Por Luis León Barreto.
En este nuevo libro Symphonia, de Ediciones Idea, Antonio Arroyo muestra su avance poético, su manejo del riesgo, su búsqueda del camino propio. Hay aquí un arranque furioso, con ese extraordinario No me invitaron, que parece una declaración de principios y recuerda el magnífico poema que dedicó a su amigo Leocadio Ortega en la Casa Salazar de Santa Cruz de La Palma, mayo de 2011. El poeta emprende su camino en solitario, la búsqueda interior, la indagación personal. Ha profundizado los aspectos simbólicos de la existencia, la naturaleza, los recuerdos. Árboles, peces, pájaros, la infancia, las melodías fugaces, el eterno regreso.
La poesía como liberación, el movimiento de sorpresa, el regate a la banalidad, el impulso del genio creador. Poco a poco, libro a libro, el lenguaje se afina y se sustancia. Dicen los entendidos que una sinfonía consiste en la elaboración de lo imperfecto perfecto, es decir: el hecho de juntar sonidos diferentes, a veces contrapuestos, para elaborar un todo orgánico que respire armonía.
Antonio Arroyo va dejándonos secuencias que en realidad son fragmentos de la memoria, del bosque, del mar, de las aves, de los recuerdos de la madre cuando hablaba con las plantas. A través de distintos movimientos, juntando diversas yuxtaposiciones, va armando la composición global. Por eso en este libro quizá hay varios libros, de la misma forma que en una composición musical hay diversas partes que se complementan. Al final lo que cuenta es la forma de evitar el yo, consiguiendo que el todo hable por sí mismo. En la pieza coral cada cosa está en su sitio, y lo que manda es la fusión.
Desde Wallace Stevens y Valery a los poetas griegos, el gran Elytis, los poetas chilenos, Gonzalo Rojas y Oscar Hahn, con la referencia inevitable al hombre en función del paisaje, Pedro García Cabrera, Emeterio Gutiérrez Albelo, Alonso Quesada. El autor se propone recuperar la ingenuidad desde el conocimiento, desde la intelectualización. Ya lo decíamos: la acumulación de sonidos breves, composiciones fugaces. Lo imperfecto perfecto / la ondulación del rictus, / el pliegue de la lluvia, / el trajín de la abeja. En esta colección de fugacidades se buscan y se encuentran muchas cosas, la sonoridad, la simbología, la poesía del cuerpo, la captura del silencio. Desde la destrucción y lo ilusorio al panteísmo, a la autoafirmación.
Antonio Arroyo es profesor de lengua y literatura en el instituto grancanario de Guía. Estuvo muy vinculado a las revistas y movimientos poéticos palmeros y luego a las tertulias laguneras. Después de su emblemático libro Esquina Paradise muestra con su trabajo constante, con su búsqueda insomne, la multiplicidad de caminos de la nueva poesía canaria, el arraigo del toque surrealista, consustancial a nuestro paisaje anímico. El se aplica con constancia y rigor a su búsqueda allá en los aires marinos de Sardina del Norte, desde donde tiene una atalaya imponente sobre las olas, sobre las corrientes de la literatura contemporánea, un observatorio en el viento. Las ilustraciones de Leo Lobos acompañan dignamente.
Digno de mención su homenaje al pintor expresionista alemán Bruno Brandt, a quien vio más de una vez pintando en punta del muelle, mezclando sus pigmentos con orines a falta de agua. Dice así su fragmento quinto: Fue un instante: te vi / nadando el desarraigo / de la espuma en la niebla. / Respirando en la llama, / la única del páramo, / la que afiló el gorjeo / del pájaro infinito / y crepita en la rosa / claridad de la encía. / Adherías la luz / a la sed de tu anzuelo.
El libro fue presentado el viernes 9 de marzo en el Espacio Manuel Padorno de la Biblioteca Estatal de Las Palmas de Gran Canaria, con intervenciones de Rosario Valcárcel y de quien suscribe.
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