El pequeño Patch, la mudanza y el gimnasio
Gabriel Duarte escribe sobre un pequeño perro, libros y el sufrimiento de ir al gym.

Gabriel Duarte escribe sobre un pequeño perro, libros y el sufrimiento de ir al gym.
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 23 de febrero de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: a modo de introducción, comenzaré por decirles que las xaladas que escribo las empecé a redactar para un grupo de amigos que tenía en un sitio al que iba a hacer ejercicio. Los asuntos que trataba estaban dirigidos a ellos y los compartía por WhastApp. Por otra parte, el gran Iñaki es mi mejor amigo y después de vivir con Claudia me lancé a compartir un departamento con él. Debo decir que fui muy feliz.
El gran Iñakirriki tenía dos cosas: un perro (que era como tener calambres en la glándula pituitaria) y una pinta de Jesucristo que no le cabía en el pellejo. Ya saben: barbita, pelo largo y ojito claro. Un tiempo me dio por llamarle “El Mesías”.
Hurgando en el pasado me encontré este artículo y quise compartirlo a modo de homenaje para el perruno sujeto, pues el can pasó a mejor vida. Por otro lado, he de decirles que en ocasiones ni siquiera puedo creer que yo escriba estas cosas. A veces no me acuerdo de haber redactado ciertos asuntos, pero reviso la procedencia de los mensajes y algunas expresiones que utilizo y no hay ninguna duda: “Me declaro culpable, su señoría”. En fin, que sin más dilaciones acá va la columna:
“Debo confesarles que de un tiempo a esta parte me la he vivido haciéndole al volador de Papantla, es decir: me siento como su estuviera flotando por los aires, girando hecho la madre y, para chingarla de acabar, voy descendiendo poco a poco y de cabeza.
Si a lo mencionado con antelación le sumamos que mi único deseo al llegar a casa, por las noches, consiste en hurgarme las cavidades nasales y, por otra parte, los “quesitos” que se forman entre los dedos de los pies, se podrán imaginar por qué no les he escrito más que una pura chingada. Francamente tengo motivos de sobra para actuar de este modo, pero como diría el carnicero: “despellejemos este asunto por partes”.
Comenzaré diciéndoles que, después de ver que mi computadora me miraba con ojillos de quinceañera despechada y parecía exclamar: “Gabriel, ya ni la rechingas, para qué me desempolvaste si me tienes aquí en la mesa totalmente huérfana y abandonada” (ella es un poco dramática), llegó el día de ponerme a escribir. Por lo tanto: damita, caballero, tenga la bondad de abrocharse el cinturón de seguridad, guarde la mesa que se encuentra frente a usted y coloque su respaldo en posición vertical, que estamos a punto de realizar nuestro despegue.
Creo que, en primera instancia, debería decirles que El gran Iñakikín tuvo a bien largarse a Alemania a perseguir a su mujer, la doctora Hüttinger. Resulta que su chica (quien en lo sucesivo será “Chocita”) tenía programada una residencia en Berlín y justo estaba por llegar su cumpleaños suyo de ella, así que, al minicristo le pareció que sería una buena idea lanzarse a Europa y visitar a la poderosa Chociurix.
Luego entonces, el aguerrido Iñas decidió irse de viaje y emigrar por más de un mes al viejo continente, pues quería aprovechar la vuelta para cantarle las mañanitas a doña Chocita, visitar a sus tíos que viven en España y a su hermano que radica en Manchester. Consiguió un boleto bastante económico, pero creo que hizo como dos meses para llegar a su destino (de esos pinchis vuelos que salen de Nepal y hacen escala en Nicaragua, pero en realidad se dirigen a Leningrado).
El asunto es que, antes de todo este desmadrito, el Mesías estaba un tanto desquehacereado y le dio por buscar un departamento que pudiéramos compartir. Yo necesitaba emanciparme del yugo que ejercía sobre mí Doña roomie y el gran Iñas tenía ganas de cambiar de residencia.
Por lo que nos dimos a la tarea de buscar un depa que pudiéramos compartir. Una vez que encontramos el tan ansiado lugar, Iñaki metió sus cosas, me dejó su coche, el departamento y se marchó y a su barco le llamó libertad. Y justo en estos momentos me veo en la obligación de decirles que también me encargó a su perro que obedece (más bien desobedece) al nombre de Patch. En realidad, se escribe Patx, pero no sé si es un nombre náhuatl que significa perro que chinga y rechinga o el nombre es sólo una ocurrencia.
