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Conjeturas, foto de Óscar Alarcón para Neotraba
Conjeturas, foto de Óscar Alarcón para Neotraba

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

El día que mi relación con ella acabó

Desde el jueves pasado puedo decir que oficialmente llevo viviendo 17 años en la misma casa. Y en lo que va de mi imberbe vida (como diría León, de Un hilito de sangre), uno de los sucesos que más recuerdo fue conocer a la perra blanca que vive cerca de mi casa.

Tenía 12 o 13 años, fue una mañana cuando al salir por material para la tarea (asistía en el turno vespertino a la secundaria) me ladró amistosamente mientras movía su cola de derecha a izquierda. Desde ese día nos entendimos bien; cada mañana, si estaba muy aburrido o me sentía muy solo salía y me sentaba con ella a desayunar, claro que una reja nos separaba, pero un par de veces salieron sus dueños y nunca se molestaron. Fuimos grandes amigos, ella con su mirada centrada, aparentemente perdida, y yo acariciándola y hablándole como niña pequeña.

Dejamos de frecuentarnos algunas semanas, y cuando me acerqué para saludarla intentó morderme. Desde entonces, cuando ve a un sujeto ladra con fuerza, recarga todo su peso en la reja, ve feo.

Por lo que me he percatado, la perra es del hijo de la familia, y tiene cara de ser universitario. Antes la veía de lejos en la calle, junto a su dueño, pero hace mucho que no veo esa escena. Tal vez fue mal atendida en los últimos días y eso la volvió poco sociable con todos. Quizá un familiar se murió y ella lo ha resentido. No sé, tal vez la perra tiene mala memoria y el dejar de verla por un tiempo hizo que se olvidara de mí. También puede ser que le dejé de caer bien.

 

¿Molestia exagerada o uña enterrada?

Quienes viven en Puebla tal vez hayan oído hablar de la primera Feria Independiente del Lector. Estuvo padre aunque no hubo tantos títulos interesantes en el terreno de la literatura, o bueno, muchos de los vendedores me dijeron que sí tenían tal título pero que se acabó de volada. Quería comprar La canción de Odette, de René Avilés Fabila, pero me dijeron que se quedaron sin ejemplares.

Después de checar en todos los stands me uní a la actividad principal de la feria: el cambalache de libros, tampoco fue la gran cosa, nuevamente llegué cuando los mejores títulos ya habían sido intercambiados, recuerdo que aun con eso había mucha gente alrededor de las mesas, y al retroceder pisé por accidente el pie de una señora —vestimenta de oficina—, de inmediato hizo una cara que aún no sé si era de dolor o de enfado, pero en todo caso, ambas eran exageradas. Por lo que deduzco tenía una uña enterrada o le fue mal en el trabajo, o se peleó con su esposo o algo así. Si estaba enojada por no ver buenos títulos en la mesa y mi torpe pisada fue la gota que derramó su vaso, lo entiendo.

 

30 kilómetros de grasa

Trato irme caminando a la escuela, me ahorro menos tiempo que en el hermoso transporte colectivo que nuestro gobierno creó. El camino no es tan largo pero es en línea recta, lo que a veces lo vuelve un poco aburrido. Aunque eso es un decir, pues al avanzar diez metros me topo con cosas bastante dignas de escribirse en un cuento, de hecho, ya estoy trabajando en eso: la idea es hacer algo gracioso que se referencie en el video de la canción “Paranoid Android” de Radiohead, el tan famoso corto Duck Amuck, ya saben, ese en el que el pato Lucas es molestado por el dibujante, quien resulta ser el conejo Bugs.

Pienso en que quizá no debí decir eso, porque la idea es complicada y no sé cómo lo voy a contar, pero igual no me siento comprometido al decirlo. Pero regresando a lo que veo en mi camino a la escuela, les resumo: una barranca terriblemente sucia, ya no sólo por los desechos industriales, también por toda la cantidad de basura que la gente arroja, un terreno abandonado, y en éste una construcción, también abandonada, claro, dicen que sirve de epicentro para vagabundos y consumaciones sexuales. También la universidad tecnológica de Puebla da a la barranca, pero no la fachada bonita, la otra, una que poca gente ha visto, una empresa que me intriga saber qué hará, un perro muerto que lleva meses ahí.

En fin, regresando al lugar de la uni, justo enfrente hay un espacio con árboles, que sirve de pista para los corredores matutinos, nunca los he saludado, pero siempre he querido decirles que los observo cuando paso, que si supiera dibujar podría calcarlos. Me alarma que en los últimos días no haya ido la chica gordita que siempre lleva puesto el mismo pants gris y los mismos audífonos de diadema. A ella la recuerdo desde que comencé la rutina de caminar.

Pobre, corre del diario y nomás no veo que baje de peso, en los últimos días que la vi tenía un semblante de molestia. Tal vez ya se desesperó al ver que su rutina no está funcionando, quizá se haya lamentado todo el día y a la mañana siguiente se haya dicho que no tenía caso. Quién sabe, igual y es estudiante y el semestre se ha vuelto complicado obligándola a desvelase y, como sabe que correr desvelada puede causar un infarto, no ha salido. No sé, puede que sea una trabajadora vespertina que se cambió de turno y ahora corre en las tardes, privándome de lo agradable que era verla como parte de los corredores matutinos de esa zona.

 

El día que vi la desgracia ajena en todo su esplendor

Otra opción para ir a mi escuela es tomar dos transportes, éstos toman una ruta muy diferente a la de transporte colectivo y a mi caminata. El primer autobús se desvía mucho, pero curiosamente me hago cinco minutos menos. Bueno, pues hace varios viernes opté por esta no tan económica opción: mala idea. Y es que, precisamente en el desvío que la primera combi hace, ocurrió un lamentable accidente.

Una mamá que llevaba a su hija a la escuela en moto fue arrollada por un camión repartidor de gas. La mamá la libró, la niña quedó occisa. Créanme, es mejor dejar sólo ese adjetivo para describirla. La combi pasó justo enfrente del cadáver, pues aún no llegaba la policía y los coches de adelante le impidieron ver al chofer el accidente, por lo que, para cuando ya se apreciaba el cadáver a lo lejos, ya había coches atrás del camión, haciendo imposible su retorno. Lo mismo debió pasar con los coches que iban delante de nosotros. Para colmo yo me debía bajar 10 metros después, para cruzar la calle y tomar el otro camión.

Aquí no hay chiste, de hecho, me reservo crear la descripción completa porque quiero escribir una columna sobre eso, no con fin amarillista, sino más bien preguntando qué caramba es la vida y cómo la gente percibe la muerte.

La pregunta es ¿cómo se puede sentir esa mamá que iba manejando?, ¿cómo lo habrán tomado los compañeros y amigos de la niña?, ¿cuál habrá sido su último pensamiento?

No tengo idea.

 

¿Chico contando lo que ve o le ganó el tiempo?

Yo entrego mis columnas los jueves. Por lo que, en teoría, debo comenzar a escribir un texto desde el sábado, para pasarlo a computadora el martes por muy tarde y darle una última revisión el miércoles. Es una rutina padre, el problema es cuando tengo mucha tarea en la escuela.

Así que, ¿escribí esto a tiempo y siguiendo mi rutina o me lo chuté a última hora? Les toca conjeturar.

 

A Iván también lo puedes leer en: https://vertederocultural.wordpress.com/

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