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Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)

Puebla, México, 24 de noviembre de 2020 [03:46 GMT-5] (Neotraba)

Cuando uno pisa una librería, el sello de Almadía resulta inconfundible entre el resto de los libros, tal como lo suelen ser las editoriales consolidadas. Por eso, cuando me entregan el ejemplar de El animal sobre la piedra de Daniela Tarazona, me hace sentir un poco frustrado la falta de camisa en libro. La sorpresa me la llevaría más tarde, pues dicho ejemplar pertenece a la primera tirada, la de 2008.

Daniela Tarazona (1975) es parte de ese reducido número de escritoras y escritores cuya obra alcanza la trascendencia sin la necesidad de publicar un libro por año. Posterior a El animal sobre la piedra, publicaría en Alfaguara El beso de la liebre, en 2013. Confiesa estar cerca la difusión de la tercera novela y estar en la escritura de una cuarta.

De su primer libro me sorprende el abrazo a la fuga, la forma en que se constituye el alejamiento como una normalidad. La preocupación es precisamente esa, ¿acaso no se nos enseña todo el tiempo a confrontar más que a encontrar? Irma, la protagonista, emprende un viaje hacia el mar con tal de superar la muerte de su madre y de ese viaje no regresará. El adiós se vuelve un estado permanente y habitable.

Lo asimilo como una especie de destino a cambio, para una época de muchas despedidas el libro fue un catalizador. Y cuando parece estar todo justo, la ambigüedad como recurso estilístico de la novela nos devuelve a la reflexión: ser testigo o testimonio. De la materialidad ríspida, de piedra, del testigo se conformará la historia, asegura en este libro que de momento se torna en aforismo.

Cuando reabrieron las librerías, fue de los primeros libros cuyo objetivo era conseguir. Y lo de ley: de no ser por la pandemia no sé si tendría la oportunidad de conversar con Tarazona. El mundo era un poco más cerrado sin coronavirus, lástima que ahora lo encontremos puertas adentro.


Luis J. L. Chigo. ¿Hasta qué punto El animal sobre la piedra rescata elementos biográficos?

Daniela Tarazona.La novela parte de una experiencia personal, la pérdida de mi abuela materna. Vivir esa muerte por primera vez, la muerte de alguien tan cercano y tan importante en la estructura de mi familia, detonó la historia de la novela.

Sin embargo, también puede percibirse como un texto autobiográfico. Sobre todo por su escritura en primera persona, a la manera de un diario. Es como un  registro de la vida de alguien. No obstante, lo único de mi biografía en ella sería este punto de partida de la historia.

LJLC. En la página 47 encontramos: “Los testigos suelen ser personas débiles que se dejan llevar por sus pasiones y oscurecen lo que ven. De su mirada está hecha buena parte de la historia.” En la novela la protagonista se aleja de la pérdida, del duelo. ¿Huir de la muerte es también una forma de no ser testigo de ella misma?

DT. Ella huye, pero su primera reacción es la huida con el objetivo de querer hacer una nueva vida. Esa huida es una salvación, es la manera en la que ella se sobrepone a esa pérdida.

Hacer una vida propia después de perder a un ser querido es como recuperarse y decir “Voy a hacer mi propia vida, voy a alimentar lo que yo creo”. Si eso se considera una escapatoria, o una forma de evitar quedarse en el dolor y decir “Voy a continuar”, entonces sí, la huida sería la manera de enfrentar la muerte en ese sentido.

LJLC. El punto medular de la novela es la transformación. En mi percepción, la protagonista transforma el dolor en su cotidianidad y se abandona. ¿Qué tanto dicha transformación se da hacia el abandono y cómo se asimila en la vida del personaje?

DT. No creo que sea un abandono. Su transformación es asumida de manera natural. Es como si ella dijera “Me está ocurriendo esto, y aunque lo padezco, lo siento, y estoy experimentando todas estas modificaciones de mi cuerpo, de mis percepciones, de mi olfato, lo acepto como es.”

