De un correo para ofrecer disculpas, Fabio Morábito y el Alzheimer muscular
Gabriel Duarte no pudo escribir su columna de esta semana así que envió un correo electrónico para explicar las razones y escribe sobre libros y gimnasios.
Gabriel Duarte no pudo escribir su columna de esta semana así que envió un correo electrónico para explicar las razones y escribe sobre libros y gimnasios.
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 26 de enero de 2025 (Neotraba)
Querido editor de la revista Neotraba: el siguiente texto sólo es para comentarte que el día de hoy no habrá columna. Me apena un poco esta situación y de sobra sé que tengo un compromiso contigo, con los lectores, pero sobre todo conmigo mismo. Es sólo que he estado un poco ocupado con temas de trabajo (ya sabes que un escritor tiene que hacer de todo para ganar dinero, menos escribir) y tengo la cabeza en otra parte. Simplemente no encuentro el modo de aterrizar las ideas, de ser concreto y de expresarme de una forma atinada.
Desde luego que trabajé y le di mil vueltas al asunto. No te miento. Como primer tema pensaba hablar sobre uno de mis autores favoritos llamado Fabio Morábito. No sé si lo sepas, pero tiene unos orígenes bastante peculiares (como los de Julio Cortázar). Se supone que es mexicano, pero sus padres son italianos o cosa por el estilo. Déjame checar bien para no decir mentiras. No me gusta mal informar a los lectores y mucho menos pretendo mentirle a mi editor. Aunque sé que esto no se va a publicar, quisiera quitarme esa duda de encima. Espera…
Encontré la información: como te decía, Fabio Morábito nació en Egipto, concretamente en Alejandría, pero sus padres son italianos y cuando él tenía tres años su familia regresó a Milán. Resulta que pasó su infancia en Italia y a los quince tomó la decisión de vivir en México y desde entonces radica en nuestro país. De hecho, es mexicano. Y, es curioso, su lengua materna es el italiano, pero ha escrito toda su obra en español.
Yo he leído varios libros de él, empezando por una compilación de cuentos llamada Grieta de fatiga. Después leí Emilio, los chistes y la muerte, que es una novela. Lector a domicilio, otra novelayporúltimo La sombra del mamut, que es otro libro de cuentos. Ha escrito bastantes obras más y seguro también he leído alguna que otra cosa suya, sólo que por ahora no lo recuerdo. Con la excepción del texto del que tenía en mente escribir el día de hoy.
Una de las tantas cosas que me agradan de este sujeto es que es de esos escritores que hacen de todo: ensayo, poesía, cuento y novela. Justamente el relato que había elegido, para intentar hacer mi columna, viene en uno de mis libros favoritos. Y ya sé que no tiene mucha importancia que te diga cuál es, estimado editor, aun así te lo diré, se llama El idioma materno.
Quizás te preguntarás por qué me gusta tanto. Lo que sucede es que, desde mi apreciación, Morábito se inventa un género nuevo. Los textos son una especie de crónica, cuento, narración-ensayo, bastante peculiar y muy breves. Según recuerdo los escribía para un periódico y por ese motivo el espacio que debía ocupar era un poco limitado. Te dejo acá un ejemplo para que veas que tenía toda la intención de escribir algo para la revista el día de hoy. Me tomé el atrevimiento de transcribir un relato que a mi juicio es uno de los mejores del libro:
Un amigo mío, al que ya no veo, no abría un libro sin tener un lápiz a la mano para subrayar lo que le gustaba. Era indiferente el género del libro: poesía, novela, historia, ensayo político o científico. Leer y subrayar para él eran casi sinónimos. Tardé cierto tiempo en entender por qué me producía cierta incomodidad su ansia por dejar alguna marca visible en las páginas de sus libros.
Él aspiraba a escribir, tenía un indudable talento para ello, pero algo lo bloqueaba secretamente. Bastante mayor que yo, no había publicado una sola línea. Ahora creo que su manía de subrayar fue una de las causas de su esterilidad. Para empezar, era la coartada perfecta para no tener ningún libro prestado, pues se supone que uno no debe subrayar un libro que tiene que devolver. Así, en su vasta biblioteca no había un solo libro ajeno, todos eran suyos y, como eran suyos, podía subrayarlos libremente.
Pronto entendí que había caído en un círculo vicioso y que no los subrayaba porque eran suyos, sino que, al ser suyos, tenía que subrayarlos. En cierto modo, no eran verdaderamente suyos hasta que no tuvieran algún subrayado.
