Tamayo: cosmogonía indescifrable
Recordamos a uno de los pintores más influyentes en el arte mexicano, Rufino Tamayo. 121 natalicio de una cosmogonía indescifrable.
Recordamos a uno de los pintores más influyentes en el arte mexicano, Rufino Tamayo. 121 natalicio de una cosmogonía indescifrable.
Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 26 de agosto de 2020 [08:51 GMT-5] (Neotraba)
Con una especie de destino poco común: Tamayo, resuena en los oídos de cualquier mexicano conozca o no quién es. Rufino, por supuesto, no sería menos pegajoso en ese sentido. Al termino del siglo XIX, 26 de agosto de 1899 será la fecha de su nacimiento, en la calle de nombre Cosijopí, número 219, en lo que hoy día es una especie de posada en Oaxaca de Juárez, Oaxaca. Nada nos avisa que ahí nació el afamado pintor, como, por ejemplo, sí sucede en Guanajuato: “Aquí residió Diego Rivera”
Rufino, Tamayo, Cosijopí, Oaxaca. Colección de palabras que delimitan la cosmogonía en la cual se desarrolló el pintor: inmerso en el lenguaje de lo indígena, de lo originario. A los 16 años ingresa a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, la abandona y comienza una carrera de dibujante para el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. En 1926 se lleva a cabo la primera exposición de su obra. Esto le permitirá exponer en Nueva York, donde después será profesor de la Dalton School of Art.
20 años residirá en la ciudad estadounidense, donde la vanguardia se expresará para él de forma abstracta y no realista, como sus contemporáneos Rivera, Siqueiros y Orozco quienes se plantean desde las escuelas europeas de arte. Eso sesga su muralismo del resto: el encuentro de dos tipos de líneas, rectas y curvas, pueblan su pintura de condiciones geométricas básicas, sin recurrir a complicadas figuras. Pareciera acoplarse en vanguardia a la arquitectura de Teodoro González de León y la literatura de Juan García Ponce.
Fruto y fauna serán temas continuos en su obra. A la entrada del Museo Nacional de Antropología e Historia encontraremos Dualidad. A diferencia de la tradición del viejo continente, Tamayo pone al día y la noche en un encuentro violento, no de desplazamiento heracliteano: el jaguar sostiene la cabeza de la serpiente emplumada y ésta amenaza con los colmillos al felino. Los primeros dioses prehispánicos en una lucha a muerte por el dominio, con las constelaciones grabadas en el pelaje o plumaje; el turquesa de la serpiente es, de cerca, pequeñas plumas. Desenfado, además, con la materia: Rufino pelea con el yeso por dominarlo. Aunque sus representaciones murales sean las más famosas, cabe recordar que el mayor porcentaje de sus pinturas se realizó en el caballete.
En una casa en Cuernavaca, a la entrada del Museo Nacional de Antropología e Historia, sobre las escaleras del Soumaya de Carlos Slim o en un libro de texto gratuito, el arte de Rufino Tamayo está donde está el mexicano. Al igual que Juan Rulfo, Tamayo poseía una colección extensa de piezas arqueológicas cuyo destino serían museos personales. Entre los dos terminarían renovando el paisaje mexicano. Partes de un comienzo sin esnobismo por regresar al origen de la cultura, en una época de fragmentación social e individual del mexicano y donde no existían las instituciones culturales que protegieran lo hoy llamado patrimonio.
A la muerte de su madre, Rufino adopta su apellido y no el de su padre, Arellanes, para firmar su lienzo. Quizá ahí también se persiguió el origen, la matriz del acto de la vida y la mexicanidad. Será finalmente ese apellido el que lo lanzara a la fama internacional y dará vida a uno de los museos de arte contemporáneo más icónicos del país, el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo en la Ciudad de México. Longevo, de 91 años, morirá en dicha ciudad el 24 de junio de 1991.