Quizá al final hay otros matices. Pero el abandono sería asumir esa transformación, aceptar que, de la misma manera que uno, la vida tiene cambios, todo el tiempo está modificándose. Ella tiene ese motivo.

Cuando yo escribí esta novela, —proyecto realizado con apoyo del FONCA, de Jóvenes Creadores—, mis compañeros de beca decían “Le está pasando algo muy tremendo a la protagonista y es necesario su sufrimiento”.

Sin embargo, era justo lo que no quería, de haber sido así se convertiría en otra historia y no una de supervivencia, sino una historia de drama y de sufrimiento.

LJLC. Hacia el final encontramos: “El parto en efecto propicia la creación del vientre”. La maternidad casi siempre es relacionada con la vida y la parte de la muerte es desfasada. ¿Cómo es la relación entre la muerte y la maternidad en el libro?

DT. Esta temática está desde el inicio. La muerte de la madre detona el camino de la de Irma, la protagonista.

Particularmente me interesa trabajarlo porque el nacimiento es también una pequeña muerte, una pérdida que hay en la separación de la madre, en todo lo que implica salir de ese vientre y de pronto respirar en el mundo. Ese trauma, como le llamarían algunos especialistas.

En el caso de Irma, la muerte y la maternidad están en una lucha interna. Ella quiere sobrevivir y luego quiere procrear, y esa procreación implica oponerse a la muerte.

Portada de la primera edición de El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona
Portada de la primera edición de El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona

LJLC. ¿Fue intencional la selección de tus personajes como una cuestión propia del género?

DT. En la novela posterior, El beso de la liebre, y en mi tercera novela —que aparecerá el próximo año también en Almadía—, las protagonistas son mujeres. La cuarta novela —en proceso de escritura— es más variada en personajes, sí aparecen masculinos.

En mi caso no es tan intencional, sino como una propia averiguación. Para mí, mi genealogía femenina es muy importante en muchos sentidos, y me lo he preguntado innumerables veces a lo largo de mi vida: las mujeres que me dieron origen; las que estuvieron antes que yo en la historia de mis familiares; de mi madre, de mi abuela, de mis tías. Todo eso conforma un universo al que vuelvo y del cual tomo ciertos elementos para escribir. Durante muchos años —quizá hasta comenzada la cuarta novela—, trabajé sobre esa identidad o ese universo de lo femenino.

Son muy importantes los acontecimientos actuales respecto a la literatura escrita por mujeres. También a la literatura relacionada con lo extraño y cuyo revuelo lo tienen varias escritoras, algunas argentinas, como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin. Acá está Guadalupe Nettel. Me interesan aquellos trabajos sobre revisar el mundo desde los lugares de lo extraño, de lo anormal.

LJLC. Alguno de los capítulos cierra con esta frase: “He sido hecha para convertirme en mí”. Más allá de la genealogía, ¿qué experiencias consolidan a Daniela Tarazona para poder escribir El animal sobre la piedra?

DT. Además de la muerte de mi abuela, sería el momento en que por primera vez en mi vida vi a una iguana. Me fascinó su condición como de piedra —y de muerte—, y a su vez saber la cantidad de años en el planeta como especie. La dualidad de la resistencia y la muerte en un solo animal.

También en casa de mi abuela —ella vivía en el Estado de México, en la segunda parte de su vida—, había en un platito un huevo de pájaro. Me daba mucha curiosidad su existencia entre las demás cosas. Un día lo tomé, me lo llevé del platito y lo rompí para ver qué había dentro. Adentro no tenía nada, era un huevo ya seco que llevaba mucho tiempo allí. Dentro había un pellejito, una cosa adentro del huevo que en realidad tampoco era nada. Esta anécdota termina siendo relevante en la novela, ahí está amplificada y llevada a otros territorios.

Más tarde, a los 24 años, cuando terminé mi licenciatura, me fui a vivir a Salamanca y entendí cómo era bastante reveladora la cuestión del dejar la casa y además conocer otro lugar, un lugar lejano, desde donde podía observar mi historia anterior. La distancia y el viaje. El viaje, por ejemplo, en la novela aparece continuamente, toca puntos con el tema de la separación.

