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Ilustración de Ale Juárez.

Por Vane Juárez

*Ilustraciones de Ale Juárez

Puebla, México, 28 de junio de 2020 [00:22 GMT-5] (Neotraba)

La casa de la colina era el sueño de todos los niños. Rodeada de juegos y flores, se acercaban imaginándose cómo sería entrar y jugar. Siempre salía de aquella casa el olor a galletas recién hechas. Era una trampa para niños.

Pero todos habían sido advertidos por sus padres: ahí vivía un hombre solitario, de aspecto lúgubre y muy grosero; decían que era un brujo. Por eso nadie se atrevía a entrar.

Con sólo cuatro años, Camelia era vivaz y aventurera. Para Mamá era un problema mantenerla quieta. Ella también soñaba con la casa de la colina.

En una tarde nublada, Mamá preparaba sopa de champiñones. Camelia tenía antojo de cosas dulces justo cuando llegó a su nariz el aroma de bizcochos que salía de aquella casa. Ella no había experimentado el miedo aún, salió sin pensarlo por la puerta abierta y caminó a la casa de la colina.

Para su mala suerte, la reja de la casa estaba abierta. No había visto nada igual en su vida, el jardín era mucho más hermoso de lo que parecía por fuera, el sol brillaba ahí aunque estuviera nublado. Flores de todos los colores decoraban el sendero del jardín. Aunque Camelia tenía las suyas, no eran tan hermosas como las que vivían en esta casa.

Se agachó para cortar unas cuantas, sin saber que el brujo la veía desde la ventana. Salió como una tormenta hacia Camelia, reclamando y pisando con fuerza.

Mamá se dio cuenta muy tarde de ausencia. Cuando pudo alcanzarla, ya estaba convertida en una flor.

La pequeña flor lloraba y lloraba. Sus pies se habían transformado en raíces y no podía moverse. Con mucho cuidado, Mamá tomó a la flor con todo y raíz y la plantó en su mejor maceta. Cuando quiso ir a ver al brujo, la casa había desaparecido.

Nany se quedó cuidándola mientras Mamá iba a preguntar a los vecinos por la casa de la colina, pero nadie recordaba que hubiera una allí.

“¡Mi Camelia!”, sollozaba Nany, mientras ella le decía “Ya no soy Camelia, ahora sólo soy una flor”.

Nany y Mamá la cuidaban, la regaban, le daban sol y sombra. Caminaban tomadas de la mano con Camelia en brazos, como alguna vez lo habían hecho.

Llegó a la edad en la que debía entrar a la escuela, pero Camelia tenía miedo. “Ya no soy una niña. Las flores no van a la escuela.”

El primer día fue de presentaciones. Cuando llegó su turno, mientras la maestra nombraba a Camelia, interrumpió a su profesora diciendo “No soy Camelia, sólo soy una flor.” Se quedó junto a la ventana en la hora de recreo, viendo a los demás niños jugar.

Nany y Mamá la recogieron a la salida, mientras las demás niñas la veían irse.

Paseando las tres juntas, se detuvieron en un aparador y vieron un hermoso vestido azul. A Camelia le encantó, pero se quitó pronto la idea de la cabeza diciéndose “es imposible que pueda usar uno”. Nany notó esto. Desde que ella y Mamá se comprometieran, Camelia había soñado con acompañarlas hasta el altar de la mano. Ahora no podría hacerlo.

Las niñas en la escuela querían acercarse a Camelia. Estaban seguras de que también era una niña, pero ella las evitaba recordándoles lo que era.

Camelia sabía que no quería serlo, quería sacar sus pies de la tierra y salir corriendo. Quería jugar a saltar la cuerda con las demás, ir a las pijamadas que siempre organizaban, sacar los vestidos de Mamá y de Nany y jugar a la pasarela con ellos. Pero su condición se lo impedía.

“¡Mi Camelia!”, repetía Nany, “Tú siempre serás nuestra niña, no importa que por fuera tengas pétalos y hojas”.

La noche antes de su cumpleaños, Camelia descansaba junto a la ventana, mientras soñaba que podía levantarse e ir a dormir en la cama de Mamá y Nany.

Celebraron entre las tres, con un pastel que Camelia no se permitía disfrutar.

Mamá sacó el regalo que Nany y ella le habían preparado, el hermoso vestido azul del aparador. Camelia quedó sorprendida, echó a volar su imaginación, pensando en lo hermosa que se vería con él. Cuando quiso repetirse a sí misma lo que siempre se decía, Nany la vio aterrizando sus sueños y le dijo “Puedes echarlos a andar otra vez.”

Todos en la escuela quedaron asombrados cuando la camelia de la clase 1A entró usando un vestido azul. Sintió sus hojitas más livianas, estaba muy sonriente.

A la hora del recreo, se acercó a las niñas que se hacían trencitas. “Hola, soy Camelia, la niña del salón de junto.” Violeta, Rosa y Margarita la recibieron alegremente y jugaron con sus pétalos.

Camelia siempre fue una niña vivaz y aventurera. Mamá, Nany y ella por fin salieron juntas de la mano. Pasando por la avenida principal, observó las tiendas de vestidos de novias, mientras imaginaba a Nany usando uno y a Mamá de traje blanco. Llegaron al parque y fue corriendo a jugar con las otras niñas. Daba de vueltas elevando su vestido verde con flores bordadas. Esa noche, frente al espejo, no podía parar de sonreírle a la niña linda que veía en el reflejo.

Camelia siempre fue una niña vivaz y aventurera. Mamá, Nany y ella por fin salieron juntas de la mano. Pasando por la avenida principal, observó las tiendas de vestidos de novias, mientras imaginaba a Nany usando uno y a Mamá de traje blanco. Llegaron al parque y fue corriendo a jugar con las otras niñas. Daba de vueltas elevando su vestido verde con flores bordadas. Esa noche, frente al espejo, no podía parar de sonreírle a la niña linda que veía en el reflejo.

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