No les voy a mentir, a simple vista el can se ve adorable, pero, y siendo muy franco con ustedes, es un verdadero costal de mañas. Es tan manipulador y rufián que a veces tengo la impresión de estar viviendo con Osama Bin Laden.
Estoy casi seguro que es un perro talibán nacido en Medio Orinte y que reside en México como indocumentado. Desde hace un tiempo tenía la dulce costumbre de despertarme hasta que me doliera la espalda, pero desde que se largó Iñaki y me encargó al minitalibán me he visto en la terrible necesidad de despertarme a horas impropias para un tipo como yo, pues el perruno sujeto se despierta temprano y le urge salir a hacer pipí cada dos pasos para marcar con su orina media ciudad.
Patx cree que tiene una muchacha de tiempo completo, poco le falta para pedirme que me mude al cuarto de servicio. En días recientes le comentaba a Iñaki que la conducta del perruno sujeto es muy similar a la de una amiga que tenemos en común (a quien denominaremos W), ella cree que el mundo gira a su alrededor y que la gente debe permanecer atenta a todas sus ocurrencias. Del mismo modo, el minitalibán supone que soy su mayordomo (o su pendejo) y que estoy para lo que se le hinchen sus perrunos testículos en el momento que el señorito lo requiera.
El caso es que, en la plática, le comenté a Iñas que la actitud de Patx es muy similar a la de la señorita W, a lo que el pequeño Jesucristo respondió: “Sí, justo es así. Con la salvedad de que mi perro es más inteligente”. Creo que lo peor de este asunto es que Iñaki tiene razón. Nuestra amiga no es la más avispada. Aparte debo decirles que el pequeño Bin Laden es un sujeto brillante y si no se tiene el temple necesario cualquiera puede caer en sus manipuladoras garras.
Yo podría concluir que la señorita W es un bebé de pecho al lado del perruno, aunque debo decir que Osama Bin Patx y yo tenemos una buena relación, pero les confieso que yo no estaba preparado para ser padre en estos momentos de mi vida. Me explico: el pequeño talibán tiene un trapo amarillo que, al parecer, alguna vez fue un Picachu (uno de esos muñequitos mamones y caricaturescos), relleno de algún material pachón y reconfortante. Después de algún tiempo lo que quedó de su juguete fue una cosa amorfa similar a un trapo de cocina y hasta donde entendí es el único objeto con el que al malandrín le apetece jugar.
Basta que ponga un pie en el departamento para que me lleve el trapejo amarillo con el deseo de que me ponga pelear con él para quitárselo y se lo aviente una vez y luego dos y así hasta que nos alcance la eternidad. El único detalle es que por las noches justo vengo llegando de hacer ejercicio y últimamente me han dejado como estopa de drogadicto (de esos que se monean 24 por 24). Les juro que me siento como puercoespín después de parir gemelos.
Los entrenamientos son una verdadera pesadilla, algo así como soñar que Elba Esther Gordillo se enamora de mí y me sorraja un becerro en el océano (un beso en el hocico, para los que les falta barrio), así que, lo único que deseo al llegar a casa es quitarme la ropa, meterme a bañar y tirarme un rato a ver la tele, pero Patx, que es el enemigo de sosiego (me encantan las palabras de abuelita: sosiego, trusa, merendar) insiste en jugar o en salir a correr por las calles de esta fatídica ciudad.
Francamente espero que Iñas vuelva pronto y se haga cargo del pequeño terrorista que tuvo a bien encargarme porque estoy a nada de llamar al FBI y reportar a este perruno individuo que ahora vive en mi departamento.
Pasando a otros asuntos: llevo tres semanas haciendo la mudanza de casa de doña roomie hacia nuestra humilde morada y seguramente se preguntará usted, inigualable damita, aguerrido caballero, pero, ¿cómo es posible que esta sabandija tarde tanto en mudarse? Puedo decirles que en realidad tengo muy pocas cosas: dos pantalones, un poco de ropa para hacer ejercicio, dos pares de zapatos y algunas camisas.
En cuanto a los muebles me vi forzado a comprar una cama, la mía estaba por despedorrarse y he aquí que surge la siguiente teoría: “estoy a punto de pasar a ser un verdadero chilango”. Me explico: cuenta la leyenda que si nunca le has vendido algo a la niña que pasa gritando por todas partes: “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaaaaaan”, entonces no eres un verdadero chilango. Mi cama ya estaba toda puteada y me urgía un cambio, así que en breve la veré partir sobre una de las tantas camionetas de la poderosa y seguramente millonaria niña pepenadora.
