Ciclos.
La columna de Iván Gómez en esta ocasión nos presenta un cuento, que al mismo tiempo le sirve para cerrar un ciclo y soltar la pluma. Pasen a leerlo.
La columna de Iván Gómez en esta ocasión nos presenta un cuento, que al mismo tiempo le sirve para cerrar un ciclo y soltar la pluma. Pasen a leerlo.
Por Iván Gómez (@sanchessinz)
Tengo una carpeta con el nombre Cuentos, dentro de ésta tres subcarpetas, una con los cuentos que por el momento no planeo revisar, otra con textos pendientes y la última con los que deberían estar en la basura. Deberían. No sé por qué no me atrevo; ahí están varios cuentos que hice de madrugada, tenía 13 años y era ingenuo, hasta la fecha lo soy pero al menos trato de no forzar mis historias a como solía hacerlo.
También están un par de minificciones que parecen aforismos de los que a diario se publican en Facebook con fotos que ni al caso. Vuelvo a abrir la carpeta: veo un poema exageradamente cursi, un intento de guión para un cortometraje y un par de cuentos recientes que fracasaron.
Creo que al escribir esto me he dado la respuesta: no puedo borrarla porque sirve de recordatorio de cómo no contar una historia. Aunque eso no quita el hecho de que ya quiera dejar de abrir esa carpeta todo el tiempo y regañarme por mis malos trabajos (y no digo que lo que tengo en pendientes sea bueno, sólo no es exageradamente malo). Necesito cerrar el ciclo, creo.
Llegarán más fracasos, eso es un hecho y espero que así sea, para aprender más, mientras, necesito decirles adiós a los que están y resignarme a la idea de que ya no podré hacer nada con ellos. Por eso les comparto el siguiente cuento, que es el más decente de todos. Y sí: uso esta columna para cerrar ese ciclo.
El final de la historia es triste, a diferencia del comienzo. Todo me parece confuso, porque salí de tu casa como si nada. Fue culpa del maldito charco que me mostró tu cara, esa de siempre, la que eleva ligeramente la comisura del labio pero mantiene las cejas arqueadas, observando todo a detalle, queriendo desmenuzar hasta el aire.
No me pude controlar y ahogue toda mi tristeza en toda el agua salada que desde hace rato estoy sacando, ya me duelen las piedritas del suelo –negro como tu cabello lacio. Llevan mucho tiempo enterradas en mi pantalón, duele. Aun así, ¿para qué levantarme, si tú no saldrás del charco? En realidad, hace rato que tu imagen se fue, le huiste la noche tal y como lo hiciste conmigo tanto tiempo.
¿Te volveré a ver? No prometiste visitarme, no importa, igual y un día de estos te animas de la nada, digo, al final nuestro último día salió muy natural, dicen por ahí que las cosas salen mejor cuando no se planean, que así se crean los mejores momentos y bla bla bla…
Fíjate que al principio me dolió verte pálida, parecías bien enferma. Tú de por sí eres clara, pero un claro cómo, ¿qué será? ¡Ya sé!, cómo el rosa de las uñas, ¡exacto!, y hace rato no, estabas blanca como la luna. Lo bueno fue que actué rápido y te empolvé con un maquillaje que encontré junto a tu tele. Gracias por dejar que te empolvara; te hubieras puesto un espejo para que vieras lo linda que quedaste, lo olvidé.
Tus labios terminaron en los míos, fue lindo no tocarte, ganas no me faltaron, quizá lo notaste, pero aun cuando no dijiste nada, supe que no querías por considerarlo poco correcto y, bueno, te respeté.
Siempre he tratado de ser bueno contigo.
Luego de maquillarte, ¿qué más hice? Ah, claro, te retoqué el cabello, sé que una vez al mes tratas de retocarlo en la estética porque se te esponja cuando crece, y también sé que por mi culpa te tuviste que ir sin poder hacerlo. Te decía que allá podrías hacerlo sin problema pero se veía en tu carita lo mortificada. Y como el buen compañero que soy, yo mismo te lo retoqué. No sé por qué no te puse un espejo para que te pudieras ver.
Y ya tirados en tu sillón, todavía me acuerdo como ni me veías por estar entradísima en la película, tu manita fría y algo tiesa junto a la mía me bastaba, la verdad es que eso era suficiente y hasta tenía de más.
Tus papás llegaron antes y me obligaron a salir por tu ventana, ¡qué bueno que se escuchó el portazo porque si no me hubiera metido en un buen problema por estar en ese momento contigo! Hasta tú estabas consiente de eso.
Si nuestro día fue tan bueno, no entiendo entonces por qué me puse a llorarte desde que dejé tu casa, serían como las 5 hasta ahorita, que ya ni se ven las estrellas de tan noche que está.
Lo mejor será que me levante y dé la vuelta, camine las ocho cuadras que había avanzado en la tarde. Ahora veo mucho movimiento. Toco:
?Buenas noches señor. Disculpe, ¿su hija todavía está muerta?