Crónica de lo absurdo.
Iván Gómez escribe una crónica esta semana: un viaje en el transporte público mientras escucha a ese locutor molesto, pero que la mayoría de los poblanos conoce.
Iván Gómez escribe una crónica esta semana: un viaje en el transporte público mientras escucha a ese locutor molesto, pero que la mayoría de los poblanos conoce.
Por Iván Gómez (@sanchessinz)
Es sencillo ponerme de buenas: que el café quedé rico, ver los Simpson, escuchar música, desayunar sabroso, leer, mantenerme informado, levantarme temprano… Es lunes, son las 4:40 de la mañana y ya estoy despierto. Muelo un poco de café, prendo la cafetera y lo preparo. Mientras espero a que esté listo saco mi libreta y veo mis apuntes, le doy vuelta a mis ideas y veo mi lista, mi enorme lista de pendientes.
Abro Twitter: nada interesante. Abro Whatsapp, trato maliciosamente de despertar a alguien. Me sirvo el café, me encierro en mi cuarto y me pongo a escribir hasta que llega el momento de comenzar a alistarme.
7 de la mañana y ya estoy fuera de casa, en camino a Ciudad Universitaria. En la radio López (Torpes) Díaz habla con alguien cuya voz me suena familiar pero me cuesta reconocer. A los pocos segundos se disipan mis dudas cuando esa voz habla de los logros de su gobierno, “fíjate Javier, que llevamos poco tiempo pero han sido varios las promesas cumplidas”. Me sorprende que Díaz obtuviera una exclusiva, reflexiono unos segundos: su programa consta en dar noticias escandalosas y chismosear pero es uno de los programas más escuchados, eso lo explicaría. La voz continúa hablando.
Nuestro gobierno ha invertido mucho en materia de salud. Ahora los traslados son más rápidos. Asimismo hemos logrado varios trasplantes de buche exitosos…
Lo escucho porque el chofer lo tiene a todo volumen, pero trato de no ponerle atención. Mejor. Entre menos lo escuche menos se me pegarán sus frases mareadoras. Así es como cuido mi adolescencia, ya saben, esa etapa en la que eres susceptible a creerte todo lo que escuchas.
Me concentro en ver por la ventana: atravesamos un mercado, delante de los puestos –aún cerrados- un tipo sentado en plena calle ve hacía la nada, sangre escurriendo de la mano y media cara destrozada. Eso no lo pudo hacer su gato, pienso, tampoco fue un accidente, es raro, no tengo cómo asegurarlo, pero las marcas de un accidente no se ven iguales a las de una pelea…. O quizá fue un asalto, sí, eso suena más lógico. Lleva pantalón negro, camisa azul, bien arreglado, no tiene facha de pelearse por cualquier cosa y perder un día de trabajo.
El chofer parece preocuparse, abre la ventanilla y le grita, ¿ya le llamaste a una ambulancia? Sí, contesta. Alguien me prestó su teléfono para llamar, pero llevo como una hora esperando y ni vienen… Suelta una mentada al aire, niega con la cabeza, finas gotas de sangre caen al piso.
El camión da vuelta y entra al bulevar Xonacatepec. Varios árboles se mueven bruscamente, no es una mañana fría, pero tampoco debe ser buena para el pobre indigente que se frota los brazos, tirado en una esquina, la cabeza entre las piernas.
Así es, Javier, importante comentarte a ti y a todo tu auditorio que nuestro índice de pobreza ha bajado significativamente en los últimos…
Sigo observando la ventana. Llega uno de esos momentos en los que mis pensamientos se pierden, veo la tienda y se me antojan unas galletas, pienso en galletas y recuerdo a la abuelita que las horneaba los domingos en su casa donde, a pesar de su artritis, todo estaba impecablemente limpio. Pienso en eso. No, no pienso, más bien apago mi cerebro, veo las cosas sin verlas, ni siquiera enfoco una sola cosa, como si ni estuviera viendo. Así me quedo y así estaré el resto del viaje.
Algo me parece extraño, no estoy seguro de qué. Quizá es la voz que me llega desde lejos, dice que mi ciudad está limpia, que el gobierno fomenta el deporte en jóvenes para mantenernos alejados de las adicciones. ¿Por qué no creerle a esa voz? No sé, no estoy procesando lo que pasa ante mis ojos, pero veo calles sucias y gente barriéndolas mientras el sujeto de traje y tres kilos de gel en el cabello tira su vaso de champurrado justo delante de ellos. En el semáforo rojo varios chicos -10, 11 años- limpian parabrisas, la mitad del líquido de sus botellas lo ocupan para limpiar, la otra mitad la inhalan. Otros, con uniforme escolar fuman un cigarro mientras caminan.
Puebla está creciendo, hemos mejorado en materia de empleos, en seguridad, en transparencia. Ahora nuestros ciudadanos viven mejor; y apenas es el comienzo, Javier. Estaremos trabajando más duro por el resto de nuestro periodo.
La gente que lo va escuchando parece conmovida, demasiado, diría yo. No se dan cuenta de que uno de los pasajeros los está bolseando.