Por David Ullhman.
Quizá sea como lo imagino, quizá sea como me lo contó alguna vez en una tarde de café, quizá sea más complicado de lo que me imagino o quizá en este momento, mientras escribo estas líneas, se esté internando en un viaje a mayor velocidad, perdiéndose ante nuestra vista cada línea, cada contorno que puede hacernos notar la diferencia entre los objetos convirtiéndose todo en grandes manchas de colores que de forma borrosa desdibujan lo que en algún momento para nosotros fue y que en el momento sigue siendo una flor.
Quizá me cueste trabajo recordar las palabras exactas pero estoy seguro de que recuerdo la esencia de lo que transmitía, tanta calma, tanta tranquilidad en su mirada vidriosa y en su voz áspera pero llena de afecto y cariño para con el interlocutor. Quizá no use las palabras precisas que él me dijo en una tarde lluviosa sobre la forma en la que se concilia el sueño, la forma en la que podemos poner nuestra mente a flotar y dejarla correr por un largo sendero, por un camino infinito tan limitado como nuestra imaginación y nuestro sueño.
La forma de dormir, la forma de soñar es cerrar los ojos y detener la mirada en el camino, en una larga carretera desierta, sin ningún otro vehículo más que nosotros que dejamos de ser pasajeros para convertirnos en una fuerza, en un ser andante por las carreteras. Los caminos pueden ser tantos y nos pueden conducir a donde nosotros queramos, yo siempre he tenido como predilecta la misma que él me describió por vez primera: el cielo no permite saber la hora en la que nos encontramos pero nos da un rango de tiempo entre el amanecer y el atardecer, es probable que nunca lleguemos a saber el tiempo en el que viajamos pero eso está bien, me agrada no tener noción de algo que usualmente tengo que estar midiendo. Las nubes solamente permiten que unos cuantos rallos de sol se filtren pero hablando del paisaje en general la atmósfera es fría, húmeda, las hojas de los pinos y cuanta vegetación yace en el bosque por el que atraviesa la carretera está húmeda, en frecuentes ocasiones, cada que detenemos nuestra mirada en alguna flor podemos percibir gotas cristalinas, reflejando nuestro rostro amorfo y brillando con el reflejo de la luz proyectada por la nada.
La forma en la que viajo, o en la que se que hemos viajado él y yo, inicia cerrando los ojos, poniendo atención en los sonidos que nos queremos imaginar y agudizando los sentidos en un lugar que sabemos que existe, en un paraje que nos recuerda algún viaje guardado en nuestra mente. Cerrar los ojos y escuchar nada, eso es lo que hago, omito el sonido de la calle, el sonido de mi recamara, incluso el sonido de mi respiración, quiero que todo sea imagen, una serie de imágenes que son generadas por mi cabeza a partir de recuerdos imaginarios o modificados, recuerdos que ahora son perfectas imágenes de lo que me gusta, “no es que sea deshonesto, es sólo que no me gusta la realidad”, no me gusta del todo. Entonces, como en Anticristo de Lars Von Tier, el bosque es un ser gigantesco, magnifico, lleno de magia y al que pertenezco pero del que he sido extraído para seguir en ese camino que no tiene fin, siento su llamado pero hago caso omiso. No hago el mínimo esfuerzo por detenerme, no conciliaría el sueño, la carretera es muy larga y he de seguir. Ese audio nulo que hacía parecer la visión un filme mudo lentamente va quedando de lado, primero para dejar paso al sonido del aíre que en ocasiones golpea mis oídos, luego se escucha la lluvia lejana que rompe con la quietud del bosque y finalmente esa amalgama de sonidos que cuesta distinguir, para un mediocre de ciudad como yo, qué es, un animal, una planta, algún insecto, siempre diré que es el sonido del bosque.
Finalmente, en ese momento es cuando he caído dormido, no puedo decir si es exactamente en ese punto o más adelante, no puedo decir que sucede con mi viaje, si arribo a algún destino o si continuo en el camino.
Hace más de un mes que inició ese camino, supongo que no es tal y como lo describo, cada uno seguramente tiene su carretera según la forma en la que vea el mundo, estoy seguro de que su recorrido está lleno de detalles que a la mirada de cualquier observador no son más que puntos o manchas borrosas, estoy seguro de que para cada objeto tiene una designación o una palabra, y con esa palabra una historia.
Entender el poder de las palabras, lo que significa cada una, lo que tienen que transmitir es un trabajo complicado, no puede ser tarea de todos ser una especie de guardián de las palabras, no es tarea fácil desentrañar designaciones concretas, palabras dedicadas a objetos físicos y tangentes pero seguramente es una tarea aún más difícil manejar palabras que sólo existen en el mundo de lo abstracto como amor y sufrimiento. Él lo hacía, el conseguía que cada palabra cobrara fuerza en sus textos, conseguía hacernos pensar a los que trabajábamos con él que el uso adecuado de un término no está relacionado con la forma “correcta” del mismo sino con una forma justa para esta entidad que es la palabra. Por ello sus textos eran pesados, eran difíciles de digerir, porque estaban vivos, porque tenían fuerza y se aferraban este mundo intangible del que eran seleccionados. Él sabía cuáles eran las palabras exactas para recurrir al llanto o para expresar amor por el compañero.
Gracias a él conocí a una de las mujeres más extraordinarias a la hora de interpretar, con ojos grandes y una voz que la separaba de las demás actrices de Hollywood, él me dio a Davis, a Ullmann, a Warren, a Crawford, a Anne Baxter, a Leigh y a Marlon Brando primer hombre que llamó mi atención en un filme. Yo lo único que le pude ofrecer fue una Germanotta que fue bien recibida. Él siempre se mostró dadivoso a la hora de enseñar, estaba deseoso de que todos aprendiéramos más, no escatimaba en dar a conocer a sus allegados sus gustos, siempre fue generoso, siempre. Sin él no concebiría el teatro de la forma en lo concibo ahora, no lo pensaría de la misma forma y es que, el teatro cambió mi vida pero él cambió mi forma de verla.
Y quizá ahora sea así, quizá, no sé, se encuentra en esta carretera con destino a no sé dónde, un destino del que nadie tiene conciencia, del que no sabemos si exista algo después de cerrar los ojos pero por el cual yo quiero creer que sí, quiero pensar que ese día, el día en que a cada uno nos toque, lo primero que veremos será eso, una carretera que se va definiendo lentamente, sin alterar nuestros sentidos para luego dar lugar a los sonidos de la vida que está afuera, en un mundo que nos rodea.
Un agradecimiento por cada tarde de café, por cada acompañada al autobús, por cada nuevo filme, por ese mundo que se abrió a mis ojos, un agradecimiento por hacerme entender mi respiración, mi voz, mis pensamientos, el palpitar de mi corazón. Gracias Alejandro Ferrero.