Por José Luis Dávila.
Pasaron cerca de dos años desde su última visita, en la que la explanada del Estadio Azteca los recibió. Hace unos días, el 28 de marzo, regresaron con la gira de su nuevo material, Suck It And See, esta vez al Palacio de los Deportes. Sí, hablamos de Arctic Monkeys.
Esta vez no soy yo, sino alguien que ha asistido, quien nos cuenta lo ocurrido en el concierto. ¿Por qué no yo? Simple. Yo los detesto; las razones no importan en este momento. Pero eso no me impide aceptar que hay a quienes les gustan. Y que tienen algo de buenos; de qué otro modo podría justificar su éxito si no es asumiendo que gustan de alguna manera. Pero no seré yo quien los defienda, dejaré que sea Itzel Canseco, una gran amiga mía, la que de cuenta de lo que ha vivido, mientras yo me entrometo en sus palabras de fan.
Ella dice:
La espera fue larga.
Todos formados fuera del recinto; algunos desde las siete de la mañana. La fila inmensa y todos soportando la ligera lluvia y el frío que durante buena parte de las horas se dejó sentir.
Nos dejaron entrar 6:30 p.m. Emocionados, corriendo para alcanzar un buen lugar; ya se dejaban sentir los empujones, golpes y pisotones —en fin, todo eso que ocurre en cualquier concierto—.
Alrededor de 8:40 apareció sobre el escenario La Vida Bohème. Pero, a quién le importaba: todos gritaban aclamando la presencia de Arctic Monkeys; teníamos, desde la venta de boletos, un mes con veintiocho días esperando.
El ruido se acrecentaba. Las ansías por verlos aumentaban.
De pronto, salió Alex Turner, vistiendo una camisa negra con un bordado de rosa roja, salieron Matt Helders, Nick O’Malley y Jaime Cook. Entonces los gritos fueron una ola de sonido que arrastró los tímpanos de cada asistente casi hasta la sordera.
Enloquecimos.
Entre Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair, Fluorescent Adolescent, I Bet You Look Good On The Dance Floor, y, especialmente, RU Mine? -durante la cual una cámara grabó para ser subida a su página oficial-, saltamos hasta que temblara el recinto, coreábamos hasta quedar sin voz.
Toda la noche fue así, hasta que el inevitable fin llegó. Se despidieron agradecidos. Nos despedimos satisfechos. Volvimos a nuestras casas, recordando cada momento, reconstruyéndolo para hacerlo mucho más nuestro.
La espera fue larga, pero valió la pena.