Por José Luis Dávila.
Son dos las pieles que comparten las marcas de una misma melodía, e intercambian las sensaciones que les provocan.
Se pensaría que la piel más vieja soportaría menos, pero no es así. Se pensaría que la piel más joven trataría de evitar el dolor, pero no es así.
Ambos son la inflexión, la différance: un par de cortinas abiertas que develan la ventana al mundo otro, al mundo del encuentro de las subjetividades; el sol entra a la casa porque ellos lo permiten, nosotros, dentro, resguardados por las paredes y el techo, iluminados artificialmente, nos sorprendemos del rayo que cae en el piso, en diagonal desde afuera y se esparce, minúsculo, por toda la habitación.
Y si abrimos más cortinas, se nos llenará de verdadera luz todo el hogar.
Ellos son dos voces que se persiguen, que se mueven en el espacio y se mezclan cuando les apetece, se separan y continúan el acecho a los sentidos.
Pero no se limitan a exaltar, sino que deconstruyen. A ellos mismos y a lo que cantan.
Es casi imposible decir más. Después todas estas líneas, tampoco es pertinente mencionar más allá de sus nombres y el lugar en el que se encuentran juntos. Sólo escuchen a David Byrne y St. Vincent, escuchen su reciente Love This Giant; escuchen y sientan todo lo que quieran sentir, o todo lo que la misma música les obligue a sentir.