A una sobredosis de Simifibra de San Judas Tadeo
El Dr. Simi es el responsable de que la reliquia de San Judas Tadeo haya llegado a México. Mirna Coroliel nos cuenta cómo se enteró de esto y hace una reflexión.
El Dr. Simi es el responsable de que la reliquia de San Judas Tadeo haya llegado a México. Mirna Coroliel nos cuenta cómo se enteró de esto y hace una reflexión.
Por Mirna Coreliel
Puebla, México, 2 de agosto de 2024 (Neotraba)
La preciosísima reliquia de San Judas Tadeo pisó México el 29 de julio de 2024. Pero su tiempo está contado, tiene de aquí a diciembre para purificar los cuerpos dolientes, a las chifladas de pelos verdes, el hilito de sangre goteando en la frente de los niños sicarios y, si le da tiempo, arreglar los baches de las 94 Diócesis que precisa visitar.
Pero de caridad no perecemos. La odisea de ese hueso sagrado no fue pericia de la presidenta electa ni de su contendiente ingenieril; fue el presidente del monopolio de salud privada más inocuo de este pueblo de 32 ranchos: el Doctor Simi.
Así como lo lees, con todo y muñequito gordinflón vestido de Juditas en tu farmacia de la esquina. Si no me crees, ve y pídeles una estampita del primo de Dios. (Luego la pones en tu cartera y me cuentas el milagrito).
Me enteré en la radio de Ciudad de México. Fuimos a hacer uno de esos trámites de muerte que solo son legales en el rancho más mórbido del país. Llámese registro de derechos de autor, Fiscalía General de la República, a la mañanera de la presidencia porque ya entró el narco a mi rancho otra vez; aborto sin que te raspen los pedazos de sangre por dentro, ir en camión a berrear por justicia. Porque ahí, en ese sitio caro y voluptuoso, de un consumo casi pornográfico, las voces sí hacen ruido.
Pusieron la radio y el doctor de las paletas, soberano de los genéricos y químico del mejor laxante en el país, poseyó nuestra amorosa escucha y se atrevió a monopolizar la fe. Qué cosa no hace bien este viejito panzón.
Al final, la gente viene de rodillas a honrar la cultura del dolor. El milagro es gloria si se liquida con un fatuo sacrificio. La sangre reverbera del machete del ejidatario, de la chamana que lleva una gallina apestándose en su bolsa, de la madre del bebé invidente, de la clarividencia del amor.
El amor por el cuerpo, por los humores infectados de vida, que yacen en una zambullida de formol para no disiparse en cenizas. El amor por los huesos quebrados de un santo que se tortura todavía estando muerto; porque eso hacen los santos. El pobre Juditas que cuelgas, volteas, casi sacrificas otra vez. Por el amor al milagro, se queda quieto.
Ese pedacito del cuerpo y la sangre del apóstol que tocó a Dios: a una sobredosis de Simifibra de distancia.