Llegó a confesarme que habría sido capaz de reconocer sus subrayados en medio de miles de otros, no sólo por el tipo de rayas que hacía, que a mí en verdad me parecían perfectamente normales, sino por el tipo de cosas que le gustaba destacar. Pero cuando le pregunté qué eran esas cosas tan peculiares, sólo hizo un gesto vago e intuí que ese hombre varios años mayor que yo nunca publicaría nada.
Subrayaba de manera compulsiva como un sustituto de la escritura misma. Al subrayar tanto se defendía de los libros, que mantenía a raya con sus rayas. Por eso nunca se animó a escribir uno. No habría soportado que alguien subrayara un libro escrito por él, pues aspiraba a escribir un libro perfecto, un libro subrayable de la primera hasta la última palabra, y encontrarse con un lector que sólo hallara algunas partes dignas de subrayarse, lo habría sumido en una profunda consternación.
Francamente no sé si enterarme de las manías, o los hábitos de lectura, de ciertas personas tenga algún sentido. El hecho de que estas cosas me parezcan interesantes no significa que a toda la gente deban interesarle, sobre todo a los lectores que tengo (en realidad son dos y medio, tú, una amiga y su hija que casi acaba de nacer, pero mi amiga tiene la costumbre de leer en voz alta, por lo tanto, la pobre niña se fuma todas las xaladas que me da por escribir).
Por otra parte (nunca te lo he confesado, estimado editor, pero me mata esa expresión “¿por otra parte?”, siempre me he preguntado: ¿cómo por dónde será eso?), tenía en mente hablar sobre Trump. Menudo sujeto. Es un tema que nos atañe a nosotros como mexicanos, pero en general creo que a cualquier persona que habite este planeta. Aunque en estos momentos las decisiones que está tomando circulan por todos los medios informativos y no sé si tendría mucho caso comentarte las cosas que leí y darte una opinión al respecto.
Para que no te quedes pensando a qué me refiero te lo hago saber. Verás, intentando encontrar un buen tema del que escribir, en días pasados me enteré de algo que aún no logro superar (mientras leía te juro que hasta sentí calambres en la papada). Como ya lo sabes tengo la manía de comprar el periódico todas las mañanas y leerlo mientras me tomo una taza de café caliente. El once de enero leo en primera plana del Reforma: “Convicto a la Casa Blanca”. “Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, el Presidente electo de EU, Donald Trump, evitó la cárcel, pero se convirtió en un delincuente”. Así tal cual lo lees, querido editor. Continúa la nota:
“Trump no asistió de manera presencial ayer a la sala del tribunal en Manhattan donde se dictó la sentencia en su contra por el caso conocido como Stormy Daniels, sino que se conectó virtualmente desde su residencia en Florida. En algún momento en el proceso penal, el futuro Presidente llegó a enfrentar hasta cuatro años de prisión por falsificar sus registros financieros para encubrir un escándalo sexual por su relación extramarital con la exactriz porno Stormy Daniels. Pero ayer el republicano recibió sólo lo que se conoce como liberación condicional.
La sentencia, una rara e indulgente alternativa a la cárcel o libertad condicional, reflejó la imposibilidad práctica y constitucional de encarcelar a un Presidente electo. Sin embargo, tiene un significado simbólico, y consolidó la posición de Trump como el primer delincuente en ocupar la Oficina Oval”.
¿Lo puedes creer? La verdad es que yo no entiendo nada. ¿Cómo es posible que un verdadero rufián que debería estar en prisión gobierne un país? Una cosa es delinquir cuando se está en pleno mandato (que de ningún modo es lo correcto), pero otra muy distinta es ser un delincuente desde antes de llegar a la presidencia y, no conforme con eso, atreverse a aceptar el poder. Y lo que me eriza el pellejo es que los ciudadanos y las leyes de ese país lo permitan. Lo más desconcertante es que no es un lugar cualquiera, se trata de EUA, la nación más poderosa del mundo. ¿No te parece una locura?
Ahora bien, me pregunto yo: ¿con qué calidad moral Trump podría decirle a alguien que está cometiendo un delito si él es un delincuente? ¿Cómo es posible que las deportaciones masivas están empezando a suceder cuando el sujeto que las promueve es un malandrín? Trump debería estar en la cárcel y no en la Casa Blanca. Es así de simple.
Lo que más trabajo me cuesta comprender, en todo este embrollo, es lo siguiente: por un lado, me parece lamentable que las personas no tengan la menor humanidad posible. La gente en Centroamérica y algunos otros lugares, al sur de nuestro hemisferio, la están pasando muy mal: pobreza extrema, gobiernos autoritarios, hambre, inseguridad y vandalismo. Entiendo que es muy debatible el tema y que algunas naciones no tendrían por qué hacerse cargo de personas ajenas a sus connacionales. Aun así, pienso que algo podrían hacer con respecto a sus políticas migratorias.
