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Ciudad de México, 24 de diciembre de 2024 (Neotraba)

Insensatos lectores: hace algunos años tenía por costumbre acudir con frecuencia al teatro. Les confieso que en esos tiempos pasó por mi mente la idea de ser dramaturgo. El lenguaje teatral es muy distinto a ese asunto de escribir cuentos, novelas o hacer estas madres que no sé bien qué son (a mí me parece que escribo una columna). El asunto es que en cierta ocasión estaba viendo una obra en la que mencionaban con frecuencia la siguiente frase: “a veces nada el pato y a veces ni agua bebe”.

Como de costumbre pensarán: ¿y eso a mí qué guajolotes me importa?, pues en realidad nada. Es sólo que, por lo general, siempre encuentro una cantidad casi infinita de temas que debatir o algunos asuntos de los que quisiera hablar. Pero este martes las musas se fueron a la playa. El periódico no arroja ninguna información digna de ser mencionada y mi cerebro (que de por sí sólo cuenta con dos neuronas) se encuentra un tanto indispuesto.

Por otro lado, recordé que la semana pasada les hablé de un pequeño incidente que tuve con un trapeador algunos años atrás (terminé dándome un chingadazo memorable). Así que, me dio por pensar en la siguiente estupidez que me rifé después de eso. Debido a ello, y porque usted lo pidió, gentil damita, galante caballero, les hago llegar el día de hoy el famoso caso de la Coca Cola nuclear.

Aquello comenzaba así: seguramente deben estar pensando alguna de estas dos cosas: A) ¿Y ahora qué pendejada hiciste, Gabrielito? B) Esta sabandija no tiene nada qué hacer, se puso a escribir y espera que nos fumemos otra más de las tantas jaladas que escribe.

Verán: a todos aquellos que pensaron en el inciso “A”, los felicito, pues están en lo correcto. Creo que me rifé la última pendejada del año (aunque la verdad dudo mucho que sea así, aún falta bastante tiempo para que acabe el mes y todos los días nace una nueva oportunidad para apuntar la vista al firmamento y exclamar: “Señor, sólo te pido que la estupidez de hoy sea menos grave que la de ayer”. Pero, al parecer el Señor no está en casa o se le acabaron los cotonetes y no se limpió la cerilla de los oídos porque no escuchó ni madres. Hay otra opción que también puede ser muy atinada: de plano sí soy un soberano zoquete).

Me explico: todo comenzó la semana pasada, Doña Valium se largó de viaje. Me quedé solo en el departamento y me sentía como pulga en perrera municipal. Una indescriptible euforia recorría todo mi ser, de tal suerte que la piel no me cabía en el pellejo. Tardé muy poco en aclimatarme de nuevo a mi ya conocida soledad. De este modo pasaron los días sin ninguna noticia extraordinaria.

Cierta noche comencé a tener un ligero antojillo y no sabía con qué mitigarlo, para no extenderme demasiado les diré que no hay quesadillas quemadas que no logren calmar cualquier apetito. Si a eso le agregamos un vaso de Coca Cola caliente, estamos del otro lado. Así es, escuchó usted bien, guapísima damita, aguerrido caballero, la pinche Coca Cola parecía café capuchino y las quesadillas que me hice se achicharraron un poco (¿un poco?, justo sería decir que tenían un regustillo a petróleo con queso).

De tal suerte que antes de irme a acostar tuve a bien meter un refresco de dos litros al congelador, pues tenía en mente rifarme una peli antes de dormir y también tenía un poco de sed.

Encendí el televisor y me encontré un programa más predecible y aburrido que La roomie, aquello parecía Rivotril. Era una de esas películas que van de un tipo que tiene como misión salvar al mundo. En cada escena es atacado por doscientos mil cabrones a la vez, se pelea con todos y ninguno logra hacerle nada, pero eso sí, él le pone en su madre a lo que se le atraviese.

De esta manera, y sin querer, me quedé dormido viendo cómo el aguerrido sujeto conquistaba a una chica tan guapa como Elba Esther Gordillo y se candidateaba para ser el futuro Jesucristo. A la mañana siguiente (sería más correcto decir: a la tarde siguiente) desperté, me fui a trabajar y regresé ya entrada la noche. Nada pendejo pasé a cenar primero. Descansé un poco, leí y me hice bien wey. Y con esta bella rutina transcurrió la semana.

Cierto día noté unas pequeñas manchas oscuras rondando alrededor del refri y pensé: “pinche Claudia, ¿qué demonios habrá tirado?” Sin embargo, como ya domino de principio a fin el color, sabor, olor, tamaño, y textura del tipo de trapeador que hay que utilizar en dichos incidentes, me dirigí al lugar donde se localizan los utensilios de limpieza, tomé el instrumento adecuado y borré cualquier mancha existente del piso. Y ya de plano, como estaba muy de buenas, me puse a trapear el departamento escuchando un poco de música relajante (“bailen como Juana la cubana, el ritmo que se siente sabroso como jugo de manzana. Bailen como Juana la cubana, un paso pa´ delante y un paso para atrás, pero con ganas…”)

Después de algunos días de regia felicidad, sucedió lo que tenía que suceder: en primer lugar, Lady Valium regresó a su madriguera y en segunda instancia mi pendejez salió a la luz: el reloj marcaba las 2:34 pm del sábado 12 de diciembre del año 2020. Justo en ese momento Claudia tuvo la brillante idea de hacerme cierta pregunta: ¿qué vamos a comer?, cuestionamiento que se quedó sin cierta respuesta, pues Doña Roomie se dirigió a la cocina, abrió el refrigerador y notó cierta botella de Coca Cola light familiar que había explotado porque cierto pendejo la metió al congelador y se le olvidó sacarla.