LJLC. En una cultura donde la mujer está impedida a dejar el hogar, ¿buscabas romper esa condición?

DT. No sé si la rompa o no, pero ojalá encuentre lectoras que se puedan identificar con el deseo de irse y de mandarlo todo al carambas.

No soy una persona muy sedentaria, continuamente he tenido a lo largo de mi vida un gran deseo de cerrar todo e irme. Un poco como en la película Pillow Book, donde la mujer de pronto quema todo y se va.

El héroe tradicional en la literatura, el héroe clásico, salía y se enfrentaba a los monstruos del mundo: afuera estaba el bosque y el peligro, todo eso. Y, quizá, ocurre desde hace algunos años —o bastantes años—, la mujer ha empezado a salir y a enfrentarse a ese bosque. Pero, como somos herederas de una transmisión, digamos, relacionada con todo lo emocional en nuestras historias familiares, en nuestras historias de todo tipo, tenemos la fortuna de poder hablar de las dos cosas: de lo doméstico y del mundo con conocimiento de causa.

LJLC. Has reconocido la influencia directa de la Metamorfosis de Kafka. Sin embargo en El animal sobre la piedra la transformación es lenta y nunca termina de darse por completo. Además, Irma oscila entre ser reptil y humana. ¿Por qué la transformación se da de esta manera, tiene que ver con la aceptación?

DT. De haberse consolidado, alguien me diría “ya es Godzilla”.

En la novela es muy importante la ambigüedad. Siempre quise mantenerla justo porque tiene la cuestión de dos aguas, “Estoy en la tierra y en el mar”. Son dos los significados, sentí que podía darle mayor riqueza a la historia esa no-conclusión, esa cosa indeterminada.

Me gusta lo indeterminado, lo que no puede ser definido. La vida es así, no se puede definir y, por ejemplo, creemos que las cosas son de determinado modo, tenemos cierta idea de la realidad y luego, continuamente, la realidad nos dice que estamos equivocados en nuestra percepción. Me interesa, pues, aquello sin respuesta, lo que no puede decirse.

LJLC. La aparición de Lisandro, un oso hormiguero de mascota, es fundamental, pero al ser reprendido, se va y no regresa. ¿Qué papel puede jugar este espectador, sin habla pero observador de absolutamente todo, y que de todas maneras no puede dar su testimonio?

DT. Deseaba otro personaje totalmente animal para establecer una relación de animal a animal. Me inspiré en el epígrafe que tiene la novela, sobre la crónica Amor de Clarice Lispector.

En dicha crónica, a ella le sorprende mucho ver a un hombre cuya mascota es un coatí, lo tiene como si fuera un perro. Se trata de cómo convertimos a otros en algo que no son, cómo traicionamos la esencia de los otros. En mi memoria de haberla leído —hacía tiempo de su lectura y no recordaba con precisión qué animal era— imaginé un oso hormiguero, pero se trataba de un coatí.

Cuando empecé a investigar sobre el oso hormiguero, encuentro que son muy solitarios. Pensé en él como un buen personaje. Además, es un acompañante extraño. Lisandro me sonaba como un buen nombre para mí, una especie de combinación entre Lispector y el andros.

Daniela Tarazona. Foto de Ang Valenzuela.
Daniela Tarazona. Foto de Ángel Valenzuela.

LJLC. En tu novela la naturaleza deja de ser testigo para volverse testimonio: el animal es personaje. ¿Es un grado de lo fantástico o se trata de un protagonismo real?

DT. Al momento de escribir El Animal... estaba muy preocupada por cómo estábamos tan convencidos de nuestra racionalidad, de nuestra ciencia, de nuestros métodos y de todo lo que hacemos como especie. Probablemente ahora ya lo rebasamos. La parte animalizada de nuestra identidad estaba todo el tiempo soterrada y metida en un lugar donde todavía no puede mirarse. Las ciudades son un ejemplo de eso.

