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Portada de Rutas para entrar y salir del Nirvana de Juan Carlos Hidalgo, foto de Óscar Alarcón para Neotraba.
Portada de Rutas para entrar y salir del Nirvana de Juan Carlos Hidalgo, foto de Óscar Alarcón para Neotraba.

Por Óscar Alarcón.

Un avión vuela sobre la ciudad de Nueva York. Por una de las ventanas se observa el reflejo de un hombre que contempla los rascacielos, sorprendido, no conoce el lugar al que se dirige.

Al mismo tiempo un joven con camisa de leñador y pantalón de mezclilla gastado se da un tiro. En otra ciudad, su mujer sonríe. En su cabeza sólo hay números y dólares.

El frío en Apan, Hidalgo arrecia pero nadie lo siente. Se ha convertido en un pueblo fantasma.

El hilo conductor de la primera novela Rutas para entrar y salir del Nirvana (Combooks, Revista Marvin, Pachuco Press, 2012) de Juan Carlos Hidalgo es la búsqueda. Un tema ontológico que desde que el hombre tuvo conciencia de su existencia se echó a andar como una rueda que baja por una pendiente, y que a su paso aniquila los pensamientos.

¿En dónde encontrar el silencio si alrededor nuestro hay buitres movidos no por el interés de ayudarnos? ¿De dónde sostenerse cuando la fe se encuentra en franca decadencia? Este par de preguntas pareciera que están dirigidas a Kurt Cobain, icono del grunge, sin embargo, si las releemos se pueden aplicar a cualquiera de nosotros.

Y eso fue lo que Juan Carlos Hidalgo hizo en su novela.

El entrecruzamiento de las vidas de Kurt —el anónimo famoso— y Enrique —el seminarista anónimo— se narra de manera yuxtapuesta, para que nos demos cuenta de que todos nos encontramos en la ruta para entrar y salir de nuestro propio paraíso, o bien, de nuestro propio infierno. Y esas salidas y entradas no son otra cosa más que el quitarse lo que nos estorba para quedarnos con la esencia del ser humano. ¿El Nirvana?, ¿el cielo?, ¿el rock? Cada uno deberá construir un principio rector para su vida, que nos puede llevar a la iluminación o a la destrucción.

Juan Carlos Hidalgo ha dicho de Rutas para entrar y salir del Nirvana, que no es un libro sobre Kurt Cobain, y tal vez no lo sea pues no habla de su vida, ni de sus giras ni conciertos, es un libro sobre la pasión de Cobain en el rock y que el fotógrafo Fernando Montiel Klint ilustra de manera magistral en la portada —otro entrecruzamiento más pues Klint realizó la foto antes de que el libro se escribiera—; y cuando hablo de la pasión me refiero a las últimas horas de Cobain, igual que la pasión de Cristo.

Enrique, el seminarista, abandonará su fe católica para refugiarse en un llamado que por algún tiempo ha tenido guardado. Su cruce de vías con Cobain lo llevará darse cuenta de que la mayoría del ruido que escuchamos afuera de nuestra mente se traduce a nuestro interior como ruido blanco, y entonces para poder entender qué es lo que está pasando adentro y afuera, será mejor quemarse.

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