Habían de ver el desmadre, aquello parecía Chernóbil después del accidente. Y fue entonces cuando descubrí de dónde provenían las misteriosas manchas que había trapeado. El caso es que tardamos chingos de tiempo en limpiar el congelador y mi alegría terminó convirtiéndose en un pequeño Vietnam, pues la roomie enloqueció y estaba em-pu-ta-dí-si-ma.

Lo anterior me orilló a abandonar el lugar del epicentro y salir en búsqueda de un remedio infalible: me lancé por algo de comer y digamos que no hay gordita que pueda resistir los encantos de una pizza hawaiana, con lo que Doña Rivotril olvidó a medias el bochornoso asunto de la Coca Cola nuclear. Al menos esta vez lo único que se vio afectado fue mi orgullo, la poca dignidad que aún tengo y el congelador y no mi nalga izquierda que sufrió severos daños por el incidente de la vez pasada.

En otro orden de ideas (me mata esa expresión, como si tuviera muchas ideas y como si fuera un tipo bien pinches ordenado), estoy viendo que el año nuevo se acerca, viene en silencio y de puntillas y está a punto de colarse por la ventana. Así que, antes de que me agarren las prisas, decidí escribir mi lista de propósitos para el año entrante (recuerdo que estos fueron mis propósitos de aquél fatídico 2020 con vistas al 2021):

  1. No morirme.
  2. Vacunarme contra el Covid (estoy buscando el modo de pepenar una vacuna antes de tiempo y rifarme as soon as en chinga porque me toca hasta mayo).
  3. Después de la vacuna planeo ahogarme en un mar de ginebra. Buscaré al gran Iñaki y beberemos hasta que estemos convencidos de que AMLO es un tipo sensato e inteligente. Creo que vamos a necesitar chingos de alcohol: Bacardí blanco,Tonayán, varios caguamones, gasolina, tíner, aguarrás y esencia de peyote.
  4. Cuando pase la cruda, que supongo será por el mes de agosto, ponerme a hacer ejercicio porque a este ritmo voy a acabar como globo aerostático.
  5. Escribir otra novela.
  6. Seguir vendiendo trapos.
  7. Mudarme de casa. Es urgente, porque si voy a seguir haciendo pendejadas prefiero hacerlas en privado.
  8. Pinches largarme de vacaciones a fin de año. Me iré solo, con Iñaki o con quien se arrime. En avión, en camión, en bicicleta, en lancha, en perro o como sea y a donde sea, pero me largaré.
  9. Buscarme una novia. Me parece que a estas alturas lo mejor sería poner un anuncio en el periódico: “joven atento, guapo y seductor busca novia para relación seria y formal. El caballero en cuestión sabe planchar, barrer, trapear, cocinar (quesadillas quemadas), sacudir, lavar, pintar, cantar, escribir, bailar pegadito y hacer tru tru. Requisitos: estamos a la búsqueda de una mujer de sonrisa fácil, de ideas claras y de convicciones firmes (señoras de la tercera edad favor de abstenerse). Gorditas, si son simpáticas y dos tres coquetas, son bienvenidas. Interesadas favor de comunicarse al 5548882275 de lunes a viernes en horario de oficina.

Me parece que tendré que diseñar una lista nueva de propósitos para este 2025 (creo que no cumplí ninguno de los mencionados con antelación, pero al menos no me morí). Tomando en cuenta que aún tengo un poco de espacio quisiera hacerles una pregunta: ¿Cuál es el objeto más valioso que tienen en su casa? Si a mí me preguntaran lo mismo sabría de inmediato qué responder: Severina.

Se trata de un libro excepcional del inigualable Rodrigo Rey Rosa. La novela comienza así: “Me fijé en ella la primera vez que entró y desde entonces sospeché que era una ladrona”.

El texto va de un librero de viejo que se enamora de una despampanante ladronzuela de libros. Digamos que se trata de un delirio amoroso, así define su autor esta novela, en la que la monótona existencia de un sujeto se ve conmocionada por la irrupción de una cleptómana que se dedica a sustraer ejemplares raros de su tienda con el simple afán de leerlos. No se aclara si también se dedica venderlos, pero tampoco es necesario saberlo.

Como en un sueño obsesivo en el que se confunden las fronteras entre la realidad y la fantasía, el protagonista se va adentrando en las misteriosas circunstancias que rodean a Severina y en la peculiar relación que mantiene con su mentor, a quien presenta como su abuelo. El personaje central de la novela alimenta la esperanza de que los títulos de los libros sustraídos le ayudarán a entender el enigma de la vida de la mujer de la cual se ha enamorado sin remedio.

Debo confesarles que no puedo creer que sea posible montar una historia excepcional en tal sólo 100 páginas.

Sólo hay algo que no me agrada en este sunto: Severina no se encuentra en librerías, la edición está agotada y no la han vuelto a editar. Si tienen ganas de leerla es muy probable que la puedan hallar en mercado libre o en algún sitio similar. Si cae en sus manos, por piedad, no se la pierdan. Es uno de los mejores libros que acá su humilde napkin haya leído.

El caso es que ya me voy por que dejé el ponche en la lumbre y estoy afinando la garganta para salir a cantar villancicos. Cualquier duda, queja, mentada de madre o sugerencia con esta columna llena de propósitos y harta pendejada, favor de dejarnos sus comentarios, fiestera damita, navideño caballero.


Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.


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