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Fotografia de Graciela Iturbide.
Fotografia de Graciela Iturbide.

Por Alejandra Flores.

La silla se había vuelto parte de él, hace días que no se levantaba, intentaba hacerlo pero sus piernas eran tan pesadas que se lo impedían, el dolor en su espalda era muy fuerte pero si no se movía lo soportaba. No tuvo otra opción que esperar, así que vio pasar muchos soles y tuvo tiempo suficiente para contar las gotas de lluvia y los copos de nieve.

Perdió el apetito y al parecer su memoria también estaba fallando, trató de recordar si alguna vez se había casado o tenido hijos pero no lo logró. Por supuesto también intentó hacer memoria sobre ¿Cómo? y ¿Por qué? , se encontraba en esa silla, que cabe destacar era y se sentía muy especial.  Sus brazos y manos aun tenían movimiento así que acarició a la silla, pudo tocar el fino respaldo de cedro  que por momentos se clavaba en su cadera, se percató que las patas eran sumamente largas, así que el pobre hombre no se encontraba cerca del  piso.

Hasta ese momento no había observado a su alrededor, era como si en ese espacio solo existiera la enorme ventana y la hermosa silla que lo sostenía. Fue un ruido lo que llamó su atención, venía de aquella mancha negra que estaba junto a él. Era un ruido extraño, de inmediato pensó que un animal lo acechaba pero no fue así. Abrió un poco los ojos que estaban casi cegados y alcanzó a ver una sombra humana y junto a ella otras más. El hombre trato de gritar pero su voz había desaparecido, así que en su locura interna movió la silla para poder bajar, pero solo logró que el dolor en la espalda se incrementara. Ellos seguían ahí, murmurando y observando cada acción de este individuo.

Por las noches el hombre aprovechaba para intentar bajar, se sentía afortunado porque aún podía mover sus brazos y manos, pero era tanto el esfuerzo que el cansancio lo vencía y terminaba por dormirse. Durante esas horas del día, las sombras también dormían, es por ello que el trataba de escapar. Pero durante el día los murmullos se aceleraban, algunas veces los escuchó decir “basta cobarde jamás lo lograrás”, “ ríndete y deja que nos vayamos”, pero el hombre no entendía nada. Su único objetivo era bajar de la silla. No podemos decir que no lo intentó al contrario hizo todo por salir a pesar del inmenso dolor que lo agobiaba.

Aquel hombre se rindió, si antes había tenido la mínima intención de bajar, todo lo que pudo hacer se había reducido a nada. Pasaron los días su semblante se veía desmejorado, de un día para otro los años se le vinieron encima, su silla se empezó a llenar de polvo y su cuerpo tenía cada vez menos carne. Las siluetas permanecían inmóviles, de vez en cuando cambiaban de lugar, ellas también estaban cansadas.

Llegó el día en que el hombre sintió más de cerca a la muerte, el dolor agonizante no fue quién se lo recordó, pero si aquella tarde lluviosa. Cuando dejó de llover los cristales de la ventana se empañaron de tal forma que cuando salió el sol, los generosos cristales le dejaron ver al hombre su rostro cadavérico, y no solo eso, también pudo reconocer su enorme nariz, sus ojos hundidos al igual que sus pómulos. Fue entonces cuando pronunció “Rigoberto”, ese es mi nombre, obrero, padre de familia y esposo, dijo más fuerte. Las sombras empezaron a hacer mucho ruido como si algo muy importante fuera a suceder.

Rigoberto sacudió su cabeza, y movió poco a poco las piernas hasta recuperar las fuerzas por completo, se levantó las mangas de la pijama y bajó de la silla, que por cierto no estaba tan alta como él la había sentido. Las sombras desaparecieron. Rigoberto tanteó el terreno, la luz del sol se coló por el enorme ventanal, pero fue la luz quien delató el espacio en el que se encontraba, y fue también ella la que señaló el cuerpo de sus dos pequeños hijos y de su esposa, al igual que la sangre seca en sus manos y en su ropa, sangre que jamás pudo ver durante su estancia en la silla porque la oscuridad no se lo permitía.

El hombre admiró los cuerpos que yacían inmóviles en el piso, impresionado camino hacia atrás, hasta que se topó con la silla, la toco, levantó la vista y la escaló. El hombre volvió a olvidar su nombre, y la oscuridad y los murmullos nuevamente se hicieron presentes.

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