La tierra está atrapada por el asfalto. Vemos un cuadrito donde crece el árbol de pasto verde, pero todo está traicionado ahí, toda la naturaleza está traicionada. Para mí hacer una historia sobre la animalidad o sobre la vuelta a la animalidad, la transformación hacia eso, era una defensa de nuestros instintos, de lo que no podemos gobernar, de lo que está todo el tiempo amenazándonos, pero que es parte de nuestra naturaleza y con lo que no convivimos de manera muy afable, ni estamos aceptándolo.

Quise escribir esta novela con el pensamiento de cómo todo eso nos sacude como animales que somos, es importantísimo para la supervivencia y para la propia vida. En esa animalidad hay grandes enseñanzas acerca de nosotros mismos luego perdidas de vista.

Cuando entrevisté a los biólogos para realizar El Animal… uno de ellos habló sobre cómo ciertas especies son tendientes a unos comportamientos extraños y posteriormente desatan la violencia con las hembras en determinado momento. Es decir, el estudio del comportamiento animal podría echar luces acerca de nosotros mismos, pero lo negamos constantemente.

En nuestras vivencias actuales ya nos rebasaron los animales: hasta el momento, todo indica que el virus proviene de ellos. Estamos allí de nuevo, en un lugar donde no hemos querido estar y no hemos querido ver.

LJLC.En lo ambiental, ¿cómo llevas a cabo la captura de la cuestión tropical?

DT. Retomando la pregunta sobre lo biográfico, mi mamá era venezolana, en algún momento viajamos a su patria. Ella llegó aquí muy niña, pero la familia estaba allá.

En ese viaje visitamos un lugar en el delta del Orinoco, en Venezuela. Allí conocí por primera vez la selva, fue muy impresionante para mí toda esa putrefacción y renacimiento continuos del ambiente. 

Por ejemplo, el olor era impresionante. Cuando se menciona el “olor a la selva”, sé perfectamente de qué se habla.

En cuanto a la playa, he ido varias veces en la vida. La conjunción de la tierra y el agua me parece una potente carga simbólica y quise también llevarlo a la historia.

LJLC. Mencionaste la cuestión de la superación del animal y cómo el virus provenía del mismo. Cuéntanos ahora sobre tus procesos creativos en este periodo histórico.

DT. Ha sido difícil. Cada vez lo llevo mejor, pero los primeros meses, me costaba muchísimo trabajo escribir ficción. Sentía —y siento todavía, aunque ya me acostumbré un poco más— que la realidad era demasiado avasallante. Ya ni siquiera se puede crear sobre ésto, como si de pronto todo se volviera del territorio de la ficción, de no creerlo.

Estaba muy desajustada: pensábamos que las cosas estaban más o menos en su sitio, de pronto todo se movió de lugar. Siempre he creído que ya desde hace tiempo el mundo está desfasado, como si hubieran movido todo de su eje. Ahora estamos ante una situación pues casi desastrosa.

Tengo dos columnas, una en la revista Este País y otra en Literal Magazine. En ellas he escrito mucho sobre la pandemia, sobre lo que veo cuando salgo, sobre lo que pienso. Eso me cuesta menos trabajo. Es tranquilizador poder tener esos espacios para escribir sobre los acontecimientos de todos los días, porque son sobre cuestiones inmediatas.

LJLC. ¿Y pensarlo como un caso contrario, la realidad superando a la ficción?

DT. Es una realidad desconcertante para mí porque está mediada por las máquinas. Por ejemplo, no sé cómo estaríamos si no tuviéramos acceso a esta plataforma. Me gustaría leer acerca de cómo fueron las pandemias en otras épocas, cuando no existían estos recursos, porque entonces el único resultado efectivo son los cuadros de ansiedad: estamos en comunicación, hablamos, y a la vez no nos podemos ver en realidad, o vemos a muy poca gente y tenemos mucho miedo de los otros.

Desde un lugar crítico, se pueden observar muchas cosas, es una gran oportunidad, ocurren muchas cosas que son materia literaria. Anoto un montón de cosas para escribir, pero se olvida en medio de tanto desajuste cotidiano de la existencia: si tienes un trabajo fijo, de oficina, ahora tu casa también es tu oficina, y también es tu casa, entonces lavas y haces todas las labores dométicas.