Decidimos usar mi lavadora y el horno de microondas que yo tenía, la sala y el comedor son patrocinados por el gran Iñakikín. Y hasta aquí todo bien, el único asunto es que… ¿cómo explicarlo?, digamos que… tengo algunos cuantos libros que con los años se han ido acumulando. Les comento que llevo 18 cajas y aún no termino de llevármelos todos a la nueva residencia.
Se me ocurre que lo anterior podría explicarlo compartiéndoles un comentario que leí hace poco. Confieso que algunos años atrás llegué a padecer una enfermedad un tanto similar a la del pobre individuo que leerán a continuación, quizás lo mío no fue tan terrible, pero comprendo a la perfección la sintomatología del intoxicado sujeto. He aquí el testimonio:
No sé cómo controlarlo, es una adicción, debería existir “Bibliómanos Anónimos”. Veo alguna oferta o algún remate, como los que ofrecen en ciertas librerías de viejo o en algunas ferias y me lanzo. Luego no tengo ni para regresar a mi casa, pero eso sí, voy contento con la mochila llena de libros, ilusionado con llegar a mi departamento, aunque sea caminando y disponerme a limpiarlos, acomodarlos, olerlos y en el momento indicado leerlos, porque no es posible disfrutarlos todos al mismo tiempo. Dicen que estoy enfermo, que mi problema de acumulación es grave, pero no lo entienden. Sentarme durante varios minutos con una cerveza en la mano contemplando mi librero, el que me ha llevado tantos años formar, es una satisfacción inconmensurable. Lo acepto, a veces no como bien, no salgo con los cuates, no visito a mi familia, pero: ¿qué puedo hacer? (Testimonio del primo de un amigo).
Digamos que este caso en particular es un tanto grave, yo nunca he dejado de salir o de ver a mis amigos o dejar de hacer las cosas que quiero y que me gustan. Les aseguro que no podría dejar de comer por comprar una novela, sin embargo, debo reconocer que hubo una época de mi vida en que me gustó mucho ese asunto de la bibliofilia. Tengo sólo algunas primeras ediciones de ciertos ejemplares que no se consiguen con facilidad y chingos de textos que leí porque tomé chingos de cursos y bastantes novelas que aún me faltan por leer.
Tal vez esté de más decirles que me gusta mucho ese tema de los libros: coleccionarlos, verlos, leerlos, olerlos, buscarlos, encontrarlos, pero sobre todo regalarlos. Me hace muy feliz saber que alguien más puede sentir lo que yo sentí al leer lo que alguna vez leí. En fin, el caso es que estoy por terminar de mudarme, creo que con un viaje más de unas cuatro o cinco cajas mi pequeña biblioteca estará lista.
Antes de finalizar no puedo dejar de decirles que el gimnasio al que me inscribí es como asistir a un salón con instrumentos de tortura medieval. De entrada, tengo una instructora que podría estar seguro que todas las mañanas se despierta con el único objetivo de robarnos las ganas de vivir. Nos ha parado unas chingas que hay veces que preferiría ser albañil. Al menos yo, me siento como el Picachu de Patx, todo puteado y sin ganas de seguir existiendo. Lo más grave del asunto es que aquello con el tiempo se ha convertido en una necesidad. Regresé a hacer ejercicio por varios motivos, uno de ellos fue que no podía dormir, ahora lo que me sucede es que no puedo despertar de tan madreado que me siento.
En fin, que por ahora llegó el fin. Seguramente se preguntarán: ¿cómo es posible que este mequetrefe aún nos recuerde y nos siga escribiendo? Para responder esta enigmática pregunta me tomaré el atrevimiento de citar a la gran María Nieves Rebolledo, mejor conocida como Bebe (cantante española): “quiero volver a cerrar los ojos y ver lo que yo quiero, que no tengo miedo a que pase el tiempo sino a que pase y se pierdan los recuerdos”. Por piedad no olviden que los quiero y que los pienso con frecuencia. Me aterra que nos devore el olvido.
Pues así las cosas con los recuerdos, damita, caballero, cualquier queja duda o sugerencia con esta perruna columna llena de libros y de viejos amigos, favor de enviarnos sus comentarios.
Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.