Por otro lado, lo que más me desconcierta es que la gente en EU vive enferma de amnesia. Es una nación que fue construida por migrantes: chinos, italianos, afrodescendientes, rusos, latinos, irlandeses, etc. De verdad que estoy perdido. Aunque no lo creas me duele el llanto ajeno. ¿Qué quieres?, soy un tipo raro. En fin que, por ese motivo, y algunos otros, no me fue posible escribir la columna de hoy.
Dejando atrás esos temas un tanto escabrosos, para finalizar te juro que había pensado en compartir una duda existencial que desde hace mucho me carcome el alma. En realidad, es un descubrimiento. Me explico: todo surgió desde hace ya bastantes años. Tendría unos 17 cuando comencé a preguntarme: ¿cuál va a ser mi aportación al mundo?, ¿de qué manera voy a contribuir para dejar este planeta un poco mejor de lo que lo encontré? Después de 35 años logré dar con la respuesta: he descubierto el Alzheimer muscular.
Y seguramente pensarás, querido editor, qué demonios es eso. ¿Cómo hizo este mequetrefe para llegar a vislumbrar tal padecimiento de salud? Verás: todo comenzó la noche en que decidí regresar a hacer ejercicio. Cierto día recibí una llamada de un lugar al que había acudido con antelación. Resulta que andaban de buenas (quizás se apendejaron) y me hicieron una oferta que no pude resistir, así que, tomé las llaves de mi auto e introduje mi desgarbado y adiposo cuerpo en él y me largué a ejercitarme.
El sitio en cuestión se llama Orange theory fitness y he de decirte que en ese lugar todo es naranja: la luz es naranja, las paredes son naranjas, los aparatos también son naranjas y estoy seguro que están coludidos con un puesto de garnachas que se pone justo enfrente del gimnasio, cuyo toldo e inmobiliario también es naranja. A mí me da que la idea es hacernos tragar después de hacer ejercicio, con la esperanza de que aquello se convierta en un círculo vicioso, ¡pero no caeré en su trampa, malditos! (aunque debo decirte que venden unos tacos de shawarma en tortilla árabe y un falafel que están biendepocamadres).
El asunto es que mis angelicales coaches de Orange (cuyo único propósito es robarme las ganas de vivir) comenzaron a hablarme de la memoria muscular. Yo les decía que después del ejercicio terminaba completamente estropeado y que hacer la rutina me costaba chingos de trabajo, a lo que ellos respondían con una pregunta que se supondría tendría que hacerme sentir mejor: ¿alguna vez has hecho ejercicio? Es obvio que contestaba que sí, pensando en la clase de educación física de la secundaria (no me vas a negar que aprender a tomar distancia por tiempos fue lo mejor que te ha sucedido en la vida y que ha sido una herramienta básica para poder sobrevivir a la vorágine a la que debemos enfrenarnos todos los días. Yo siempre supe que la SEP vivía adelantada a su tiempo).
De tal suerte que ante mi afirmación la respuesta de mis coaches era esta: no te preocupes, si has hecho ejercicio existe algo llamado memoria muscular, tan pronto tu cuerpo recuerde que se ejercitaba todo comenzará a ser más sencillo. ¡Mentira! Mi apestoso organismo perdió la memoria a largo plazo y a corto también. Al parecer se me despedorró el disco duro porque te prometo que no podía hacer una maldita lagartija sin pensar que me iba a ir de hocico y cada vez que me pedían hacer una serie de sentadillas sentía que se me iba a caer la matriz.
Lo peor llegaba al otro día, me resultaba imposible levantar los brazos, ni siquiera podía ponerme una maldita camisa y, por si no fuera suficiente, ir al baño era peor que mudarse a vivir a la frontera de Gaza o a Ecatepec. Así pues, concluí que padezco Alzheimer muscular, ya sólo estoy esperando hacer una hipótesis y realizar un sesudo estudio, que demuestre lo que sucede con mis músculos (no sé cuáles) y me encargaré de publicarlo en una revista científica para dar constancia de mi aportación para con la humanidad.
En fin, que me da bastante pena, pero la columna simplemente hoy no salió, de verdad lo siento mucho. Espero que no vuelva a suceder. Seguimos en contacto. Quiero pensar que pronto regresará la calma, que lograré retomar todo justo donde lo dejé y que escribiré de nuevo con la regularidad prometida.