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Puebla, México, 19 de julio de 2024 (Neotraba)

Entre los sentidos, acariciar el gusto. Lamer prudente las almendras, masticarlas como piedritas crepitantes o permitir que se hinchen en los labios, que se hidraten hasta evanescer.

Semillitas dóciles, lo suficientemente densas para engañar la lengua, un poco brutas para saciarte. Meto una, me quiebro el aliento y permito que se empape. Cierro los ojos, pero el cúmulo de cuerpos en el metrobús no necesita mi atención para ser, como toda plasta de palabra y pellejo. Entre los pedazos, hay gente que cuida su atuendo con finura, el delineado hasta la frente, una que otra boca roja.

Veo, también, aretes en el ombligo. Escasamente, la delicada transparencia de una seda y la aguja de metal en el pezón.

¿No te duele?

No pregunto.

La curiosidad y el hambre nos mantienen vivos, con una voracidad infantil y una ternura suicida. Nunca he visto esos cuerpos, ese pedazo de todo, con atributos más crueles que los que acribillo a mi nombre. Mis grilletes están notariados.

Cuando me levanto, tomo una ducha y no tengo otro pedazo que ver. El juicio no determina la penitencia. Sentir compromete la mirada atenta y las peculiaridades desveladas. Contemplar la otredad como un trocito de galaxia muy distinto.

Y después del baño, la destreza más singular no es tener los senos desnudos ni las piernitas menudas, sino atender el espejo. Hay que adornarse como pino. Empinarse a las sutilezas de la usanza y la tendencia. Es momento de desollarse: no prestar interés en el delineado o los aretes. Hay que ser crueles, despiadados con la masa. Destajar los granos, arrancar el pelaje con cera que hierve, lijarse a menudo porque se está obscena hasta después de orar. Blanquear la negrura, negro el pelo de diabla, hacerse blanca tono leche; deslechar el vigor de la mirada para dejarlos hasta las pupilas.

Idiotizados, cuando me miren.

Que me quieran un poco.

Arrebatar el símbolo del cuerpo, estar íntegra en pedazos, ser belleza servil. De una higiene escrupulosa, por sucia desde el baño de placenta.

En esta crónica que soy del cuerpo, vestir una carne siempre ajena, que no le pertenece a lo que observa ni al espejo que alucina, siempre inversa.

Adornarse y arreglarse porque se está quebrado todo el tiempo. Y una vez pronta la máquina para el consumo y el depredador, aflorar apetitosa.

Todavía con las curvas comedidas, es irrelevante si eres cuerpo de pera, de botella o un Botero. Nunca es suficiente. Una vez fuera, abrasada por el aroma de los cuerpos matutinos, saberse digna de una plasta. Una curiosidad afable que también camina, come y llora antes de dormir.

En el metrobús poblano, bajo la axila del obrero ocultándome de mí, devoro sus zapatos. En sus costillas, similares a las mías, tiento un hambre muy distinta. Pero seguimos siendo cuerpos que se venden.

¿Qué cuerpos merecen placer?

¿Quién se tragará la almendra? ¿Quién la enjugará en su boca, hinchada, hasta hacerla cautiva de la textura adecuada para saciarse?

Y quienes, por anorexia, beldad, rotura, tortura o carencia, comerán una y les dolerá en el espejo.


Mirna Coreliel. Autorretrato

Mirna Coreliel. Periodista. Beneficiaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA). Escritora y divulgadora de arte, erotismo y cultura en el instrumento @damamuerta. Mi cuerpo es mi instrumento.


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