Todo ese desajuste provoca la imposibilidad para concentrarse en un acto creativo que requiere recogimiento, silencio. Adicionalmente, estos soportes son de pronto una cosa invasiva, estamos pendientes todo el tiempo del teléfono.

Portada de El beso de la liebre, de Daniela Tarazona
Portada de El beso de la liebre, de Daniela Tarazona

LJLC. Para ocultar su transformación, Irma comienza a salir a la calle con múltiples accesorios, similar a como salimos ahora a las calles. ¿Será ahora lo normal ocultarnos?

DT. Yo tengo una técnica con el tapabocas: trato de sonreír con los ojos, para mostrar algún tipo de expresión, de lo contrario es horroroso. Son necesarios los mecanismos de cuidado pero son horribles, no vemos el rostro de los otros, tenemos miedo continúo de lo que representa el otro, como si cualquiera pudiera ser una amenaza de muerte.

Digo esto y tal vez resulte una frase absurda: lo más importante sería no tener tanto miedo. Trato de hacerlo porque no podemos dejar de vivir, definitivamente no podemos quedarnos encerrados a cal y canto. En ese sentido, se asegura que el 80% vamos a contagiarnos; de ese 80% algunos se enfermarán y otros serán asintomáticos, etcétera.

Es muy muy confuso la cantidad de información sobre el tema, a veces es contradictoria y no para de llegarnos. Todavía no está muy claro cómo procede. De hecho me alucina bastante lo personalizado del virus: a ciertas personas solo les da fiebre, a algunas no les da nada…

LJLC. En tu opinión como analista, ¿la gestión fue adecuada para para combatir la pandemia?

DT. Todo el proceso de comunicación ha sido adecuado. Es decir se respondía con las conferencias, la información, la meticulosidad de la misma. López-Gatell responde las preguntas siempre diciendo “Con mucho gusto te la vuelvo a responder”, de lo cual incluso hicimos chistes. Todo eso ha sido veraz y adecuado.

Sin embargo, era imposible poner una medida tajante de encierro aquí como se puso en otros países, más de tipo toque de queda o de multa. No hay una estructura o un funcionamiento ni de los aparatos de control ni de la propia política para establecer estas medidas de una manera eficiente. Como no puede suceder, la medida fue una petición amable de quedarse en casa, apelando a nuestra adultez y sensatez. Definitivamente tampoco es posible por la cantidad de gente en la economía informal.

No sé si se podía llevar de buena o mala manera. Fue eficaz en términos informativos, pero no tanto en términos de control de la propagación de la propia epidemia.

LJLC. ¿Para Daniela Tarazona qué es el amor?

DT. El principio de todo. El amor es el sí.

Hay una frase de Lispector, “No todo en el mundo comenzó con un sí”. El amor es decir que sí. Aunque no compartamos muchas cosas —quizá sueno como primer mandatario—, el amor a los demás y el amor en la cotidianidad es absolutamente fundamental para que la vida continúe por un cauce beneficioso para todos. Ser más abiertos a las emociones que el otro presenta.

Desgraciadamente, en las ciudades —vuelvo a ellas— nos olvidamos de eso para sobrevivir. Vamos robóticos por la calle para no vincularnos. Pero si no recuperamos la vinculación con nosotros y el amor hacia los otros —sobre todo en este contexto pandémico donde cualquiera puede ser un arma mortal—, estaríamos en un lugar muy oscuro y del que sería muy difícil salir.

El amor es el comienzo, el comienzo de cada cosa. Durante la vida uno inicia cosas una y otra vez, todo el tiempo. Es mentira que sea un discurso lineal, es mentira que si te ocurre una desgracia o atraviesas por un momento horroroso allí te vayas a quedar.

Hay quienes sí se quedan allí. No obstante, si el amor es un principio vital, es más sencillo ver la luz en medio de todo ese desastre.

Portada de la segunda edición de El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona
Portada de la segunda edición de El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona

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