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Fotograma de Los Simpson
Fotograma de Los Simpson

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

No tengo ni idea de cómo inicia esta columna. A mi mente llegan ideas vagas que ni logro conectar, estoy poco seguro de qué quiero decir, o de si eso que aún está indescifrable en mi mente lo quiero expresar. Así que le avanzo a mi taza de café, pongo una canción menos ruidosa y en hojas sueltas escribo mis ideas tal cual salen.

Todavía se mantiene indescifrable, trato de tomármelo con calma, me levanto de mi silla y me asomo por la ventana. Ahí está la respuesta:

 

El cielo estuvo expulsando agua desde el mediodía, ya más tarde se calmó un poco y sólo unas gotas caían, las calles se repoblaban. El sujeto de rostro afligido y botas gruesas se aproxima a su casa con algunas bolsas del súper, no alza la cabeza ni para abrir la puerta, no hace falta: su memoria sabe cómo abrirla, lo hace, entra y me deja una interrogante: ¿en qué pensará?, lo que diría el narrador de Aqueronte (cuento de José Emilio Pacheco que pertenece a la antología El viento distante) es: imposible saberlo; sólo tengo como pista su rostro triste que, si bien combinaba con el ambiente, no creo que estuviera así por eso.

 

En otra calle (vivir en un segundo piso me regala un panorama amplio) caminaba un sujeto con su uniforme del bachiller, cabello brilloso a causa de las gotas de lluvia, sus manos las guardaba dentro del pantalón, llega a mi mente la misma pregunta: ¿en qué pensará? Y una duda más fuerte: ¿realmente pensaban? Imposible saberlo, también.

 

La RAE define pensar como la manera de relacionar ideas o juicios; examinar algo antes de tomar una decisión; opinar sobre una persona o situación; concebir un plan, un método etc.; tener o no una intención. En ese sentido claro que estaban pensando, las caras tristes me hacen creer que examinaban algo. Pero aquí va mi pregunta: ¿qué tan conscientes eran de que estaban pensando?

 

El señor que volvía del súper bien pudo salir de casa con la lista en su mente de lo que debía comprar, vio algo que llamó su atención e inmediatamente se fue a otra idea, de ahí a otra, a otra y a otra hasta recordar algo que lo afligió, de tal manera que hasta cambió su rostro. Sí, estaba pensando, pero no de forma consciente, es decir, su cerebro divagó, saltó de idea a idea sin que él tuviera el control, y por lo tanto, sin la capacidad de darle conclusión a esa idea, pues antes de que lo notara pasaría a otra. No puedo asegurar que el señor es así, sólo lo uso de ejemplo para explicar algo que ocurre.

 

 

Muchas personas viven a merced de los pensamientos que les son impuestos, sin ser capaces de sacar conclusiones, reflexiones, algo que sirva a manera de aprendizaje. Me atreveré a decir que es semejante a vivir como zombie.

 

 

La razón por la que hoy escribo sobre esto es señalar que vivir así es peligroso, pues no se toma consciencia del mundo en el que vivimos, lo que es igual a no tomar consciencia de nuestra propia existencia. Reduciéndonos a la insignificancia de actuar como los demás, a no obtener aprendizajes de las experiencias –minúsculas o mayúsculas- de cada día, a vivir de forma tan monótona que no encontramos emociones en lo que hacemos o, por el contrario, llegan tan rápido que no las experimentamos.

 

Pienso que esto se puede ver reflejado en varias situaciones. Al comunicarnos, por ejemplo, ¿han notado que hay frases que todo mundo ocupa? Cuando alguien necesita pasar y alguien que no conoce le obstruye el paso:

 

 

¿sí me das permiso, por favor? Otro ejemplo: ya perdí la cuenta de las veces que he visto cantar a una mujer una canción misógina, ¡de verdad! , cantan con euforia, con el ritmo de la música y hasta mueven la cadera, pero ¿qué acaso no examinan la canción para notar que frases similares a “te voy a dar intenso y vas a estar a mis pies” son misóginas?

 

 

Quizá hemos creado un mundo inconscientemente, con resultados que se sienten.

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