchos escritores que entran al Sistema y entonces dejan de publicar. Yo creo que ese fenómeno es único. Obviamente no todos están mal, pero sí la mayoría coinciden en que dejan de trabajar y de publicar.
Y me lo explico porque después de que toda la vida estuvieron pedaleando, escribiendo y tratando de publicar, de repente les llega la beca y ya está más tranquilamente y no se tiene que escribir en forma, incluso con sólo entregar tus informes es suficiente.
Y algunos cuando llegan a tener una beca, comienzan a tener lo que nunca tuvieron y se dicen “¿ya para qué escribo?

Andrés Acosta. Foto: Óscar Alarcón para abartraba
Entonces sucede lo mismo con los premios literarios ¿hay mejores candidatos a ganar un premio entre los que son becarios?
En ocasiones sí. Pero ningún premio asegura una gran calidad literaria. Lo único que asegura un premio es que por lo menos el libro que ganó es el menos malo de los que concursaron.
Sería interesante echarse un clavado a los archivos del FONCA para ver qué fue lo que se entregó como avance y darnos cuenta de la calidad; en los premios no sucede esto, ahí por lo menos se premia al menos criticado. Esa es la diferencia entre los premios y las becas, es más riguroso el camino de los premios. Aunque si hay diez premios de narrativa en México anualmente, tampoco quiere decir que aparezcan diez libros magníficos al año, eso es imposible.

¿Qué opinas de los diversos polos literarios que se están dando en México?
Es interesante el mapa que está condicionado por la situación económica también. Alguna vez comentábamos tú y yo que el Norte y su posibilidad económica ha generado cierta calidad. Muchos escritores y muchas publicaciones. Además lo que más se escribe es novela, que es más difícil. Porque el cuento y la poesía son géneros mucho más digeribles, es más fácil que haya cuentistas y poetas que novelistas. Y eso se está dando en el Norte.
Caso contrario lo que ocurre en el Sur, en donde abundan los poetas y alguno que otro ensayista en el Centro; todo está relacionado con la economía y las posibilidades.
Por ejemplo en el estado de Guerrero es una cosa infame, no hay presupuesto, a nadie le importa la cultura y por lo tanto hay pocos escritores.

Pero esto parece ser un síntoma de casi todo México, por ejemplo en Puebla hay presupuesto pero hay pocos escritores de calidad.
Lo que me he dado cuenta es que en Puebla invitan a muchos escritores de otras partes a presentar libros, y eso genera una movilidad, que por lo menos a nivel social sí aparecen muchos escritores. En otras partes eso casi no sucede, no sólo por lo económico sino por la distancia.

¿Qué opinas del discurso oficial que expresa que “en México no se lee”?

La lectura es un fenómeno aislado, éste es un lugar muy especial [la librería “Rosario Castellanos” en la colonia Condesa del Distrito Federal] y donde efectivamente se concentran muchos escritores que son buenos lectores. Puedes encontrarte con escritores, periodistas, editores, diseñadores, gente relacionada con el mundo editorial que viene aquí, se toman un café y compran libros.

Pero esto es una burbuja, la realidad es que la gente de otras colonias, que no tiene tan cerca la librería, que no le interesa leer, no está leyendo. O lee otra cosa. Lee revistas. Si tú ves los tirajes de TV y Novelas son tirajes de doscientos mil que se agotan en una semana.
Y los libros de literatura son de mil o dos mil libros y que si se agotan en dos años ya fue mucho.

Y sólo el 2% de los municipios en México tiene librerías.
Sí, se ha dicho que tan sólo en una de las calles de España hay más librerías que en todo México. A veces la única librería que hay es la del Sanborn’s —y eso en los lugares donde hay uno. Por ejemplo en Chilpancingo no hay una sola librería; en Acapulco abrieron una Gandhi.
No hay librerías pero tampoco hay mucho interés por los libros.

Andrés Acosta. Foto: Óscar Alarcón para abartraba

Aparte de la literatura ¿qué otra arte o disciplina te interesa o desarrollas?
Me encanta la música. La pintura, el teatro, casi todas las manifestaciones.
De lo único que conozco menos es de la danza, es algo que me gustaría conocer más profundo.
Pero de practicar, sólo la Literatura.

¿Qué significa el cine en tu vida?
Me fascina. Desde que era pequeño me metía al cine a ver 2 o 3 películas toda la tarde. Cuando estudiaba en la carrera me escapaba al medio día, me iba a la cineteca. Y hasta la fecha el cine me encanta. La novela es el proto cine, no sé quién lo dijo. Pero las novelas sirven al cine y si te quieres hacer popular tienes que dar ese salto.

En Cómo me hice poeta nos encontramos con muchos fragmentos que son totalmente visuales y que tienen un lenguaje fílmico.
Sí, es influencia del cine. Me ocurre que muchas veces las escenas las veo en la mente y tengo que “bajarlas” a palabras.
Desde niño he sido aficionado al cine, desde siempre.

¿Qué estás leyendo en estos momentos?
Una novela policíaca de Boris Viant, que está en Tusquets. Y de literatura juvenil, estoy leyendo un libro que se llama Cruzada en Jeans, que se trata de un chavo que viaja en una especie de máquina del tiempo y llega a la época de la Cruzada Infantil que hubo en la Edad Media. Y a mí se me había ocurrido escribir una novela con este tema ¡y da la casualidad de que ya está escrita!

¿Qué es para ti la literatura?
Es un entretenimiento, es un refugio, es un mundo de posibilidades. Me da trabajo, me da satisfacción. Y es algo con lo que puedo vivir todos los días. Si hago el dictamen de un libro, me da trabajo. Si hago ficción, es lo que yo escribo y lo que me entretiene en las noches antes de dormir.


Para conocer más acerca de Andrés Acosta se puede consultar
aquí.

Diseño, edición y manipulación digital de las imágenes: Óscar Alarcón para abartra

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